Este artículo es una reflexión personal en la que aparecen algunas de las principales ideas de un libro colectivo publicado el año pasado (The State of Capitalism. Economy, Society, and Hegemony), una obra que ayuda a comprender de qué polvos vienen estos lodos.
El interregnum romano era un periodo en el que, tras morir el rey o el cónsul, el Senado debía establecer un nuevo gobernante lo antes posible, sin dar pie a la inestabilidad y los posibles conflictos, de los que podrían surgir cosas nuevas. Antonio Gramsci desarrolló ese mismo concepto, empleado en multitud de periodos históricos “intermedios”, cuando lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer. Parece evidente que estamos en un momento así.
Podemos irnos por ejemplo al declive y la caída del Imperio Romano de Occidente. Pueblos godos haciéndose con el control efectivo de zonas que en mayor o menor medida ya habitaban, con poblaciones indígenas romanizadas que ahora les tenían como la nueva aristocracia, y con bastantes factores sociales y económicos que no cambiaban demasiado aunque ya no fueran provincias romanas. En el caso de Hispania, podría argumentarse que todo el periodo visigodo (y suevo) es en sí mismo un interregno, con Al Andalus emergiendo como lo nuevo, en una continuidad rechazada por la historiografía predominante, tanto la occidental como la islámica, que presentan los siglos andalusíes como un paréntesis de invasión forastera.
O tal vez no, y sean los reinos visigodos una Hispania posromana claramente diferenciada, con sus propios interregnos. Sea una u otra, en España y Portugal es esencial nuestro pasado árabe, presentando Al Andalus como la continuación de Hispania que fue. Es una parte indispensable de las identidades ibéricas, un pasado mayormente musulmán que no asimilamos. No parece que hubieran grandes sustituciones de población y la narrativa habitual en torno a la Reconquista, por lo que presupone, es bastante cuestionable históricamente. Desarrollamos una cultura andalusí castiza, con influencias orientales, como siempre las ha habido en Iberia. Una cultura que conformó gran parte de un “renacimiento” científico sobre el que germinó el (re)Renacimiento. Si volvemos a todo el Mediterráneo, el Islam surgió y evolucionó desde el helenismo y desde Roma, igual que el Occidente cristiano, sobre todo las sociedades árabes y las grecolatinas, aunque no solo.
Estas ideas están muy influenciadas por el islamólogo manchego Emilio González Ferrín. Habiendo, claro está, precedentes intelectuales que han escrito desde esa heterodoxia, como Américo Castro e Ignacio Olagüe. Yo lo planteo como argumento al sinsentido sionista y anglosajón contemporáneo. Como contestación a una retórica sobre un supuesto judeocristianismo enfrentado al islam, que actualmente trata de justificar la masacre a la población indígena de Palestina y el afán descarado de Israel por incendiar toda la región. Es evidente que las élites árabes han abandonado a la población palestina, y también que la cantinela de las democracias liberales sobre los derechos humanos y contra el autoritarismo es totalmente ridícula. Ningún discurso moral de los Estados Unidos o la Unión Europea tiene ninguna credibilidad en el sur global, si es que la ha tenido alguna vez.
Además, con esta introducción sobre la Antigüedad tardía en Iberia, pretendo señalar que el concepto de interregno, como cualquier otro concepto, puede situarse, amoldarse y estirarse de diversas maneras. Habitando un periodo así es complicado ofrecer una visión panorámica de lo que está sucediendo, pero es fundamental. Justo eso es lo que hemo s hecho en el libro The State of Capitalism (Verso, 2023), mostrar una perspectiva contemporánea y en continuidad con lo anterior. Se trata de un libro colectivo coordinado por el economista griego Costas Lapavitsas.
En EReNSEP, el grupo de investigación y escritura que firmamos el libro, situamos el interregno ahora mismo, como algo que llevamos viviendo desde la crisis del 2007-9 y que lleva acelerándose considerablemente desde la pandemia. La idea en sí no es novedosa, se está escribiendo bastante sobre el fin del mundo unipolar. El frescor es una visión de 360 grados, desarrollando de dónde viene todo con una aproximación heterodoxa. En nuestro caso desde la economía política.
El agotamiento del neoliberalismo
El capitalismo tiene síntomas moribundos, al menos en la forma que tenía desde finales de los años 70. Esta forma es la que se está desmoronando, caracterizada por un crecimiento débil y desigual, por la internacionalización de la producción y por la financiarización de la economía. El capital productivo internacional y las finanzas globales son los dos capitales más poderosos de nuestro tiempo, ninguno domina al otro y ambos tienen al mercado mundial como su terreno de juego. Las regulaciones nacionales en lo que concierne a aranceles y aduanas son un estorbo para estos grandes capitales, que absorben ganancias por todo el planeta. Las multinacionales dominan la producción y el comercio mundiales, con cadenas de producción globales que solo requieren de marcos jurídicos afines para funcionar como desean y cosechar beneficios bajo la Pax Americana. Es importante señalar que, en contra de una idea muy extendida, el neoliberalismo no reduce el papel del Estado al mínimo, sino que fomenta la liberalización y privatización de las economías nacionales y las medidas de austeridad económica. Para lo cual el Estado es crucial, participando activamente en la economía en defensa de los intereses de los mencionados capitalistas sin fronteras.
El poder estatal neoliberal se observa claramente en los bancos centrales y su dinero: bajo una fachada de institución “despolitizada”, el banco central maneja un tipo de dinero muy peculiar, que influye enormemente en la economía. Se trata de un híbrido entre el dinero crediticio y el fiduciario. Crediticio porque se crea, circula y se destruye al retornar al emisor; y fiduciario porque se trata del dinero de curso legal último, es decir, al que deben recurrir los bancos privados cuando crean su propio dinero crediticio y balancean sus cuentas. El dinero y su control son factores fundamentales para comprender el interregno.
El imperialismo capitalista, que toma distintas formas con el paso del tiempo, surge en el siglo XIX, cuando los ámbitos económicos doméstico e internacional se unen intrínsecamente aún siendo cualitativamente diferentes, naciendo así el mercado mundial propiamente dicho. En su forma contemporánea se puede distinguir entre el núcleo (Estados Unidos y sus aliados occidentales, principalmente Europa, pero también países como Japón y Australia) y la periferia de la economía mundial, habiendo diversas relaciones de poder entre ambos y en sus interiores. Está claro que hay multitud de situaciones coloniales por todo el mundo que involucran distintas naciones y pueblos, pero “América” es claramente el gran imperio, cuya hegemonía se volvió absoluta tras la caída de la Unión Soviética. Tiene semejanzas con tantos otros imperios de la historia humana, estando sustentado en el poder militar, pero también bastantes peculiaridades, no requiriendo de un imperio formal con instituciones políticas. Tras la Segunda Guerra Mundial, la élite estadounidense creó y controló instituciones económicas transnacionales como el BM, el FMI y la OMC, consolidándose el dólar como el dinero principal del mercado mundial, algo imprescindible para la hegemonía norteamericana.
Hay cientos de bases estadounidenses por todo el planeta, algunas situadas en tierras ofrecidas por Estados “vasallos”, como es el caso de España y Portugal, y otras claramente en territorios hostiles. Es precisamente ese poder militar, junto con el político que lleva unido, el que sustenta el control de las políticas monetarias y los complejos mecanismos financieros que en la práctica coordinan el mercado mundial. Principalmente el diseño y control del dólar y del marco institucional en el que funciona a escala global. Estados Unidos controla el acceso al dinero mundial y los mecanismos de compensación y liquidación de pagos internacionales, y por supuesto monitorea las transacciones. Las sanciones a Rusia, muy similares a las anteriormente impuestas a países como Cuba, Venezuela e Irán, son un ejemplo muy ilustrativo de esto: desconectar a sus bancos del sistema de comunicación interbancaria SWIFT y congelar reservas y activos rusos en la Unión Europea y los Estados Unidos, redirigiendo a bancos ucranianos los intereses de dichos activos y amenazando con la confiscación total. Estados Unidos también emplea mecanismos como los intercambios de divisas (FX swaps), con los que directamente controla el acceso a dólares de la Reserva Federal. Pero claro, la periferia observa todo esto y toma nota.
La financiarización es un aspecto fundamental del capitalismo contemporáneo, expandiéndose muy rápido a partir de los años 80 del siglo pasado y acabando su periodo glorioso con la crisis del 2007-2009. Cuando llegó esa crisis, los Estados que lideran la economía mundial no sanearon la acumulación capitalista, sino que defendieron los intereses de los grandes capitalistas. Esto lo hicieron principalmente a través del dinero de los bancos centrales.
Es decir, usaron el poder estatal sobre el medio de pago y el medio final de liquidación, bajando los tipos de interés y llevando a cabo compras a gran escala de activos financieros (quantitative easings y otros programas de estímulo). Desde entonces, en términos globales, el capitalismo se ha caracterizado por tasas de crecimiento muy bajas, por tasas de ganancia, inversión y productividad del trabajo bastante reducidas, y por la proliferación de empresas zombis (constantementes refinanciadas porque no son rentables) y de la banca en la sombra. Justo después de la crisis, la financiarización de la economía se centró en los mercados de valores, que no pararon de subir. Para la mayoría de la gente de los países del núcleo lo que hubo es un aumento de la pobreza y precariedad laboral. Y entonces llegó el Covid.
La infección mundial que lo aceleró todo
La pandemia golpeó muy fuerte y se adoptaron medidas expansivas junto con cuarentenas y restricciones a gran escala. Socialmente, el peso recayó sobre los pobres, especialmente sobre las mujeres, que tuvieron que soportar una mayor carga de trabajo doméstico, masificación y otros tantos problemas. Económicamente, los Estados variaron en su respuesta. Los países del núcleo dejaron atrás la austeridad y llevaron a cabo políticas fiscales encaminadas a salvar la economía, como cubrir salarios, dar subvenciones, aplazar los impuestos y las contribuciones a la seguridad social de las empresas, y ofrecer créditos y otras garantías. Los mercados de valores caían en picado, mientras se disparaban las acciones de empresas tecnológicas relacionadas con lo digital y las criptomonedas.
Al no reorganizar la producción ni la distribución, no intervenir en los sectores estratégicos, y habiendo comenzado la guerra en Ucrania (con subidas en el precio del petróleo), la recuperación vino acompañada de la mayor inflación en décadas en el núcleo del capitalismo. Esto se traduce en una pérdida de poder adquisitivo de los salarios, afectando sobre todo a la población más pobre y agravándose aún más cuando se suben los tipos de interés tratando de frenar la inflación. No se plantean seriamente los controles de precios ni la intervención estatal en el lado de la oferta.
Fuera de Occidente, las medidas adoptadas variaron bastante. El papel subordinado de la periferia hace que tengan que aceptar el marco institucional del mercado mundial, habiendo también subordinación y jerarquías entre los países del núcleo. Obviamente esto afecta a las economías domésticas, limitando las políticas de todo tipo que se pueden llevar a cabo.
Es cierto que la autonomía con respecto al núcleo es cada vez mayor (productiva, comercial y, aunque más lenta, también financiera), teniendo en cuenta claro está la multitud de intereses y conflictos cruzados que hay igualmente en la periferia del capitalismo. Los contendientes en la disputa por la hegemonía no vienen del núcleo, sino de esa periferia. Precisamente por la internacionalización de la producción, el comercio y las finanzas, se han formado importantes centros autónomos no occidentales de acumulación capitalista, los cuales están buscando la forma de eludir el marco del que surgieron. China es la gran potencia fuera del núcleo, un gigante productor y comercial que ya lleva un tiempo estudiando y desarrollando formas de esquivar la hegemonía monetaria y financiera de los Estados Unidos, y cuya influencia se extiende por el mundo entero. Es obvio que el choque con los Estados Unidos solo irá en aumento. Los enormes aranceles a ciertos productos chinos (de hasta el 100% para los coches eléctricos), recientemente anunciados por el presidente del imperio del “libre mercado”, apuntan a que la tensión crecerá cada vez más rápido.
Sobre la desdolarización, no es algo que vaya a suceder rápido, ya que, precisamente por la configuración del mercado mundial, la dependencia del dólar es enorme, pero se van observando movimientos significativos en esa dirección. Por tanto, aunque la hegemonía norteamericana será un suspiro histórico y a pesar de que se están precipitando los acontecimientos porque la supremacía militar occidental es cada vez más cuestionable, todavía queda Estados Unidos para rato.
El planeta entero se está sacudiendo. Varios países del África subsahariana están poniendo fin a casi dos siglos de colonialismo occidental, expulsando a las tropas francesas y a las estadounidenses. Están luchando por recuperar la soberanía política y económica de sus pueblos. Han reorganizado la extracción y distribución de recursos como el agua, el uranio, el litio, el petróleo y el oro, estableciendo acuerdos comerciales decentes mientras desarrollan sus países y diseñan cautelosamente una divisa funcional que ponga fin al franco neocolonial que emplean. Se trata de golpes de Estado que parecen estar convirtiéndose en el comienzo de procesos revolucionarios, comprendiendo a la perfección el interregno que habitan. Esta alianza del Sahel, que Occidente teme que se siga haciendo más grande porque obviamente va contra sus intereses, recibe ayuda militar de Rusia. Todo está conectado, por eso los rusos quieren conquistar Lisboa. O eso se comenta. Así que Emmanuel Macron habló de enviar (oficialmente) las primeras tropas regulares de un país de la OTAN a Ucrania, aunque por ahora el ejército francés está yendo a sofocar la rebelión indígena de Nueva Caledonia, no vaya a ser que pierdan también el níquel.
Capitalistas occidentales e invasiones eslavas
Ante la locura de cada vez más dirigentes europeos, arropados por la prensa oficialista, tocando tambores de guerra, deberíamos parar y mirar nuestro ombligo. Si observamos a la Unión Europea, las crisis de todo tipo parece que pronto cruzarán un límite existencial. Hay grandes desigualdades y jerarquías dentro de la Unión, entre países y más aún entre clases, con sanciones financieras y comerciales a Rusia que han afectado mayormente a las poblaciones europeas, golpeándolas aún más. La industria hace mucho que se desmanteló en el sur y en el norte han bastado un par de años de guerra en Ucrania para que se hunda, siendo Alemania el gran ejemplo. Es evidente la influencia de los Estados Unidos en todo esto, que ha sustituido a Rusia como principal suministrador de energía a Europa, solo que bastante más cara. Y con explosiones marinas misteriosas.
En el sector primario, las tractoradas han protestado contra la globalización y el neoliberalismo, terciarizándose cada vez más las economías europeas, sobre todo el sur. Los acuerdos de libre comercio impactan al campo europeo, con alimentos procedentes de redes de producción globales dominadas por corporaciones multinacionales que acaban perjudicando a la mayoría de agricultores y ganaderos, tanto de la periferia como del núcleo. Estas redes productivas están financiarizadas, con fondos de inversión y bancos influyendo en el precio de la comida a través de la especulación financiera, y contribuyendo a la intensificación y al acaparamiento de tierras. La agroindustria y las grandes finanzas están íntimamente relacionadas. Además, dentro de la UE, el grueso de los beneficios se los queda la distribución y comercialización, no la producción, con unas subvenciones agrarias mal diseñadas (desvinculadas de la producción y con una enorme cantidad que va a parar a grandes terratenientes). El resultado de todo lo anterior son sociedades de rentistas donde deben replantearse seriamente las relaciones de propiedad en general.
Los problemas del sur de Europa son muchos, teniendo capitalistas que parecen más poderosos que los Estados y que están destruyendo nuestras comunidades. Digo “parecen” porque, como se vió durante la pandemia (cuando se asustaron las élites por lo inédito de la situación), el Estado-nación moderno sigue teniendo un enorme poder. Solo que responde a intereses institucionalizados en y a través de Washington y Bruselas. Hay además grandes retos tecnológico-sociales, con innovaciones como la inteligencia artificial, los macrodatos o la contabilidad distribuida, pues dependiendo de quién y cómo se desarrollen e implementen beneficiarán o perjudicarán al grueso de la población mundial. Y también está el clima y los muchos asuntos medioambientales, que nos afectan seriamente como animales que somos, temas relacionados directamente con el capitalismo maduro.
Teniendo en cuenta la participación de los países ibéricos en las operaciones militares cerca de la frontera rusa, el dinero y las armas enviados a Ucrania, la constante retórica encaminada a mentalizarnos para una economía de guerra y la nueva base militar de la OTAN en Menorca, todo apunta a que si estalla la guerra total estaremos dentro hasta la médula. Participar en una escalada bélica en el este solo nos traerá miseria, sobre todo si España y Portugal entran (más) de lleno en el conflicto, en el caso español por ejemplo con las tropas que hay ahora mismo en Eslovaquia y Polonia. En la península ibérica, un gran obstáculo a poder lograr cambios anticapitalistas (o poscapitalistas), incluso simplemente a tomar decisiones soberanas, es que hace mucho tiempo que solo miramos a Occidente, y no estaría de más mirar también a Oriente, que históricamente nos ha conformado de mil maneras, y al sur del Atlántico, que también nos ha modelado. Mirar a todos lados, para así encontrarnos.