En el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer recordamos que la ONU designó el 25 de noviembre en 1999, a través de la (Resolución 54/134), con el objetivo de convertir en una conmemoración universal una fecha que ya se celebraba en las Américas desde 1981. Esta jornada honra la memoria de las hermanas Mirabal, activistas políticas de la República Dominicana, brutalmente asesinadas por orden del dictador Trujillo.
Desde entonces, se han adoptado numerosas resoluciones, conferencias y convenciones a nivel global (entre ellas la Cedaw), y se han probado numerosas normas, tanto a nivel interno como regional (entre las que destaca en España la Constitución, la Ley de Violencia de Género y el Convenio de Estambul), a efectos de adecuar las condiciones necesarias para erradicar las distintas formas de violencia contra las mujeres y niñas.
Sin embargo, a pesar de los ciertos esfuerzos, las cifras no sólo no han disminuido, sino que han aumentado sensiblemente en los últimos años, especialmente tras la pandemia de 2020, con el agravante de que las víctimas y agresores son cada vez más jóvenes, y los actos violentos son más brutales.
Esta situación evidencia las nuevas formas de violencia que han ido emergiendo, como la violencia digital y, sobre todo, las grandes resistencias que siguen imponiendo las estructuras patriarcales de nuestra sociedad, para impedir que las mujeres y niñas podamos ser consideradas como sujetos de plenos derechos con la misma dignidad y humanidad que los hombres.
¿Qué es la violencia contra las mujeres y por qué es perjudicial para la toda la sociedad?
La Declaración de la ONU de 1993 define la violencia contra las mujeres como cualquier acto que cause daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coacción o la privación de libertad, tanto en la esfera pública como en la privada, excluyendo que pueda justificarse por motivos culturales o religiosos, e imponiendo a los Estados su erradicación.
La violencia contra las mujeres es un fenómeno global profundamente extendido y tolerado socialmente, que constituye la manifestación más brutal y extrema de las desigualdades persistentes entre mujeres y hombres. Lo más desgarrador de esta realidad es que la violencia proviene de la otra mitad de la humanidad: los hombres, quienes la ejercen contra nosotras, principalmente por el hecho de ser mujer, o más bien por lo que significa ser mujer en nuestras sociedades machistas y misóginas. Esta violencia, arraigada en estructuras sociales, culturales y jurídico-políticas profundamente desiguales, se basa en la percepción de las mujeres como seres inferiores cuyos derechos pueden ser ignorados, condicionados o sacrificados por los hombres, sin consecuencias.
La violencia contra las mujeres no sólo es una de las formas más graves de injusticia y desigualdad, sino que también es la violación más extendida de los derechos humanos, con impactos profundos para las víctimas y para la sociedad en su conjunto, porque afecta la salud física, psíquica, sexual y psicológica de las mujeres; además, mujeres y niñas en situaciones de especial vulnerabilidad, como las que viven en crisis humanitarias, extrema pobreza, migrantes, indígenas o con enfermedades o discapacidades, enfrentan un riesgo aún mayor de sufrir violencia y de ser más ser más vulnerables frente a sus efectos.
Esta violencia no sólo afecta gravemente a las mujeres que son las víctimas directas, sino que también genera consecuencias negativas para sus hijas e hijos, extendiendo sus efectos a toda la sociedad. Cuando los hombres ejercen violencia contra las mujeres y niñas, perpetúan dinámicas de poder desiguales y normalizan conductas que socavan la cohesión social, los valores democráticos, la dignidad humana y los principios de igualdad y justicia. Estas acciones perpetúan ciclos de desigualdad y pobreza, obstaculizan el desarrollo económico y socavan la paz y el bienestar colectivo, impidiéndonos avanzar como sociedad.
Además, la violencia contra las niñas y mujeres afecta la educación, la salud y las oportunidades laborales de las víctimas, lo que a su vez limita el potencial de progreso de comunidades enteras. Las sociedades que toleran o no combaten con firmeza esta violencia se privan del pleno aporte de las mujeres, desperdiciando talento, creatividad y liderazgo esenciales para el desarrollo sostenible. Erradicar la violencia contra las mujeres y niñas no es sólo es un imperativo ético, sino que es una condición necesaria para construir sociedades más justas, prósperas y equitativas, porque lo que es bueno para las mujeres y sus hijas e hijos, es bueno para los hombres.
La violencia contra las mujeres concierne a toda la sociedad
En el marco de la conmemoración del 25N interpelamos a la sociedad y la animamos a unirse a esta causa. Combatir la violencia machista es un deber colectivo. La transformación hacia sociedades más humanas y dignas empieza por reconocer que el silencio perpetúa el abuso y que la acción colectiva puede desmantelar las estructuras que sostienen la desigualdad y la violencia.
En este día, hacemos un llamado a la acción: que nuestras palabras se traduzcan en políticas, que nuestras denuncias inspiren justicia, y que nuestra lucha ayuden a construir un mundo donde la dignidad y la seguridad sean una vivencia diaria para todas las mujeres y niñas, porque la eliminación de la violencia contra las mujeres no es una utopía, es una necesidad urgente y un imperativo legal y moral que concierne a toda la sociedad para que las mujeres y niñas podamos disfrutar del derecho a vivir sin violencia.