¡Escáneres cerebrales gratuitos, ya!

Gran parte de las nefastas consecuencias que ha provocado la creencia en el libre albedrío, como la culpa y el escarnio sobre enfermos no diagnosticados, son cosas del pasado

¡Escáneres cerebrales gratuitos, ya! Según el escritor y neurocientífico Robert Sapolsky, no existiría el libre albedrío.
¡Escáneres cerebrales gratuitos, ya! Según el escritor y neurocientífico Robert Sapolsky, no existiría el libre albedrío.

El libro Decidido (2024) de Sapolsky empieza fuerte, identificando a sus contrincantes: filósofos y jueces adictos al libre albedrío. Sus páginas se pasan al ritmo de los experimentos recopilados –a cuál mejor–, y nos va convenciendo. No merece la pena afligirse por ese enfado del otro día, tampoco presumir por aquellos logros radiantes. Todo en ti está decidido, por genes, alteraciones hormonales y algunas marcas biográficas, todo, conectado con la corteza frontal y la amígdala. De esto va el libro. No me diga que no tiene gracia el asunto.

Sapolsky escarba uno de los misterios de la vida a pico y pala. He aquí su valor, porque no viene a soltarnos un rollo idealista. Lo más interesante de Decidido son las dudas, modestas pero tan seductoras y alegres que traen loco al autor. 

Partiendo de mi simpatía por el determinismo, por pura conveniencia, señalo algunos de sus puntos débiles en el libro: la idea de libertad que refuta se parece al vacío. Eso no es libre albedrío. Eso es angustia. Es evidente que la libertad se debate con lo puesto. También sobrevuela cierta ingenuidad en la relación causa–efecto, por ejemplo, allá donde sucede algo aparentemente contradictorio, se busca retroactivamente una causa plausible. Luego, las evidencias en el terreno de lo social son de una pasta distinta a las puramente científicas. Hay en esas páginas mucha confirmación del sentido común (cuidados en la infancia, status socioeconómico…), del positivismo jurídico (aplicación científica de la ley), de la prevención de la pena... Pero sí, la panorámica de causas es amplia y parece quedar poco de eso que se llama libre decisión en nuestras manos. Porque hablando de libertad, a fin de cuentas, estamos en el terreno de lo práctico: la libertad no es la decisión en el vacío sino el margen de posibilidades que tenemos socialmente. 

En cualquier caso, gran parte de las nefastas consecuencias que ha provocado la creencia en el libre albedrío, como la culpa y el escarnio sobre enfermos no diagnosticados, son cosas del pasado, y las de hoy, creo, pertenecen, en nuestro país al menos, más a la falta de medios que a una aplicación moralista de la ley. La ausencia de presunción de libertad (nadie pudo evitarlo), efectivamente, nos ahorraría tener que demostrar impulsos incontrolables en sede judicial. Lo esencial, en todo caso, se dirige a la aplicación de las penas como bien señala Sapolsky. En este sentido, las suspensiones de condenas se aprueban diariamente y si pretendemos que funcionen de forma generalizada las órdenes y los dispositivos de control en régimen abierto, se tendría que invertir mucho más en prevención. Esta es una visión de futuro. Todos escaneados, todos libres de culpa, todos controlados.

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