La atención a los problemas de salud mental está en crisis, afirman Fernando Lamata y Begoña Olabarría en un artículo publicado hace unos meses en infoLibre, afirmación que comparto totalmente y más con la deriva actual del modelo biologicista y basado en fármacos que tiene la actual dirección del plan de salud mental en Andalucía. Se están medicalizando problemas de la vida cotidiana que no necesitarían imprescindiblemente psicofármacos.
Y apuntan Fernando y Begoña que esta crisis es por varios motivos, como porque la demanda de atención a problemas de salud mental ha crecido en los últimos años, porque los servicios especializados de salud mental en la sanidad pública, muy limitados desde hace tiempo, se han visto desbordados, porque las listas de espera para psicología clínica y psiquiatría superan en ocasiones un año y el tiempo de atención en consulta es insuficiente, porque el 50% de las personas que utilizan consulta de psicología clínica, y un alto porcentaje en psiquiatría, lo hacen ya por la privada, costeándose la atención o porque el retraso en la intervención y la falta de tiempo se traduce en un peor abordaje del problema, aumentando el sufrimiento de la persona afectada, impulsando una respuesta profesional individualista y atomizada, fuera de una comprensión de equipo y acción comunitaria.
Añado que estamos en un periodo de mayor sensibilización ante el suicido, se están derribando mitos, sesgos, prejuicios y estigma asociados a los problemas de salud mental en general y en la conducta suicida de forma particular, pero sin suficientes acciones, a pesar de un plan que no se implementa en Andalucía ni se llevan a cabo las acciones necesarias para poder pensar en una disminución de número de casos a corto o medio plazo, para frenar este preocupante fenómeno.
Además, existen problemas sociales que requieren soluciones sociales y búsquedas de afrontamientos que vertebren al individuo en la comunidad, que aporten sentido a las tensiones emocionales y comprensión de estos procesos, que se traducen en tensiones que crean condiciones para el malestar psíquico (pobreza, inestabilidad laboral, presión de las redes en internet…). Las pastillas están bien para aliviar el sufrimiento cuando es conveniente y cuando necesitamos aliviarlo, pero no pueden ser herramientas para silenciar los problemas que existen detrás de la gente. Cuando hay una indicación farmacológica, está perfecto dar una pastilla. Ahora bien, que eso no puede impedir preguntarle a la gente qué le está pasando y cómo se pueden abordar los problemas de base.
También, en ocasiones, somos nosotros mismos quienes ignoramos las señales que nos avisan de que algo está pasando, pero de fondo siempre hay una sociedad que prioriza la exigencia productiva y que cristaliza en el mandato de mostrarnos siempre capaces, fuertes, poder con todo y no flaquear. En momentos parece que hemos normalizado un ritmo de vida frenético, una idea de vida que parece exigir más de las 24 horas que tiene un día. Y creo que hay que multiplicar los recursos en redes de apoyo. En ese sentido, si una persona llega a salud mental por un problema social o tiene un problema de salud que puede ser resuelto con una medida social no se le debe prescribir una pastilla, o una prueba o una derivación, sino que lo que se debe recetar es salir de casa, hacer deporte o tener hábitos más saludables. Pero eso no basta. Es necesario poner los medios para que esos hábitos se puedan conseguir. Tiene que haber acceso a realizar deportes en el aire libre que no tengan coste. Además, es imprescindible que la prescripción social tenga un valor más importante para la ciudadanía.
Junto a estos malestares y los problemas mentales existe un excesivo vínculo con los intereses de la industria farmacéutica y un enfoque de atención biologicista dominante, que conlleva inadecuada medicalización y culpabilización individualista y favorece inadecuadas creencias de fragilidad psíquica en muchas de las demandas de atención.
Muchas personas que presentan un trastorno mental que les produce sufrimiento y limita su autonomía, demandan un tratamiento que podría ayudarles en su proceso de recuperación. Y no están obteniendo una respuesta apropiada, porque no existe un enfoque de recuperación, ante el eje en la atención hospitalaria y el tratamiento farmacológico (el gasto público en salud mental se destina un 45% a hospitales y un 40% a medicamentos), además de un reduccionismo biologicista.
El modelo vigente en la práctica, vacía mayoritariamente los contenidos de los términos del modelo de la salud mental comunitaria, de lo biopsicosocial, y esconde un reduccionismo biologicista apoyado por las publicaciones, diseños, e intereses millonarios de la industria farmacéutica, que controla la formación de profesionales, patrocina las guías clínicas y orienta la investigación al desarrollo de nuevos fármacos.
Desde 2012, se redujeron recursos en los servicios públicos de salud mental, que entonces todavía eran muy insuficientes. Si comparamos con países europeos avanzados, España tiene la mitad de psiquiatras por 100.000 habitantes, la tercera parte de psicólogos clínicos y una falta significativa de enfermeras de salud mental, trabajadores sociales, terapeutas ocupacionales, monitores, y otros profesionales. Es preciso duplicar el gasto sanitario en salud mental, del 5% al 10% de gasto sanitario público total, para poder desarrollar el modelo de salud mental comunitaria, con equipos multiprofesionales en Centros de Salud Mental, capaces de ofrecer programas de prevención, diagnóstico precoz, intervención temprana, tratamiento asertivo comunitario, psicoterapia, intervenciones sociales, apoyo familiar y tratamiento farmacológico en caso necesario. La red de servicios contaría, además con el apoyo hospitalario y de una red completa de servicios intermedios. En este modelo de atención comunitaria enfocado a la recuperación, hemos de subrayar el papel protagonista de la persona con experiencia propia en la definición y gestión de su programa de atención, y el respeto a sus derechos humanos. Resulta clave la incorporación de personas con experiencia propia a los Equipos de Salud Mental, así como en la necesidad de contar con pacientes y familiares en la definición de nuevas Estrategias o Reformas como apuntan Fernando y Begoña.
Y en el día mundial de la salud mental dedicado al trabajo es necesario plantear que hay que medir el sufrimiento en el ámbito laboral, medir cuánto sufre la gente por el hecho de estar trabajando y de la manera en la que está trabajando, porque el trabajo no puede suponer que nos enfermemos, no puede suponer un sufrimiento que nos deje sin vida y sin ganas.
Y además es imprescindible decir que tenemos que poder parar y priorizar la salud mental de las personas.
Es un problema de salud pública. Afrontémoslo.
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