Mi amigo Emilio Sánchez-Cantalejo, persona culta y muy activa en la actividad cultural de Granada en el Ateneo me recomendó el libro de Piedad Bonett, escritora colombiana que ha escrito nueve libros de poemas: Lo que no tiene nombre.
Lo que no tiene nombre (2013) es un relato íntimo y sobrecogedor en torno a la muerte por suicidio de su hijo, libro incluido en 2016 por Babelia entre los cien mejores libros de los últimos 25 años. En este libro dedicado a la vida y la muerte de su hijo Daniel, Piedad Bonnett nos muestra su testimonio personal sobre la lucha de su hijo por vivir durante sus últimos diez años, antes de su suicidio, en mayo de 2011. Es un libro muy corto y verdadero sobre lo que significó lidiar, día a día, durante diez años, con una cosa tan dura que lo llevó al suicidio.
Daniel Segura Bonnett murió a los 28 años. Estudió artes y humanidades en Los Andes y estaba realizando una maestría en administración de arte en la Universidad de Columbia. A los 18 años le detectaron un trastorno bipolar. Fue maestro, pintor, dibujante, una persona completamente productiva y un excelente estudiante. Sin embargo, una fuerza química lo arrasaba, una fuerza completamente superior a él. Daniel siempre manejó su enfermedad con valentía y en privado para evitar ser estigmatizado.
Cuando se suicidó, decidieron en la familia de Piedad no ocultar nada. Sabemos que la gente tiene tabúes y entre ellos, la enfermedad mental y el suicidio. Estamos rodeados de personas que sufren por depresiones y hay muchos que se suicidan, pero normalmente son temas ocultos.
Fue tal la fortaleza de Piedad que en pleno duelo escribió, durante cerca de diez meses, el libro, como testimonio sobre la lucha de ella y de su hijo. Lo hizo para sanarse, para entender, para “salvarse”.
Ella cuenta que cuando alguien escribe se distancia de los hechos y esto le permite verlos en perspectiva, aunque ella siempre esté muy presente. Dice que cuando una persona es lúcida como Daniel y entiende su enfermedad, la posibilidad de suicidio crece, porque es difícil soportarlo, es difícil saber que se debe medicar, es difícil aceptar que es dependiente... En la familia intentaron que llevara la mejor vida posible. Pero……
Cada libro tiene su tiempo y este es un libro intenso. Piedad se lo dio a leer a su familia, a sus hijos y a su esposo. Le dijeron que sí qué lo publicara. Es que los escritores siempre tienen miedo de morirse sin publicar lo que escriben en algún momento.
Bonnett espera que el libro saque a la luz, justamente, esos tabúes del suicidio y la salud mental para que quienes viven algo similar comprendan un poco más. Es un libro hecho con mucho dolor pero sin sentimentalismos. No lo hace pidiendo lástima, sino todo lo contrario, lo hace con valentía, con fuerza porque está hablando de temas muy importantes en la vida de las personas.
El libro está dividido en cuatro partes que las inicia cada una con una cita y con la imagen de Daniel. En cada parte Bonnet se centra en un tema particular (el dolor, la enfermedad, la locura, el suicidio), y cada una está compuesta de fragmentos, de escenas, algunas cortas como un pensamiento instantáneo, otras largas donde se dan los episodios más decisivos de la vida de Daniel.
Esta obra, que podría ser una novela corta por su estructura narrativa, es también un testimonio real, quizás una crónica (de una muerte anunciada), porque lo que se narra pasó tal cual y no hay más ficción que la que podría colarse en la memoria acerca de las acciones de otra persona.
Así Bonnet le muestra al lector señalando callada y pausadamente, como una guía en la exposición de una catástrofe histórica en un museo, los momentos que marcaron la vida de Daniel, su camino de luces y oscuridades que lo fueron arrastrando al abismo.
Y mientras, Bonnett va haciéndose preguntas a ella misma, pero también se las hace al lector y a un Daniel ya ido que no puede responder: ¿Qué derechos tenemos sobre la vida de otros? ¿Cómo soportar el dolor de una pérdida? Pero NO todas las preguntas tienen respuesta, porque Lo que no tiene nombre no busca responder preguntas, sino simplemente hacerlas, aunque solo lo suceda un silencio.
Piedad Bonnett es consciente del cisma que significa entender que la vida se le partió en dos, pero que tiene que seguir. Y es que la esquizofrenia invadió la vida de Daniel Segura Bonnett y un día se lo arrebató a la cordura llevándolo a escapar de todo, lanzándose por una ventana.
Grandes escritores como Rosella di Paolo que apuntan sobre el libro: Un libro que puede ser leído como una forma de testimonio narrativo a la vez que poético ante la pérdida del hijo enfermo. Se propone que este libro es la prueba de que lo que no tiene nombre debe tenerlo; de que lo que no tiene nombre debe tener una forma clara para pelear, argumentar y asumir el duelo. Esa forma clara que dan las palabras claras. Palabras que se buscan con coraje y con los ojos abiertos. O Luis García Montero que dice que este libro habla de fragilidad de cualquier vida y de seguir cuidando al hijo más allá de la muerte. O Rosa Montero que apunta a que este libro es un libro abrasador, valiente hasta la violencia, extraordinario, con un texto penetrante e imprescindible. O Héctor Abad Faciolince, que indica que ha aprendido con este libro despiadado de Piedad que no hay consuelo. Y que sin embargo vale la pena escribir que no hay consolación. Y vale la pena de decirse, de escribirse, se responde, porque es verdad.
Y Piedad empieza con un capítulo titulado lo irreparable donde habla con el corazón abierto. Y la razón de alguien que ha elaborado con cada frase su duelo, al punto de llegar a reflexiones tan pragmáticas como que la cuenta de la tarjeta de crédito del masaje que le regaló a su hijo para que se relajara un poco de tanta ansiedad le llegaría después de su entierro.
Y termina diciendo. “Dani, Dani querido. Me preguntaste alguna vez si te ayudaría a llegar al final. Nunca lo dije en voz alta, pero lo pensé mil veces: si, te ayudaría, si de ese modo evitaba tu enorme sufrimiento. Y mira, nada pude hacer. Ahora, pues, he tratado de darle a tu vida, a tu muerte y a mi pena un sentido. Otros levantan monumentos, graban lápidas. Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria. Y lo he hecho con palabras, porque ellas, que son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de tumba. Son la poca sangre que puedo darte, que puedo darme”. Gracias Piedad.
Comentarios