¿Por qué ahora estamos en 24 recetas por habitante y año y en 2003 estábamos en once o doce?

Necesitamos a unos pacientes más activos y más formados porque sabemos que ingresan y reingresan menos y además, tienen mejor comunicación con los profesionales sanitarios y confían más en el sistema sanitario

Profesor de la EASP. Médico especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública y Doctor en Medicina por la Universidad Autónoma de Barcelona.

Varios 'blisters' de medicamentos, en imagen de archivo.

Joan-Ramon Laporte, médico-farmacólogo y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, en un acto organizado por el Ateneo de Granada, en una conversación que mantuvimos los dos en la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, habló de que ahora se consumen 24 recetas por habitante y año, mientras que en 2003 estábamos en once o doce. Añade que en 2011 la industria dedicó un 24,4% de su volumen de negocio a promoción comercial. Dice que el volumen de negocio fue de 15.800 millones de euros en 2011, de manera que se dedicaron a promoción 3.857 millones, sin contar el negocio generado fuera del sistema sanitario público. Comenta que si en 2019 había 207.000 médicos en ejercicio en España, esto da 18.600 euros de media por médico colegiado y año.

Joan-Ramon Laporte es un gran defensor de la sanidad pública. Nacido en Barcelona, fue catedrático de Terapéutica y Farmacología Clínica en la Universidad Autónoma de Barcelona, y jefe de Servicio de esta especialidad en el Hospital Universitario Vall d’Hebron. En 1982 inició la notificación de efectos adversos de medicamentos en Cataluña, lo cual fue el embrión del Sistema Español de Farmacovigilancia en 1983. Fundó el Institut Català de Farmacologia y promovió la creación de varias sociedades científicas y redes de investigación, de ámbito nacional e internacional, en Europa y América Latina, dedicadas a la epidemiología de los medicamentos, la farmacovigilancia, la formación independiente sobre medicamentos y las políticas farmacéuticas, en colaboración estrecha con la Organización Mundial de la Salud, la Organización Panamericana de la Salud, el Ministerio de Sanidad, las agencias Española y Europea de Medicamentos y otros organismos. Ha publicado numerosos artículos científicos y valiosos estudios sobre farmacología clínica y salud pública, y ha contribuido de manera muy importante a la formación de centenares de profesionales sanitarios. Recientemente, ha publicado Crónica de una sociedad intoxicada, en la editorial Península. Un libro que ya he tenido la oportunidad de leer. Una obra magnífica, clara, rigurosa y estimulante, cuya lectura recomiendo vivamente.

En la conversación, Joan-Ramon contestó críticamente con la realidad que tenemos y contó que el 93% de los mayores de 75 años consume algún medicamento. Dijo que en España sufrimos una epidemia silenciosa de efectos adversos a los medicamentos. Habló sobre el más de medio millón de ingresos hospitalarios atribuibles a medicamentos en España. Incluso comentó que hay 16.000 muertes a causa de efectos indeseados de medicamentos solo en hospitales.

Reflexionó sobre la medicalización de la sociedad y dijo: "Medicalizamos, quizás, porque es lo más fácil, lo inmediato, lo que nos pide el paciente, lo que dice la guía que hay que hacer, lo que espera el sistema sanitario de nosotros y mil cosas más. Las cifras objetivo son nuestro santo y seña y para conseguirlas se añaden medicamentos, se complican los tratamientos y, en definitiva, se aumenta la carga de tratamiento de pacientes que, a menudo, no entienden qué les pasa, qué tienen que hacer para salir del pozo de la enfermedad -o no caer en él- y toman su medicación (o no la toman) mientras continúan fumando, con unos hábitos dietéticos insanos y un sedentarismo rampante".

Dijo que en los últimos 20 años, en los países ricos, el consumo de medicamentos se ha duplicado y que la poli medicación es la norma. Comenta que las mujeres consumen dos o tres veces más medicamentos que los hombres, que el quintil de población más pobre consume seis o siete veces más que el quintil de población más rico, las personas que están en paro consumen tres o cuatro veces más que las que tienen trabajo, las que no tienen una vivienda asegurada consumen cuatro o cinco veces más que las que no la tienen. Es decir, que no todos somos iguales ni estamos expuestos a los mismos riesgos.

También habló de las personas mayores y del consumo de medicamentos y dijo Joan-Ramon que casi un 10% de la población consume cinco medicamentos o más de manera concomitante y continuada. Pero, en los mayores de 70 años, la mitad toma cinco medicamentos o más.

Comentó que las compañías ya no son estos sitios donde un fármaco se investiga desde el inicio de la molécula hasta que sale al mercado, sino que los medicamentos se compran en Wall Street: las grandes compañías multinacionales buscan empresas biotecnológicas o de otro tipo, pequeñas, que tengan una molécula interesante y las compran enteras o les compran el producto y ya está.

Uno de los planteamientos que hace en su libro y del que hablamos en la conversación es que la población está sobremedicada a base de prescripciones excesivas, de enfermedades 'inventadas o exageradas' bajo los dictados de una industria, la farmacéutica, oscura, centrada en la venta de medicamentos y que invierte más en promocionar sus productos y formar a los médicos en la prescripción de fármacos que en investigación y desarrollos de nuevas curas.

Habló de fraude en el desarrollo de medicamentos. Apuntó en el libro cómo los datos de la investigación clínica son convenientemente manipulados para dar una apariencia del fármaco que no es la realidad en cuando a su eficacia y seguridad. Incluso dijo que los resultados de la investigación clínica tienen fraude o manipulación sistematizada y ocultamiento de los efectos adversos.

Dijo Joan-Ramon que los pocos ensayos clínicos en los que ha salido el fármaco superior al placebo los han publicado varias veces, de manera que parezcan varios ensayos clínicos.

Apuntó que el sistema sanitario español debería seleccionar entre los medicamentos autorizados cuáles son los que más le conviene. Dijo que hay medicamentos como el omeprazol que se toman muchísimo más de lo necesario, sea en el tiempo o en cantidad. Añadió que consumimos mil veces más analgésicos que hace veinte años y que las carencias en el seguimiento de los pacientes en la atención sanitaria, combinadas con nuestra cultura tan volcada en la expedición de recetas, impide que se trate el dolor de espalda de una manera más sensata y eficaz.

Apuntó que en los últimos treinta años los tratamientos se han alargado. Dice que la industria introduce pequeños cambios en algunos fármacos y los presenta como nuevos.

Contó que hace más de trece años salió en una revista de prestigio, el New England Journal of Medicine, un artículo de revisión sobre la vitamina D que, con muchas citas bibliográficas, concluía que la vitamina D es una maravilla: alarga la supervivencia, disminuye el riesgo de infarto, de ictus, de enfermedad, de alzhéimer, de cáncer; de todas esas cosas que hay que temer en la sociedad actual. Después se ha demostrado que no es cierto y se ha dicho que, por lo menos, sirve para reforzar los huesos, para prevenir las fracturas. Pero ahora se han hecho ensayos clínicos sobre vitamina D y prevención de fracturas, y tampoco sirve. Sin embargo, su consumo está muy extendido.

Y yo añado, alrededor de una mesa redonda con pacientes, médicos y farmacéuticos en el Colegio de Médicos de Granada que coordiné, que la clave de un sistema sanitario eficaz es que debe tener, y no solo de palabra, al paciente en el centro. Necesitamos a unos pacientes más activos y más formados porque sabemos que ingresan y reingresan menos y además, tienen mejor comunicación con los profesionales sanitarios y confían más en el sistema sanitario.

Sabemos que solo el 43% de los pacientes entiende lo que les dice su médico y eso es un problema para la seguridad de los pacientes. Además, decimos y repetimos que los pacientes crónicos requieren de una atención más local y, por ello, es importante conseguir diseñar procesos asistenciales que potencien la comunicación entre la farmacia comunitaria y la atención primaria y hospitalaria. Y sin duda, es necesario integrar en el proceso a la farmacia comunitaria porque facilita a pacientes y cuidadores, información clave para la gestión de su enfermedad crónica. Los farmacéuticos son esenciales para fomentar el uso seguro de los medicamentos, así como el reporte de efectos adversos y, por supuesto, con todo lo relacionado con adherencia a tratamiento e interacciones. Potenciar la coordinación entre profesionales sanitarios tiene que contribuir a tener a pacientes más informados y formados que puedan corresponsabilizarse mejor de su salud.

Probablemente como reflexión final habría que decir que hemos llegado al momento en el que es más fácil dar una pastilla que averiguar qué le pasa a un paciente. Mal vamos. Necesitamos cambiar hacia una sanidad menos medicalizada.