Español, guatemalteco o polaco, nacer en un territorio u otro es fruto de la casualidad y por eso no entiendo a quienes hacen de la casualidad un signo de distinción o de superioridad. Considerar la identidad desde esa perspectiva, ha llevado al ser humano a la guerra y a la destrucción. Yo no me siento mejor que nadie por ser español, andaluz o jerezano. En general, estoy contra todas la patrias impuestas con sangre.
Como otros muchos países, el mío también tiene infinitas razones para avergonzarse de su pasado a poco que mire por el retrovisor de la historia; y de su presente, con solo oír los titulares de un telediario. Porque, desgraciadamente, soy del país de los Reyes Católicos, que expulsaron, ejecutaron o castigaron por la gracia de Dios a más de trescientos mil judíos, conquistaron América a sangre y fuego y persiguieron sin piedad al pueblo gitano. También soy de Jerez, como Primo de Rivera, ese tipo que mira a su pueblo desde el caballo -con la coartada de ser ¿una obra de arte?-, orgulloso de haber masacrado a miles de rifeños en el norte de Marruecos, tras bombardearlos con gas mostaza. Así que esos tiempos bárbaros y quienes lo gobernaron, me dan terror. Tanto como el que vivieron mis padres, y yo mismo hasta los 18 años, con Franco: el caudillo de un régimen criminal que causó cientos de miles de muertos. Los últimos cuando ya tenía el corazón cableado y podrido y apenas levantaba la mano temblorosa para firmar sentencias de muerte. Merece la pena oír el relato de su hermana contando que “siempre firmaba las sentencias de muerte tomando café después de comer”.
Todas esas criaturas siniestras y otras, que no cabrían en este artículo, siguen considerados como padres y madres de esto que llamamos España. De hecho, aún presiden plazas, fachadas nobles y dan su nombre a bulevares y avenidas. Y en ese país vivo yo. En el que soporta impasible cómo la pobreza se adueña de nuestro futuro, mientras los responsables del saqueo se enseñorean en la obscenidad de su consentida impunidad; el que tolera lecciones de democracia de un expresidente grotesco, responsable político de la guerra de Irak, donde murieron miles de inocentes. El país que cambia justicia universal por acuerdos comerciales con China o elimina de la circulación a los jueces que tocan los genitales al poder. El país que tiene las entrañas institucionales agangrenadas por la corrupción. El que expulsa a sus jóvenes talentos a miles de kilómetros de distancia de sus regiones de origen, que son las de más paro de Europa... El que ningunea cuatro perras de sus famélicas pensiones a los mayores.
Por todo eso, tener la condición política de español no me enorgullece. Yo soy español, pero mi vínculo emocional es con el paisaje físico y cultural de un territorio plural apasionante, no con el gen patriotero, fanfarrón y cateto de quienes portan la banderita en el reloj o en el polito y se les ensanchan las venas cuando gritan ¡Essspañaaa! contra alguien. Soy de un país de gente extraordinaria, donde también viven miles de indeseables a quién jamás elegiría como compatriotas. Soy español, andaluz, catalán, vasco, gallego o aragonés si con ello estoy diciendo García Lorca, Camarón, Serrat, Paco de Lucía o Falla. Si esa condición es la de las maestras republicanas que lucharon por la libertad. Si eso significa Unamuno, Miguel Hernández, Rosalía de Castro, Picasso, Concepción Arenal, Buñuel, Margarita Xirgu, Ramón y Cajal, Vicente Ferrer; Porque esa es la gente que da sentido a una patria. Fíjense cuantos compatriotas, en todo el planeta, seguimos llorando estos días a Gabriel García Márquez.
Post data
Cuando ya había metido el dedo en esta llaga, la señora condesa, Doña Esperanza Aguirre y Gil de Biedma —esa española de tronío, que le vacila a la autoridad, se da a la fuga y no le pasa nada— acaba de calificarme de “antiespañol”, que es la condición, según ella, de quienes estamos en contra de que se torturen a los toros en nombre de la “fiesta nacional”. Lo ven, haber nacido en el mismo territorio político que esa señora no la convierte, necesariamente, en mi compatriota.
Comentarios