Si hace una quincena les confesaba mi entusiasmo por las historias que comienzan con la muerte del protagonista, hoy bien podríamos hablar de aquellas otras tramas en las que el muerto no lo estaba tanto. Desde aquel farandulero al que le cantaba Peret porque estaba de parranda en lugar de en una caja de madera, pasando por los criminales de las novelas de misterio que dejan de ser sospechosos porque fingen ser asesinados, hasta quienes desaparecen y prefieren que su entorno los dé por finados para poder empezar de nuevo en otro lugar.
El caso es que, de un modo u otro, estamos rodeados de cadáveres que nunca lo fueron. Eso pasa también con quienes infligen un dolor tan intenso que no llegan a desaparecer del todo, como si el halo de su maldad no acabara de desintegrarse por completo aunque ya no emane de sus cuerpos.
Estos días pensaba en ello mientras sentía mucho asco. Mientras escuchaba al titular del Juzgado de Instrucción número 47 de Madrid, Adolfo Carretero. Oía cómo alzaba la voz e interrogaba ferozmente a la presunta víctima de una agresión sexual, cómo la interrumpía, cómo la cuestionaba, cómo mostraba una nula sensibilidad y una falta total de empatía.
No solo ponía en duda su relato por ser actriz, sino que, para más inri, levantaba el tono y trataba a la denunciante peor que a una acusada. Le faltó preguntarle si llevaba minifalda, aunque no se privó de indagar si el denunciado "le bajó las bragas" o si había emprendido acciones judiciales contra él por despecho, porque esperaba un compromiso que no llegó. Escuchando esta infamia, entre la estupefacción y la repugnancia, me pregunto si tienen sentido el centenar de actos anunciados por Sánchez para celebrar la muerte de Franco este año. Me pregunto si en realidad el Patascortas llegó a morir del todo.
El juez Adolfo Carretero cree que actuó correctamente en su interrogatorio a Elisa Mouliaá en el caso Errejón y anuncia que pedirá que se investigue la filtración del vídeo.
— Telediarios de TVE (@telediario_tve) January 23, 2025
▶️https://t.co/ZgJQU9hIkGpic.twitter.com/6SlEFZrhkm
Y es que en la España de Franco ―esa que ahora la ignominia fascista patria intenta blanquear― las mujeres eran hijas de un Dios menor. Valían menos, como en la sala del magistrado Carretero. Sus derechos estaban negados, su destino era uno, pero poco grande y nada libre. Se las culpaba de todo y se las creía lo justo. Si alguna osaba denunciar a un hombre por haberla violado, caía sobre ella todo el peso del prejuicio machista y la sinrazón. Se las acusaba de histéricas, despechadas y furcias a las primeras de cambio. Si a alguna se le ocurría no casarse, jamás podría librarse de las miradas inquisidoras y de los cuchicheos de mercado. Franco vivía. Y las mujeres vivían menos.
El Consejo General del Poder Judicial ha dado el primer paso para investigar al juez Carrretero por su actuación tras recibir más de novecientas quejas en menos de cuarenta y ocho horas. El poder tiene manos feas, hace daño, no tiene miedo. Hay poderes que no desaparecen con la muerte. Hay muertos que cambian de rostro para seguir viviendo, para perpetuar nuestro temor. Para recordarnos que estamos bien jodidas.