Hace poco granizó en Sevilla. En la madrugada del miércoles al jueves, un estrepitoso trueno despertó a muchos vecinos hispalenses sobresaltados por el tremendo estruendo que resonó en mitad de la tormenta. El paso de la borrasca Konrad está dejando una intensa actividad eléctrica en toda la provincia. Solo en la noche del jueves, se registraron casi mil setecientos rayos en Andalucía occidental.
Parece que el cielo se nos cae encima, si bien lo de tener techo sobre la cabeza mitiga bastante el miedo. Hoy, como ayer, no todos pueden decir lo mismo. Veintiocho mil quinientas personas sin hogar vivían en España en 2022 ―fecha más reciente con datos oficiales―, aunque siempre me he preguntado cómo puñetas se contabiliza a los que no salen en los papeles, a los que tienen cartón en lugar de DNI. Probablemente, el conteo sea a ojo.
La lluvia y el frío son de los vectores más dramáticos de la estampa del mendigo, junto con el perrillo, la manta sucia y las cajas haciendo las veces de colchón. El tetrabrik de vino peleón completa la estampa, que se vuelve más tierna y más dura si en vez de ser de vino es de leche. A quienes se nos ablanda el corazón de más con los que menos tienen, lo tenemos jodido para pasear por ciertos núcleos urbanos. Siempre recordaré al chaval que pedía limosna de noche agachado junto al escaparate de Louis Vuitton en el Paseo de Gracia de Barcelona. Era un lienzo naturalista sobre todo lo que hemos hecho mal.
Más recientemente ha emergido un nuevo tipo de estirpe sin hogar, valga la antítesis: el mendigo facha. Existe de verdad y el que conozco está en Sevilla, aunque no creo que sea único en su especie. Vive bajo los soportales de la entrada a un patio de vecinos de una de las calles más céntricas de la capital. Sus posesiones más preciadas son una pila de cartones, una mini tienda de campaña barata y una bandera de España, y no precisamente en ese orden. Grita "¡Viva Vox!" cada vez que alguien pasa por su lado. Duerme al pie de una tienda de belenismo.
Una caja de cartón puede tardar entre 2 meses y 5 años en degradarse por completo, dependiendo de factores como la humedad y las condiciones ambientales. La lluvia sevillana de estos días ―que no fue pura maravilla, aunque sí muy necesaria― puede deshacer todo el cartón que se le ponga por delante. Por eso, cuando el cartón es pared, la cosa se pone fea.
Quizás por eso, a nuestro sujeto de estudio, a ese espécimen de nueva ola, le dé por berrear tanto, porque estar mojado pone de muy mala hostia y hasta nubla el juicio. Si me paro a pensarlo más, creo que definitivamente no lo entiendo. Al fin y al cabo, nuestro protagonista probablemente no irá a votar, no posee una casa que le puedan ocupar, no tiene un trabajo precario que algún latinoamericano le vaya a robar, no es una abuelita quebradiza cuyo bolso esté hoy a merced de un mena, no creo que tema que una mujer le quite el cartón. Quizás no filtre al gritar, quizás hayamos hecho demasiadas cosas mal, quizás hayamos hecho demasiado poco por él. Quizás sea imbécil. O ‘simple-mente’ facha.