Y ese problema se llama Vox. Feijóo sabe perfectamente que en España gobierna, no el partido que más votos haya sacado en las elecciones generales, sino el partido que más votos de congresistas alcance en el Parlamento. Y esto es así porque lo dice taxativamente nuestro ordenamiento jurídico. Y además porque es lo lógico, porque un sistema presidencialista, como el francés, por ejemplo, necesita para ser justo de una segunda vuelta, que en España tiene lugar en el Parlamento.
De modo que para ser presidente, el señor Feijóo, aun en el caso de que se cumplan todos los pronósticos de las encuestas que le son más favorables, necesitaría pactar con Vox, como ya ha hecho en muchas autonomías, municipios y diputaciones. Y ahí está su problema, que si pacta con Vox se está cerrando las puertas a cualquier pacto con cualquier otra formación política, incluyendo sus aliados tradicionales, PNV y Convergencia (ahora Junts), como quedó claro en el último debate electoral. Podría aplicarse aquí el dicho popular de que “en el pecado lleva la penitencia”.
Por eso anda como loco tratando de propagar la teoría de que lo “democrático” es que consiga la presidencia, la lista más votada, es decir, él en el supuesto de que se cumplan las encuestas. Y presionando a los dirigentes del PSOE, PNV y otros partidos que considera más o menos “constitucionalistas” (ya he explicado que esto no tiene por qué ser así) para que se abstengan en una supuesta votación sobre su presidencia.
El problema es que no cuela. El PSOE, por mucho que lo diga Felipe González, estaría cometiendo un auténtico fraude electoral si utilizara los votos de sus votantes para aupar a la presidencia a un señor que promete desmantelar todas las leyes aprobadas por este gobierno y en las que basa su campaña (reforma electoral, excepción ibérica del gas, ley de memoria democrática, leyes “trans” y del “solo sí es sí”…) lo que lo colocaría en una situación a futuro cercana a la desaparición como alternativa, como ya les sucediera al PASOC en Grecia o al PSI en Italia. Tampoco el PNV puede apoyar una alternativa de gobierno con la presencia de un socio como Vox, que tiene entre sus objetivos acabar con las autonomías y con las lenguas cooficiales. Y menos cuando está sintiendo en el cogote el aliento electoral de EH-Bildu, que se presenta como una alternativa electoral cada vez más sólida en Euskadi. De Sumar y de ERC no necesito decir nada ¿No es así? De Junts, ya hablaré al final.
Así que el señor Feijóo se arriesga a no poder alcanzar la mayoría suficiente para gobernar, aun en el caso de ser el candidato más votado y contar con el apoyo de Vox, que ya ha dejado claro que no lo va a dar gratis. Por eso resucita el viejo discurso de los “gobiernos de perdedores” como antídoto ideológico al cordón sanitario en torno a Vox, al que el PP renunció hace tiempo, pero al que el resto de formaciones políticas no están dispuestas a renunciar de momento. De hecho, a algunas de ellas, como es el caso de muchas formaciones, no ya nacionalistas, sino simplemente autonomistas, les va en ello su propia supervivencia.
A menos que, y me atrevo aquí a hacer un pronóstico, alcance un acuerdo con Junts per Catalunya, un partido que está en sus horas más bajas, enfrentado a graves problemas después de no haber sabido gestionar la salida del “procés” ni haber podido sustituir el liderazgo de Puigdemont, cada vez más presionado por la justicia española. Un acuerdo basado en la vuelta a los valores pactistas de la Convergencia de Puyol. Para eso tendría, eso sí, que ofrecer algo a cambio, como por ejemplo el indulto de Puigdemont. Sería irónico que después de haber acusado al actual Gobierno de ceder ante los independentistas, fuera el propio Feijóo el que lo hiciera a cambio de la presidencia. Veremos.