Felipe González y Alfonso Guerra son dos de los políticos más importantes de la Transición Democrática española. Juntos formaron un binomio casi perfecto que modernizó España desde 1982 a 1996. Basados en la recaudación de impuestos y en la inversión pública mejoraron la educación y la sanidad pública, que se convirtieron en derechos universales. Crearon el llamado “Estado del Bienestar”.
Mejoraron las pensiones, creando la pensión no contributiva, un avance social que favoreció a numerosas mujeres que no pudieron ejercer laboralmente en su tiempo por dedicarse a “sus tareas”. Fortalecieron las ayudas sociales al desempleo, sobre todo en el difícil mundo rural. Aumentaron las becas universitarias favoreciendo la llegada de todas las clases sociales a las universidades públicas. Reforzaron las infraestructuras, favorecidos por las ayudas de los fondos europeos. El AVE se convirtió en el símbolo del progreso.
La ley de Despenalización del Aborto de 1985 reconocía derechos muy modernos a las mujeres garantizando su derecho a abortar ante determinados supuestos. Se acabó así con los peligrosos abortos caseros y con las idas y venidas de la gente de dinero a Inglaterra para abortar. La Expo 92 y las Olimpiadas de Barcelona fueron el colofón a la modernización de España, que mejoró su imagen exterior, aumentando la inversión pública extranjera. Con sus 14 años seguidos de gobierno España dejó atrás la Transición y se convirtió en una democracia asentada.
Felipe y Alfonso eran como el poli bueno y el poli malo de las películas. Felipe actuaba como un encantador de serpientes. Con una dicción exquisita transmitía y encantaba al pueblo entusiasmado, que – “por consiguiente”- votó al PSOE hasta ganar 4 legislaturas seguidas. Para las refriegas más bajas con los adversarios políticos estaba Alfonso Guerra, que no tenía pelos en la lengua. Cuando hablaba subía el pan. Alfonso Guerra fue el terror de las derechas durante los 14 años que estuvo de vicepresidente del gobierno de España.
El PSOE de Felipe cayó por el desgaste de gobierno, por la presión mediática de las derechas, y sobre todo, por la corrupción y falta de ética en algunas actuaciones. El caso “Filesa” puso de relieve la financiación ilegal del partido. La Expropiación del Holding Rumasa llevó consigo la “cultura del pelotazo”, por la inmensa fortuna que obtuvieron algunos con los bienes expropiados. El “caso Roldán”, otra corruptela en el que el Director de la Guardia Civil se marchó de España con un dineral que había robado de las arcas públicas. El caso Juan Guerra, que llevó a la dimisión del vicepresidente Guerra, un auténtico Lawfare de la época, pues después la sentencia fue absolutoria.
Pero sin duda el peor caso de corrupción, que ha manchado para siempre a la democracia española, fue el asunto de los GAL. Un grupo armado, financiado y organizado por el estado, que ejercía la guerra sucia contra ETA. Se mató y se secuestró a etarras, en vez de detenerlos y llevarlos ante un juez como requiere el estado de derecho. Toda la cúpula del ministerio de interior, incluido el ministro Barrionuevo, así como un gobernador civil y diversos cargos policiales fueron a la cárcel. Lo cierto es que el “pte” Felipe y Alfonso, que negaron siempre conocer la trama, miraron para otro lado en un asunto que debió requerir toda su atención, si es que no la conocieron o estuvieron implicados en ella, como creen muchos. Posteriormente Aznar indultó a todos los implicados a los pocos años y paralizó todas las investigaciones en otro nuevo pacto de silencio de nuestra inmadura democracia.
Felipe y Alfonso se han caracterizado en los últimos años por su oposición manifiesta a las políticas de Pedro Sánchez, sobre todo aquellas que tienen que ver con el problema catalán. Cuando gobernaron se apoyaron en ellos y les dieron alas. El independentismo y el Procés no solo ha dividido a la sociedad catalana, también a la española, ha potenciado a la derecha y a la ultraderecha bajo el paraguas de la sacrosanta unidad de España y ha dividido internamente al PSOE. Pero lo que no le perdonan a Sánchez es su desvinculación de sus amigos socialistas andaluces –Chaves y Griñán- los del escándalo de los EREs y su administración paralela. Y sobre todo, de haber defenestrado en buena lid en unas primarias a Susana Díaz, continuadora de aquellos y la preferida por Felipe y Alfonso para gobernar España.
Me hubiese gustado escuchar a Felipe y Alfonso criticando más la xenofobia de la ultraderecha, la negación de la violencia machista por estos o la abolición que proponen de la Memoria Histórica, que ha aportado reconocimiento y dignidad a muchos socialistas que fueron asesinados entonces por defender un estado democrático y dormían en el olvido y en las cunetas de sus pueblos. Parece que preferían un gobierno de PP-VOX antes que Sánchez pactase con los demás grupos. Tampoco han alabado abiertamente otras medidas que han beneficiado claramente a las clases trabajadoras y más humildes de España o las libertades alcanzadas por el colectivo LGTBI. A esta oposición a Sánchez se han unido otros históricos, como Redondo, Leguina, Rodríguez de la Borbolla, Lambán…
En realidad, Felipe y Pedro Sánchez son muy parecidos. Ambos tienen un piquito de oro y una alta capacidad de convencimiento. Ambos demostraron o demuestran una alta capacidad de adaptación a la coyuntura política para intentar salir airosos e implantar medidas que redunden en una mayor justicia social, que es lo verdaderamente importante en el socialismo democrático. Ambos creen en lo que hacen, por eso son líderes. Quién no recuerda el cambio de postura de Felipe con la entrada de España en la OTAN (esa “OTAN cataflota yes very well” que cantaba el añorado Carlos Cano). Del “No” al “De entrada, no”. Del mismo modo, Sánchez ha tenido que desdecirse varias veces para formar gobierno.
La Amnistía ha sido el punto más extremo de la separación entre Felipe y Alfonso con Pedro Sánchez. Sin embargo, las últimas elecciones en Cataluña han dado la razón a este último. No nos engañemos, al nacionalismo hay que derrotarlo continuamente en las urnas y Sánchez e Illa han visto respaldada su política de apaciguamiento y amnistía en Cataluña, al mismo tiempo que se ha vencido al nacionalismo, que ya no es mayoritario. Las medidas represivas, por mucho que lo avale la constitución, no conducen a la solución del problema.
Felipe, Alfonso y Pedro Sánchez pasarán a la historia política de España con sus virtudes y sus defectos, con sus aciertos y errores, con sus luces y sombras. Pero cómo me gusta recordar un mitin en la Alameda Vieja de Jerez, creo que fue en 1986, en el que Alfonso Guerra “a grito pelao” vociferaba: “La Tierra para el que la trabaja”. Era cuando la Reforma Agraria, que nunca se hizo, era un punto primordial para el socialismo andaluz. ¡Ay! - cuánto hemos cambiado.
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