Desde que un alcalde suprimió la Feria de la Vendimia, han sido muchos los intentos por reponer de algún modo la celebración de tan importante acontecer ligado esencialmente a nuestra idiosincrasia. Bueno, al principio ni eso, con aquellas disparatadas fiestas de otoño cuando el verano aún no había terminado y apretaba el calor sofocante de septiembre. Un bochorno característico que nadie ha descrito mejor que José Manuel Caballero Bonald en su novela Dos días de setiembre —así, sin p, al puro estilo juanramoniano—, donde traza una radiografía de la sociedad jerezana de posguerra al mismo tiempo que desbroza sus saberes ancestrales y vividos en torno al vino. Mago de la palabra, Bonald transmuta en literatura los olores, el paisaje, el levante, el campo, la ciudad, las borracheras, el aguacero, pero sobre todo el proceso que va a dar origen a un vino tan significativo y poderoso como el jerez. Y, naturalmente, el drama humano.
Ese otoño anticipado, sobrevenido, postizo y absurdo se esfumó. Las Fiestas de la Vendimia —aun sin feria— permanecen, y aplaudimos los intentos por revitalizarlas, pero no podemos afirmar que se haya acertado sucesivamente en el marco de su redefinición. El político populista dijo que aquella feria era clasista y de los señoritos, por consiguiente, decidió eliminarla. Paradójicamente, hoy lo que abundan son eventos elitistas, previo pago. No obstante, de entre las ideas surgidas para festejar el vino de Jerez, una se ha materializado con singular éxito: el ciclo De copa en copa, que tras haber probado ediciones anteriores en la plaza del Arenal o en el recinto del Alcázar, parece haber encontrado en los claustros de Santo Domingo asiento definitivo. Por un módico precio —que en esta ocasión se ha incrementado—, el visitante puede degustar viejos jereces en un enclave histórico de gran belleza. Paladear los mejores vinos del mundo mientras se pasea por la arcada del gótico convento es una de las experiencias más placenteras, cordiales y exquisitas. Barrunto que el espacio pueda quedarse pequeño en próximas convocatorias. Qué pena de bodegas que se han destruido, en especial, aquella de tan preciosos jardines que había cerca de donde estuvo el cementerio viejo: formidable espacio sería para la realización de eventos relacionados con el enoturismo. Pero en mi pueblo somos así y alguien jugaba a recalificar y descatalogar en función de sus intereses, en vez de proteger y conservar en aras del común interés.
Con todo, para derramar la alegría y fomentar el consumo del fruto de la vid y del trabajo del hombre, debería recuperarse la Feria de la Vendimia en el Real del Hontoria. Una feria con menos días, pero más centrada en su protagonista, el vino de Jerez, a través de la implicación de empresas e instituciones. Y que no sería excluyente, sino complementaria, respecto a otros eventos y consideraciones, pues setiembre da para mucho. Lo que ya estaba inventado —y estúpidamente se desdeñó—, pero adaptado a nuestros días, tradición y vanguardia a un tiempo. Atrevámonos a intentarlo.
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