Ir al contenido
Dos niñas en una escuela en una fotografía de archivo. Prisión para este profesor de Sevilla.
Dos niñas en una escuela en una fotografía de archivo. Prisión para este profesor de Sevilla. CANDELA NÚÑEZ

La palabra educar significa, de alguna manera, guiar a alguien por un camino determinado; enseñar una manera de conducirse, eligiendo seguir en una dirección o en otra y dependiendo de los indicadores que nos encontremos por el camino. Y yo a eso le llamo enseñar a vivir o, lo que es lo mismo, educar para la vida.

Hay un dicho chino que dice algo así como que no podemos alfombrar el mundo para que nuestros hijos no tropiecen con las piedras del camino, pero sí podemos ayudarles a que usen los zapatos que necesitan para andar por la vida…. A lo que yo añado: Y para que puedan sortear lo que se les presente, sin hacerse más daño del necesario para aprender de la experiencia y seguir adelante.

No se trata de mantenerlos en una urna de cristal. Desde hace unos años, es muy frecuente ver a padres y madres sobre protectores, por el miedo a que les ocurra algo a sus hijos, en situaciones que ya   pueden afrontar por sí mismos. A todos nos duelen nuestros hijos. Y, cuando nos llega la hora de vivir este tipo de situaciones, lo pasamos mal hasta que nos convencemos de que, en ese aprendizaje en cuestión, ya no necesitan nuestra protección.

Pero es importante entender que, actuando así, solo les estamos perjudicando, porque a caminar se aprende caminando y a vivir se aprende viviendo y experimentando. La clave que nos puede orientar, en este sentido, es no hacer por ellos lo que ya pueden hacer por sí mismos.

Lo que sí podemos hacer los padres, con nuestra palabra, nuestras actitudes y comportamientos, es “ponerles la vacuna” que les puede ayudar a ser personas autónomas y con criterio propio. Y a ser capaces de afrontar la vida, con aprendizajes grabados a base de entrega, de cariño y de la firmeza necesaria por nuestra parte. Esto les ayudará a adquirir la tolerancia a la frustración, algo imprescindible que necesitarán nuestros hijos cuando vengan los tropiezos o las dificultades.

No podemos delegar en otros lo que nos corresponde a los padres,porque hemos decidido tener a nuestros hijos, cuidarlos, quererlos y educarlos. Lo que podemos hacer nosotros es lo más importante, porque sentamos las bases que les van a permitir filtrar lo que les llegue de otros ambientes. Tenemos que tener muy claro que lo que nosotros no hagamos, no lo va a hacer nadie. Si dimitimos a la primera de cambio, otros cogerán la batuta. Y nuestros hijos acabarán buscando fuera lo que no encuentran dentro, con el riesgo que esta búsqueda puede suponer para ellos. ¡Es así de sencillo y de complicado a la vez! Pero estoy segura de que nadie podrá tener la paciencia y la firmeza necesarias para ejercer la paternidad/ maternidad como lo podemos hacer  nosotros.

Y es que estoy convencida de que no hay mejor prevención, para muchos de los problemas que nos encontramos en los adolescentes y los jóvenes de hoy, que unos padres conscientes de su responsabilidad, que se preocupan por estar informados sobre lo que es mejor para sus hijos. Y que piden ayuda cuando no saben qué hacer ante determinadas situaciones que se le pueden presentar a cualquiera. ¡Y no por eso son peores padres, sino todo lo contrario!

Educar a los hijos es una carrera de fondo y nadie puede decir, sin equivocarse,que siempre va a estar a la altura de las circunstancias. Todos aprendemos de los errores, si tenemos la suficiente capacidad para admitir que nos hemos equivocado. Y mantener una actitud abierta, que nos permita aprender lo que necesitamos, para hacerlo de otra manera.

Nuestros hijos van a entender que nos hayamos equivocado, aunque hayamos hecho, en cada momento, lo que creíamos mejor para ellos. Pero lo que no va a entender es que hayamos delegado nuestras responsabilidades por miedo a fallar, por el qué dirán o por comodidad, entre otras razones.

Está claro que educar a nuestros hijos nos exige, a veces, reeducarnos a nosotros. Pero el resultado será mucho mejor, si lo hacemos así, que si dejamos que sean otros los que les inculquen una forma de ver la vida que no compartimos. Y lo que es peor: que se vean expuestos a situaciones que pongan en peligro su integridad física o mental.

No hay mejor escuela para la vida que la familia. Ese será el mejor legado que podremos dejar a nuestros hijos y el que siempre guardarán en su corazón cuando no estemos.

Lo más leído