Nos maravilla, atrae y nos compone, ese líquido elemento que en la naturaleza no se presenta transparente, incoloro, inodoro ni insípido, dotando a cada una de nuestras aguas de sabor, olor y color únicos.
Ilusiones ópticas provocan la percepción de la imagen invertida de objetos lejanos, como si se reflejasen en él, dando lugar a los llamados espejismos. Muy conocidos los lagos de agua distantes en el desierto o en carreteras con el asfalto muy caliente, y un fenómeno muy singular denominado Fata Morgana de esta ilusión, fantasía o apariencia sobre el agua del mar, nos parece que los barcos levitan.
El río Guadalquivir a su paso por la ciudad de Sevilla es una gran dársena, resguardada artificialmente sin corrientes, navegable por cruceros y mercantes hasta su histórico puerto, si bien es estanca por su esclusa, sin ella se quedaría vacía. Difícil de entender por el visitante que existan restricciones de agua de consumo ante tal imagen.
La aldea del Rocío tiene a Doñana de lindero una visión de la marisma, con agua a pesar de la gran escasez, denominado charco llamado de la Boca, que representa menos de un 1% de la superficie inundable del Parque Nacional.
Hectáreas llenas de túneles de plástico, para aceleración de maduración de frutas, en el horizonte parecen lagunas, charcas o masas de agua en superficie, al menos a nuestra vista.
Va a hacer falta una alta dosis de información y conciencia para que entendamos la correlación directa de las lluvias con la disponibilidad de aguas subterráneas y existencia de aguas superficiales.
La magia del agua, capaz de crear alimentos y biodiversidad, también provoca los espejismos ante su necesidad imperiosa. Ante este bien cada vez más escaso, hay que estar atentos y saber discernir entre la realidad y lo ficticio, para no caer en errores vitales.