Siempre estuvo ahí, con su brocal encalado protegido, y ante el relevo generacional de padre a hijos, tras sus estudios, surgieron preguntas ante nuevos retos, marcados por el cambio climático. El canal apenas trae agua superficial al estar los embalses vacíos, la comunidad de regantes no tiene ingresos para tener abierta la oficina, el regador en paro, una economía de duro presente.
El hijo plantea suplir la falta hídrica con un pozo más profundo, agua gratis, invertir en superintensivos, royalties, maquinaria nueva, abonos químicos y herbicidas para tener una gran cosecha y vender mucho.
La hija, en cambio, apuesta por variedades locales, semillas heredadas, mayor resistencia a sequía y plagas, rotación de cultivos de temporada con cubierta vegetal, producción ecológica certificada, venta local con acuerdos de precios suficientes por campañas, cuidar la tierra recibida de sus antepasados, y el agua a sacar en virtud de la recuperación del nivel del freático.
El padre dejó a cada uno una parcela, apoyo inicial económico, con la ilusión de siempre tenerlos cerca. Las reuniones familiares servían de plasmación de avances de dos modos de vida.
Él iba sólo de vez en cuando, vivía en la ciudad, hablaba por teléfono con el encargado y se preocupaba de los ingresos anuales de la PAC. Ella era muy querida por la gente, alimentaba muchas familias con venta directa, socializaba, daba trabajo todo el año en el pueblo, su escuela enseñaba alimentación y biodiversidad, siendo bienvenidas todas las visitas.
Un año ya no llovió como debía, se veía venir, y un día el nuevo pozo se secó ante los grandes grupos de bombeo. El encargado lloraba al dueño y todo se acabó. Era la ruina, lo perdió todo ante la bancarrota. Ya no volvió al pueblo.
Ella, agricultora, lo pasó mal, pero pudo cultivar para poder alimentar a su clientela, sin desperdiciar nada y el viejo pozo seguía con suficiente agua limpia. Su padre, en las largas convivencias, le confesó que su padre y abuelo, le decían que en el campo había que conservar, para cuando no hubiera, y que el agua del pozo siempre estaría ahí, cuidándola, pues no se evaporaba. Sigue viviendo allí, muy orgullosa de sus orígenes.
La legislación no está a la altura de las exigencias climáticas-ecológicas y lo que hay legislado, no se cumple. Una vez más el campo sigue siendo el gran olvidado de la moderna sociedad y esto tendrá consecuencias más pronto que tarde.
Hay que discriminar positivamente en los planes hidrológicos de cuencas, a quienes conservan en calidad y en cantidad nuestras dulces aguas. La agricultura de regadío no puede ser a base de secar y contaminar nuestros pozos, vital agua de reserva. Basado en hechos reales.