Recuerdo la historia que me contaron del hombre encaramado a un taraje -arbusto-, gritando socorro ante la rápida crecida del arroyo que no conocía, el operativo de rescate implantado y su desenlace feliz.
La restauración ambiental del río Guadiamar, tras el desastre minero, fue una necesidad, y a día de hoy necesita continuar. Los tarajes se utilizaron para asimilación de los metales pesados vertidos, y se han de extraer para su descontaminación del medio, tras cumplir objetivo. Si además la galopante expansión que han tenido, comportándose como invasora en riberas y marismas donde nunca existieron, su control en pro de la biodiversidad es obligado.
Añadiendo la proliferación complementaria de cañas, conformando masas impenetrables con falta de biodiversidad, siendo una de las 100 especies más invasoras según la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza, y que significativamente hace disminuir la disponibilidad de agua corriente en ríos y arroyos que desembocan en la marisma de Doñana y Estuario del Guadalquivir.
Ha sido útil el trabajo realizado, si bien la actual no acción sólo se puede entender ante la falta de información. Espero sirvan estas reflexiones.
En la Cumbre del Clima de Dubái (COP28), 34 países incluyendo el nuestro, se han adherido a la iniciativa Desafío del Agua Adulce (Freshwater Challenge), con horizonte 2030, cuyo objetivo es restaurar 300.000 kilómetros de ríos y 350 millones de hectáreas de humedales degradados.
Proteger estos ecosistemas para mitigar cambio climático, incrementar nuestra seguridad hídrica, alimentaria y energética, junto a la vital biodiversidad y vivir en Paz, los pasos para poder lograr un Desarrollo Sostenible. Así sea.
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