Hija, yo no quiero verme en una residencia de ancianos, con todos los medios y medidas higiénico sanitarias y sin embargo solo. Llegado ese momento te pido me lleves a las tres mil viviendas, con los gitanos, para sentirme acompañado y vivo. El flamenco corre por mis venas.
Un afamado neurólogo reflexionaba sobre las etapas de su vida, y sin embargo la última aún sin haber llegado, ya estaba preparado. El verse sin posibilidad de valerse por sí mismo, pasar días sin poder hablar ni opinar, sin el roce familiar continuo, y ser una carga financiera en una gran capital de miles de euros mensuales, no le convence para nada.
En esas condiciones un empleado social vive a más de una hora del trabajo, su sueldo no le permite el transporte privado, y los sábados compra para cocinar sus almuerzos de entre semana de la familia. Se acuerda de sus mayores, sin embargo la visita, aún breve, es inalcanzable.
Nuestro médico jubilado del sistema nervioso y sus enfermedades piensa estar en una residencia de un pueblo, sentir el respeto, poder hablar de sus sabias experiencias con jóvenes que tengan inquietudes y vivan de ello, con gran nivel de sentimientos, viendo teatro y bailes de los inocentes niños del colegio, escuchando música clásica en el jardín a la sombra de una glicinia en flor, respirando aire puro, comiendo del huerto ecológico que ve por la ventana, escuchando al gallo que le recuerda a su infancia, y en la mesita de noche una radio pequeñita con auriculares de compañía nocturna y un libro electrónico que le permite tener una gran biblioteca a su alcance, generando con este modelo economía rural de la tercera edad.
Su estancia allí permitirá que se fije población, que sigan funcionando los servicios públicos y que no se masifiquen las ciudades con grandes edificios - llenos de apartados de nuestra sociedad -, donde solo existen números en sus puertas. Sirva como singular testamento de última voluntad.