La restauración de nuestros ríos y arroyos necesita restablecer la biodiversidad, con especies que estaban y han desaparecido. Las semillas y ramas que bajaban antaño en tormentas por las aguas crecidas, llegando a lugares potenciales a arraigar, ya no están.
Las invasoras y exóticas han copado el terreno y no permiten la implantación de convivencia vegetal. Masas monoespecíficas, con altísimos consumos de agua, pirófitas, como la caña común, demandan un plan especial, sencillamente por sostenibilidad hídrica incluida.
La restauración de las zonas con planta acuática autóctona permite mejorar la biodiversidad y establecer una competencia a la actual masa vegetal de una sola especie en muchos enclaves.
Las hay sumergidas y flotantes, semisumergidas y de riberas, jugando un papel depurador, incrementando la calidad de aguas corrientes, siendo las principales fijadoras de carbono, actúan como refugio de la fauna asociada e incluso de despensa alimentaria para animales y personas.
Especies de aquí, incluso sin valor comercial pero fundamentales en la recuperación de nuestro Dominio Público Hidráulico, han de tener un lugar que las cultive, recolecte y sea reservorio genético estratégico, por su adaptación a nuestro clima y suelo.
Hay que crear una red de viveros de plantas dulceacuícolas, aun no siendo pioneros - véase el Centro Acuícola de El Palmar -, sí necesarios en cada cuenca hidrográfica, para dotar de verde autóctono, a orillas y márgenes de nuestros vitales cauces territoriales. Nuestra flora es parte esencial e identitaria de nuestro paisaje natural, con valores estéticos y culturales, el cual hemos de garantizar su conservación para uso y disfrute de todos.
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