Palabras fósiles que tenemos que dotarlas de vida. Si olvidamos al campo, flaco favor a quién nos nutre, nos da de beber y nos dota de energía.
Sustituimos nuestro lenguaje por nuevos vocablos, quizás la avidez por evolucionar, adaptación a la tecnología o al cambiante mundo laboral, el derecho a progresar, nos hace reflexionar sobre el olvido.
Soledad, oscuridad y silencio nos recuerda a través de nuestro ADN, recelo y temor en mitad del desierto humano, aún lleno de biodiversidad e iluminado por estrellas de nuestro territorio. No hace tantos miles de años el domar el fuego nos libró de las fieras, por eso nos sentimos acompañados ante una chimenea u hoguera al aire libre.
La riqueza del lenguaje, el conocimiento nos hace tener una mente más abierta, clara y limpia, ante un cerebro infrautilizado para el potencial que tenemos. En un mundo cada vez más especializado, el detalle más mínimo adquiere especial relevancia, siendo un rico lenguaje rural, una muestra cultural adicional.
Si nos provee de alimentos y de agua, su ciclo y cultivos no pueden pasar desapercibidos. Aprendizaje del vocabulario y su comunicación, la mejor manera de una puesta en valor y reconocimiento, a través de la práctica. Se valora lo que se conoce.
La vida del campo, sus labores y sus habitantes tienen su vocabulario, siendo su etimología pura sabiduría.
Calabozo no es sólo un lugar privado de libertad, ni un chiringuito un fraude fiscal, un gallo con falta de ortografía no es un poyo, una alúa si es una hormiga con alas y una biznaga sirve como palillos de dientes. Tantas cosas por descubrir para el gran mundo y un orgullo el conocerlas.
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