Park Hang Seo, el entrenador coreano de la selección de fútbol de Vietnam e ídolo nacional, me comentó en nuestro último café antes de la pandemia que "el pueblo vietnamita tiene un sentimiento de resiliencia y pertenencia a su naci difícilmente comparable con otros pueblos".
El fútbol es parte inseparable de mi vida, pero no es toda mi vida. El acervo cultural proviene también de experiencias profesionales por cuatro continentes, por países y regiones que el fútbol me invita a recorrer, y lo que aún me queda por ver. La cultura de los pueblos y sus formas de expresión dicen mucho acerca de los comportamientos de los atletas que los representan. La historia de cada una de esas naciones marca sus realidades y les condicionan el futuro.
Vietnam, reunificada en 1976 después de una guerra cruel y devastadora, comenzó a transitar por un camino de concordia y reconstrucción que la lleva en la actualidad a poseer índices de crecimiento económico de los más altos en el sudeste asiático y con recursos naturales que le permiten marcar presencia en el comercio mundial. No obstante, aún resta camino por recorrer. Todos esos avances han repercutido positivamente en su estado de bienestar (sanidad, educación y vivienda) y en consecuencia, en su deporte más popular: el fútbol.
Cuando se conducen grupos humanos, y en mi caso grupos de futbolistas, también debo considerar que, en su enriquecimiento en valores esenciales para la propia vida y la de sus afectos y cercanos, como Entrenador juego un rol importante. Y para ello, debo estar preparado. Y esto no se logra de la noche a la mañana; esto requiere fundamentalmente de la concientización por la influencia que puedo ejercer sobre la futura vida de mis entrenados.
El Museo de los Vestigios de la Guerra de Vietnam (War Remnants Museum) fue quizás de las experiencias más duras vividas por todos los que compusimos esa delegación. Lágrimas de incredulidad rodaron por nuestras mejillas.
Como meros turistas, neutrales en posicionamientos políticos que constituyeron la génesis de ese conflicto que marcó al mundo como algo que no podía volver a ocurrir, lo visto mostraba lo crudo y escalofriante de una guerra de dolor y mutilaciones físicas y espirituales por ambos bandos.
Con los años se percibe la creciente pasión de los vietnamitas por el deporte y principalmente por el fútbol, su disciplina para buscar la perfección desde pequeños, su espíritu de lucha y patriotismo que inundan cada campo de entrenamiento, cada estadio, cada viaje al extranjero para acompañar a sus selecciones nacionales; todo lo anterior no es más que la consecuencia de su amor al país que sus mayores supieron unir, y que el fútbol les permite sellar aún más esa comunión territorial.
Sus valores los identifican, y estos no se asocian a colores políticos, regímenes, idiomas ni credos. Perdonan, pero no olvidan, simplemente eso. Vietnam sigue hacia adelante.
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