El gitano Chaplin, los inventos de Melquíades y el oído de Camarón

Camarón habría de nacer a mediados del siglo XX, cuando Chaplin había sido ya incluso candidato al Nobel de la Paz. Pero las íntimas verdades de sus orígenes y sus fulgores no iban a distar demasiado

Álvaro Romero Bernal.

Álvaro Romero Bernal es periodista con 25 años de experiencia, doctor en Periodismo por la Universidad de Sevilla, escritor y profesor de Literatura. Ha sido una de las firmas destacadas, como columnista y reportero de 'El Correo de Andalucía' después de pasar por las principales cabeceras de Publicaciones del Sur. Escritor de una decena de libros de todos los géneros, entre los que destaca su ensayo dedicado a Joaquín Romero Murube, ha destacado en la novela, después de que quedara finalista del III Premio Vuela la Cometa con El resplandor de las mariposas (Ediciones en Huida, 2018). 

Cartel de la película 'Chaplin, espíritu gitano'.
Cartel de la película 'Chaplin, espíritu gitano'.

Hace solo una semana, cuando Camarón de la Isla hubiera cumplido 74 años si no hubiera muerto cuando la Expo del 92 para convertirse en leyenda, pensé una vez más en la portentosa incapacidad del gitano de San Fernando para desafinar. Es algo en lo que insistieron tanto quienes lo pudieron disfrutar de cerca que no hay más que volver a escucharlo, una y otra vez, en cualquier contexto y palo, para cerciorarse uno, efectivamente, de que su garganta era un instrumento perfecto que derrochaba miel, de que podía tener mejor o peor voz en función de la proximidad a su propia muerte, pero que nunca le falló la afinación de un cante gitano por el que pudo catapultar al flamenco, sin pretenderlo específicamente, a los confines del orbe internacional. Pues resulta que fue pensar esto, hace una semana, y sorprenderme con el anuncio de que por fin llevaban al cine, a través de una serie de Netflix, la increíble saga familiar de Cien años de soledad, rotundamente mi novela de cabecera desde que la leí por primera vez con apenas catorce años.

Anoche vi el primer capítulo, y aunque mantengo mis recelos de qué hubiera opinado el propio García Márquez de esa traslación de su narrativa fulgurante al séptimo arte en el que él tanto intervino por su trabajo como guionista, me pareció que el personaje más mágico del arranque de la novela convertida en serie audiovisual ni siquiera es Aureliano Buendía, recordando la primera vez que su padre lo llevó a conocer el hielo mientras un pelotón de fusilamiento le apunta a la cabeza, sino el gitano que volvió loco a su padre y que aparece, en la novela y en la serie, en pleno Macondo una vez que sus fundadores se han asentado en él definitivamente: Melquíades. Este gitano “de barba montaraz y manos de gorrión” se presentó en el poblado recién nacido y ni siquiera engañó a nadie con los imanes que desconcertaron a José Arcadio porque se llevaban tras de sí las ollas, las cacerolas, los peroles y hasta los clavos de las puertas, sino que se los cambió por un par de cabras –qué cosa tan gitana- y luego se las devolvió cuando el pobre entusiasta regresó con el abatimiento de que los imanes no servían para desenterrar oro y de que su mujer, Úrsula Iguarán, le había echado la bronca del siglo porque se fiaba más de los chivos que de los supuestos engaños de los gitanos.

No es complicado imaginar que en aquel pueblo fundado en medio de la selva, tan cerca de la ciénaga grande y mucho más del mar aunque sus primeros habitantes no fueran conscientes, hubiera vivido otro genio tan silvestre como Camarón, hecho desde pequeño a vivir igualmente rodeado de agua por todas partes, como una isla, porque los habitantes de Macondo, tan habituados al deslumbramiento de Melquíades, habrían preferido a José cantando por bulerías que a aquella algarabía de pájaros volviéndolos locos.

Ahora, hablando de cine y de gitanos, me sobrecoge la sorpresa de que también Charles Chaplin pudo ser gitano. No bromeo. Acaba de publicarse una película documental titulada Chaplin, espíritu gitano, dirigido por la nieta del inolvidable Charlot, que se llama Carmen, como Carmen Amaya pero sin Amaya. Carmen Chaplin, la hija de Michael Chaplin, uno de los hijos del genial cineasta, que encontró en la mesita de noche del ya viejo actor, después de muerto, una carta que le había remitido un gitano llamado Jack Hill –algo así como “Juan el de la Colina”- insistiéndole en que no era verdad que hubiera nacido en Londres, sino en una caravana gitana cerca del poblado de Black Patch, a las afueras de Birmingham. La hipótesis de aquel viejo que le escribió la carta a Chaplin sin que este la sacara nunca del cajón no es tan descabellada si se tiene en cuenta que su madre, Hannah Hill, era una cómica de vodevil que tuvo dos hijos –Sydney, el grande; y Chaplin, el pequeño- de distintos padres y que se llevaba a sus hijos al teatro por no dejarlos en las habitaciones alquiladas a las que podía acceder. Una de aquellas noches en que la madre de Chaplin actuaba frente a un pelotón de soldados –como el de fusilamiento de Aureliano Buendía- se quedó sin voz y estuvieron a punto de fusilarla a base de insultos y silbidos. El director de escena le propuso que sacara a aquel niñito suyo al que él había oído cantar algunas veces. Y así fue como Charles Chaplin, con solo cinco años, se estrenó en un escenario cantando por primera vez en su vida, más o menos como Camarón de la Isla en la Venta Vargas pero mucho antes y mucho más lejos de allí.

Muchos años después, el propio Chaplin habría de contar en su Autobiografía, publicada por la editorial Lumen, que aquella noche empezaron a lloverle monedas sobre el escenario, y que el director de escena de su madre subió para ayudarlo a recogerlas, pero que como él pensó que se iba a quedar con el dinero, comenzó a perseguirlo hasta que se lo entregó todo a su mamá. Y entonces siguió cantando.

Camarón habría de nacer a mediados del siglo XX, cuando Chaplin había sido ya incluso candidato al Nobel de la Paz. Pero las íntimas verdades de sus orígenes y sus fulgores no iban a distar demasiado. “Me crie al pie de una fragua”, cantará el autor de Soy gitano por fandangos, tantos años después. “En la isla yo nací / mi madre se llama Juana / y mi padre era Luis / y hacía alcayatas gitanas”… Aquellas alcayatitas que temblaban en Macondo cuando pasaba Melquíades con sus barras de imán y su coro de zíngaros.

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