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Gloria Fuertes (1917-1998), insumisa radical

En multitud de poemas, deja clara su postura en favor de la paz y su fuerte espíritu antibleicista

03 de mayo de 2025 a las 17:59h
Gloria Fuertes, en una imagen de su fundación.
Gloria Fuertes, en una imagen de su fundación.

No matemos al vecino
invitémosle a tocino.
No levantad barricadas
besad a vuestras amadas.
No pensad en los difuntos,
¡dormid juntos!

Gloria Fuertes en Pacifista de verdad (una que quiere llegar)

A la mitad del poema de su Nota biográfica, el primer poema de su libro Obras incompletas (Ed. Cátedra, 1990), dice ya claramente: “Quise ir a la guerra, para pararla, / pero me detuvieron a mitad de camino”. Este poema, escrito en 1950, termina con un pildorazo al régimen franquista representado por Pemán (el cantor del fascismo tantas veces defensor de la violencia política): “y quiero comprarme a plazos una flor natural / como las que le dan a Pemán algunas veces”.

En el poema Un hombre pregunta…, dice refiriéndose al misterio de ser: “de nada vale que te diga que está en las manos de todo el que trabaja, / que se va de las manos del guerrero, / aunque éste comulgue o practique cualquier religión dogma o rama…”. La verdad y la violencia no casan bien para Gloria Fuertes. La vida y la destrucción son antónimos.

En No perdamos el tiempo, dice que los poetas deberían “arrancar las espadas… gritar al poderoso… asediar usureros”; quizás se refería, no sé, a decirles NO a quienes, con la sangre de muchos inocentes, financian las industrias militares.

En Mal sueño, más que enfadada, grita que detesta la pena de muerte y grita que media humanidad sobra:… los sabuesos, los contables, los pedantes, los guerreros… Y añade: “Yo / los miraría / por los rayos esos que he inventado / para el pecho, y a todos los con manchas, / con cavernas, / los iría a gusto eliminando, / para nada nos sirven los perversos…”; aunque luego en A lo mejor un día… se refiere a Dios como alguien poético que “protege a los vencidos”, “pero también ama y compadece a los ricos”…

En Es inútil, Gloria Fuertes se rebela: es inútil que traten de imponernos que no amemos “al enemigo” porque no está prohibido “comer hombres asados, / con dientes de metralla comer hombres desnudos”, así como “Tampoco han prohibido los niños en la guerra”. Horrorizada, pero insumisa, ironiza desobedientemente en el último verso: “Mientras haya guerras comeré pájaros fritos”.

En Yo arreglaría el mundo pide que evitemos que nos cieguen las balas y, compasiva siempre con los soldados (víctimas) que son engañados para ir a la guerra, dice que por ella plisaría “a los que odian con el pie de mis cantos” (no pisaría, sino plisaría: que quedaran formando pliegues e inútiles para la violencia).

En la Letanía de los montes de la vida exclama: “Dichosos los prófugos, / -¡quién fuera prófugo!-, y en Las flacas mujeres denuncia a los autores de las guerras:

He visto en sueños, que hay varios señores
hablando en una mesa de divisas,
de barcos, de aviones, de cornisas,
que se van a caer cuando las bombas.

En No sé lo repite una vez más: “ni se mancharán mis manos / con el olor del fusil, menos mal que soy así”; pero tiene Gloria toques muy pesimistas (¿cómo no tenerlos?): “Nada sabemos casi: el cáncer no se cura, / la guerra no se para, / la guerra nos separa hermanos negros, amarillos, de todos los colores…”. Termina este poema: “¡Cuánto os quiero! / A lo mejor es bueno desesperarse mucho”.

Totalmente frente a las guerras, quijota del amor, Gloria Fuertes es una poeta que canta por derecho, en favor, en defensa, en elogio, en pura loa de la noviolencia (desde una posición ética muy tolstoiana):

EL VALIENTE
No es ése, es el otro.
El valiente está quieto.
Ni se defiende ni ataca.
Ni mata ni muere;
éste es el valiente.
El que llamáis cobarde.
El que no triunfa, gana.
El que no muerde, vence.
Ese que calla, tiene la razón.
El que confía hasta en el hombre malo,
el que se clava el cuerno del amor,
¡ése es el valiente!

A este respecto, una moral de “inocencia”, no criminal, véase también el poema El primo.

En Lo confieso vuelve a esta ética radical de la noviolencia: “intenta dar un beso al enemigo / verás que sale luz de tu costado”. Y, a mayor abundamiento, sobre la dificultad de hallar la paz en este mundo, véase el poema Mirad qué feos…

De forma permanente, sin desaprovechar prácticamente ningún poema suyo, su espíritu antibelicista se derrama entre versos explícitos contra los enfrentamientos militares: “el periódico nos dice la noticia: / se avecina la garra de la guerra” (Estamos bien); “es un volar palomas sobre los proyectiles” (Cirio sin muerto).

En Tener un hijo hoy… no puede ser más clara en su denuncia contra la guerra: “Tener un hijo hoy, / para echarle en la boca del cañón / … / para que luego aprenda la instrucción / … / para testigo de la destrucción…”. Naturalmente, agradece a Dios “no haberme hecho legionario” (Acción de gracias).

Aquí no hay ningún sabio es, y otra vez, un grito contra la violencia de las guerras… un poema donde pide que las armas sean convertidas en azucarillos, que debería ser la auténtica labor de los sabios.

Su ética contra la cobardía y las mentiras le hace escribir suave pero firme: “Hemos de procurar no mentir mucho. / Sé que a veces mentimos para no hacer un muerto, / para no hacer un hijo o evitar una guerra…” (para no ir a la guerra, vamos) (en Hemos de procurar no mentir).

En Aviso a los gobernantes del mundo, Gloria advierte a los poderosos de la furia violenta (que no admite pero que ve justa) de los pobres del mundo (“mendigos / a refugiarse bajo el puente roto”) que han sido robados por los de siempre:

Dicen que van a venir en una noche
a vuestra tumba a colocaros… flores
y yo lo aviso a Vuestras Ilustrísimas
porque soy pacifista y no me atrevo
a silenciarlo aunque lo creo justo.

Patea, vocifera, se desespera frente a la violencia mortífera de los de arriba: “Es obligatorio no asomarse a la ventanilla, / porque tienes que estar vivo si organizan la guerra… / … tener enemigos / es obligatorio todo esto, / y encima te prohíben escupir en el suelo” (en Es obligatorio…).

gloria
Un libro de Gloria Fuertes.

“¡Firmes! / ¡Formen fila! / ¡Arrestado el que rompa! / ¡Marchen!”, dice en Voces me llaman, añadiendo en Desde que nací en los diarios siempre viene un parte de guerra: “Después cuando la guerra, / rezaba para que no sonara la sirena…”; y también: “esos nervios eléctricos del más alto voltaje / que hacen temblar las Bases de Defensa” (Tormenta de rayos); o, a veces escéptica, en Para qué luchar: “¿Y para qué luchar / con cuatro carabinas oxidadas / con cuatro poesías de derribo, / cuatro gatos que somos / de profesión anti-velistas -de velas-, proBelenistas / y antibélicos?... contra la bomba-padre el último cartucho…”

Y en Poeta de guardia (los poetas como pacifistas siempre en vela), resistiendo a la soledad de un mundo sin alma:

…o conferencia internacional
(esto sería bomba -pacifista-)
O que la radio dijera finalmente:
La guerra de Vietnam ha terminado¡¡

Sin perder del todo su sentido de “la paz y la esperanza” (en La felicidad tampoco existe), Gloria Fuertes vibra contra la violencia en cada poema y casi en cada verso: “no ser tan criminales como somos” (en Tener de todo un poco)… “Cuando una ya se sabe casi todo / empieza a caminar muy lentamente / pero luego sucede de repente / que pisas una trampa de la armada” (en Cuando uno ya sabe…); pero lo hace desde cierta amargura, desde cierto profundo dolor porque sabe que los hombres-hienas inventaron las pedradas, las Cruzadas… (en La humanidad) y los Vietnam (en Porqueses).

Gloria mira a su alrededor y se sabe a sí misma como un ave raris: “Sólo hablo cuando estoy sola; / a mi corazón se le ha roto una bola / a la paloma de la paz la cola, / mi sistema nocturno no funciona…”; una paz no es solamente ausencia de guerra, sino la presencia de la vida, de la serenidad, del amor: “En los ojos de los hombres nada veo, / a veces les cuelga una lista de muertos / de las sucias pestañas. / Por eso retorno a tus manos, que siempre me ofrecen un mendrugo de paz” (en A no ser en tus manos). Siempre el amor como antídoto de la guerra y la muerte del alma: “La muerte es una costumbre de la vida. / En las guerras la costumbre pasa a vicio. / Oye, / si me prestas tus manos hago un milagro” (en Minipoemas).

No es solo la violencia de la guerra lo que Gloria Fuertes denuncia en todo momento, es también la violencia contra la Naturaleza (En los bosques de Penna (USA)), o contra las mujeres (Soy solo una mujer), o contra la misma humanidad, o contra las diferencias Norte-Sur (en Un ¡ay!). Pero ella es, lo reiteramos de nuevo, una incansable poeta de guardia: “Yo, la tan pacífica, / estoy impacífica, impaciente. / Yo, la tan tranquila, / estoy de sostén de fuerza / de camisa, de Vietnamita -norte o sur-, / ¡Ese Cristo del siglo XX / muerto por nosotros! / – no amén –“ (en Extranjero-noticias).

Como ella, ella misma, ha dormido en el metro “por miedo al despellejo de metralla” (en He dormido), con gran dureza irónica, sin ambages, en Si hubiera atómica, en Bomba y en Que no llegue ese fin de semana, denuncia la capacidad de exterminio total de los poderosos y gobernantes:

SI HUBIERA ATÓMICA
Cuando en la tierra sólo merodeen roedores,
nosotros estaremos en la quinta…
del Sordo.
Y el polvo
–hecho polvo el pobre polvo–
flotará fraccionado, sin un mueble
donde posar su capa de polvo.
Flotará eternamente
como yo como tú,
entre un prado de lija
y un cielo muy azul.

 

En Carne de cañón va concluyendo esta su selección personal de poemas: “Reconocer que somos subdesarrollados, / niños sin colegio, de una aldea antropófaga, / llamada mundo”. Y, desesperada, escribe:

ESTÁ CLARO:
Cuando el mundo el paraíso era,
le habitaba una sola pareja
–hasta se saben sus nombres…–
Y si esto verdad fuera,
descendemos del incesto y el incesto degenera…
¡Ya me explico tanta guerra!

Pero y aún así, a pesar de esos negruzcos versos, oscila y vuelve al humor rebelde: “¡Vivan los laborófabos!, / –auténticos pacifistas– / –nunca dan golpe–”; “desde el Galaxio / la tierra es niño / vestido de azul / con su metralleta / y su canesú”.

Una insumisa radical, vamos.

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