A veces la vida da mucho miedo. No ocurre demasiado, por fortuna. Solo unas quince o veinte veces al día, laborables y festivos. Es un consuelo. A veces, ocurren cosas que nos dejan atónitos. Por mucho que creamos que somos ya invulnerables a la sorpresa. En ocasiones, la vida prepara su propio guion y resulta macabramente perfecto.
Cuando yo era una preadolescente que acababa de empezar a gatear en el mundo de Sofía, el profesor que me descubrió a Kant y a Ortega me dijo que me tenía que dedicar a escribir guiones, que esa debería ser mi profesión. Yo, que por aquellos entonces ya tenía bastante claro que mi futuro iba a estar en el periodismo, llegué a plantearme lo de ser guionista incluso en serio. La idea de poner palabras en boca de unos personajes, de dar forma a sus pensamientos, a sus miedos, a sus anhelos… no puedo decir que aquel ideal romántico no me tentara. Luego, la vida da muchas vueltas, pero quizás por este veneno de la comunicación siempre he valorado al máximo un buen guion y a aquellos que los crean. Los actores y las actrices dan forma a esas vidas de ficción, pero su esencia, su alma, están en el papel.
A veces, la vida conspira contra el guion y crea la trama perfecta. Esta semana ha fallecido Eduardo Ladrón de Guevara, el mismo día en que su hijo más longevo, la serie Cuéntame cómo pasó, moría también. Es como si el formato hubiese decidido voluntariamente no sobrevivirlo a él. La muerte de Cuéntame, tras veintitrés temporadas en pantalla, estaba anunciada. La de Eduardo, no. Ladrón de Guevara creó historias tan míticas como Farmacia de guardia o Los ladrones van a la oficina y puso palabras en los labios de Fernando Fernán Gómez o José Luis López Vázquez. Ahí es nada. Construyó personajes que recordaremos para siempre, que nos han hecho como somos, que han sido un regalo para los actores que los han corporeizado.
Eduardo coordinó los guiones de diecisiete temporadas de Cuéntame, más de 230 episodios. Por eso conocía tan bien a su hijo catódico y toda su intrahistoria. Hace apenas unos meses, cuando ya se sabía que esta temporada sería la definitiva, Ladrón de Guevara ejerció de libertador, sacando la cara por el equipo de guionistas de la serie. Reconoció los malos ratos que los actores les habían hecho pasar, interfiriendo en su trabajo y sobrepasando las líneas de lo admisible. Era difícil manejar tantas "opiniones" en torno a la mesa italiana en la que se leía el guion. Difícil hacerlo en una mesa a la que se sentaban los Arias, Duatos, Galianas y Visedos. Muy difícil defender la esencia, el alma construida para evitar que perdiéramos a Antonio, a Merche, a Herminia o a Inés. Me pareció ver en Eduardo a un Bolívar cansado, combatiendo en el laberinto que García Márquez escribió para él.
Eduardo Ladrón de Guevara ha muerto a los 80 años el mismo día en que nos despedimos de unos personajes que nos han contado cómo fue la España que muchos no conocimos. Ha muerto quien fue primero periodista, y después dramaturgo y novelista, pero, ante todo, guionista. El guion de final más redondo lo reservaba para sí mismo.