16 de agosto de 2023. El abrir la puerta ya me sorprendió. Siempre dejamos el cerrojo echado y no lo estaba. Mensajes de mi primo que estaba de viaje vinieron a mi cabeza.
Mi hija entró primero, el salón intacto, y entrando en su cuarto, "¡Papá nos han robado!" Mis ojos se fijaron en la caja metálica de flores de flamenca, encima de la cama, y no entendía nada. Giré cabeza y todos los pendientes de bisutería doblados sobre el escritorio.
El modus operandi de los cacos empieza por el cuarto a priori más rentable. Todo revuelto -impresionante escena- en busca de dinero y joyas de oro. Al no satisfacer expectativas al encontrar insuficientes joyas de oro -otros metales no les interesa- ni dinero, se fueron al de los niños. Las huchas metálicas de sus ahorros, procedentes de eventos y festividades familiares, su botín económico. Guantes plastificados y tirar colillas por el retrete delatan una profesionalidad poco recomendable.
Mi mayor preocupación era retomar la normalidad, generar confianza, eliminar temores, un pronto olvido y que sus ilusiones sigan intactas. Para ello materialmente ya he cambiado la cerradura, carteles informativos en puerta, repuesto el quebranto económico infantil creado y el resto dentro de lo malo, la mejor posibilidad. El daño -la sensación e impotencia generada- ya está hecho. Sin embargo, no podrán sustraer las ilusiones de mis hijos y deseo que no suceda a ningún otro niño del mundo.