Lo que siguen son apuntes de un flâneur por las calles de Barcelona.
23/9
Junto al Arc de Triomf, un adolescente pedalea por el carril bici con una ancha rojigualda a modo de capa. Pedalea a gran velocidad; el bamboleo de su bicicleta presenta síntomas de cansancio. Su aparición dura unos segundos: no le da tiempo al paseante a quedarse con su rostro cuando ya se gira y sólo recibe, en señal de despedida, los colores de una ondeante bandera española. El encapado joven recorre uno de los grandes paseos de la ciudad, y uno no puede evitar preguntarse si tiene propuesto recorrérsela entera. ¿Hará esto todos los días? ¿Qué le mueve, qué le habrán contado, advertido, mentido, recriminado? ¿Es un pájaro, es un avión… o es un mártir?
Entristece pensar en el detalle de la bicicleta. Estos días son muchos los que llevan banderas, escudos y otros símbolos, sólo que con colores (ligeramente) diferentes. Pero la bandera que ha escogido este pobre, la de “el vino de Jerez y el vinillo de Rioja,” le obliga a disponer de un medio de escape rápido: su fiel bicicleta. Sobre ella cabalga un Don Quijote moderno, aunque no necesariamente menos anticuado... ¿Cuántos esprints habrá realizado en su tour interminable, esta súbita aparición?
23/9
Dicen que los catalanes son muy de guardarse sus cosas para ellos mismos, pero creo que exageran. En la Plaça del Rei, anexa a la catedral barcelonesa, una guía local dedica como diez minutos a desgranar, para un selecto grupo de turistas, la parte que toca a la lengua en el panteón de las glorias catalanas. En un inglés envidiable a este lado del Ebro, repasa la historia del idioma catalán, haciendo hincapié con frecuencia en su antigüedad con respecto al Castilian.
Los turistas (orientales) la miran atónitos… Es lo que tiene contratar a un guía del gobierno en un lugar donde el gobierno importa, y mucho.
25/9
En el banco de un parque, un chico quiere saber, por enésima vez al parecer, por qué una chica no se cubre los hombros con la bandera independentista, la estelada. Casi todos sus amigos llevan estas capas, como hacen muchos a quienes, sin conocerlos de nada, puede por ello considerar sus amigos: "Que no me visto yo con una bandera. No, no, los radicales sois vosotros…". Parece que no desea pertenecer al club de los que algunos llaman, con sorna benevolente, "los Supermanes", aunque éstos no cejan en sus intentos de alistarla. Quién sabe si mañana terminará por ponérsela o seguirá discutiéndolo con sus amigos.
27/9
El diario El Mundo informa de que una organización de catalanes que se sienten muy españoles colabora caritativamente con la Policía Nacional y la Guardia Civil en la llamada Operación Jamón, que consiste en enviar cargamentos de jamón ibérico y vino de Rioja a los agentes sometidos a bloqueo de víveres por los estibadores del puerto de Barcelona. Puede que usaran lanchas a motor para hacerles llegar las clandestinas paletas de Jabugo y Guijuelo, que ya han alcanzado el rocambolesco navío decorado con Silvestre y Piolín, donde acechan las fuerzas del orden. “Son gente desplazada de su familia, que duermen en camarotes, a los que por la noche los estibadores les hacen caceroladas para que no descansen... Es un acto simbólico para que sepan que hay catalanes agradecidos que los apoyan”.
Mientras tanto, en Huelva, Cádiz, Guadalajara, Santander, Salamanca y otras muchas ciudades siguen saliendo furgonetas de guardias civiles en dirección a Cataluña. La gente, apostada frente a los cuarteles, les jalea cada vez que ve pasar uno de los vehículos: "¡Viva la policía! ¡Viva España! ¡A POR ELLOS, OÉ! ¡A POR ELLOS, OÉ...!". Bonita forma de sugerirles que se queden con ellos...
27/9
Varias paradas de autobús han amanecido cubiertas de pintadas de "los fachas", que es como muchos llaman aquí a aquellos que no están a favor del controvertido referéndum, que ellos llaman butifarrèndum. Esta vez lo “facha” no son versos de Serrat o de Sabina, sino rancias proclamas españolistas. Lo curioso es que, si bien las consignas elementales están en un perfecto castellano ("Viva España" o "Transporte español" no dejan mucho espacio para la errata), cuando se trata de frases más complejas la misma —temblorosa— mano se expresa en catalán. No me cabe duda de que no lo hace por cortesía hacia sus lectores; probablemente se siente más cómoda así. No se le ocurriría otra cosa que llamar a la unidad de España, reivindicar las “raíces”, en la lengua que habla con sus padres y sus abuelos.
27/9
Un independentista andaluz, un charnego perfectamente asimilado, se sienta en el metro frente a dos borrachuzos, uno de los cuales lleva —detalle daliniano— una larguísima barra de pan en la mano. Un par de frases bastan para identificarle, y los borrachos, que ya la han tomado con medio vagón, reanudan su carnaval de irreverencias: "Vaya, aquí hay extranjeros. De Málaga, ¿no? ¿Usted no será guardia civil...? ¿Está de servicio?".
Por el acento, ambos parecían del sur, y todo tenía el aire de un chiste sobre su propia marginalidad que, de todos los presentes, sólo ellos entendían.
28/9
También en el metro encuentro un folleto oficial del SÍ (por la Independencia). Se asegura a los electores que la institución de la República Catalana no implica que sus ciudadanos vayan a perder la preciada nacionalidad española o europea (pese a lo que opinen España o la Unión Europea), que seguirán recibiendo pensiones del Estado español… que contarán, en suma, con los beneficios de ser español sin serlo. Se recuerda, por si había alguna duda, que no existirá discriminación lingüística hacia los castellanoparlantes, y que la sociedad del Estado separado será inclusiva y acogedora.
Me acuerdo de un taxista de mi ciudad natal al que apodaban el Topamí (to’ pa’ mí), porque, en aquellos tiempos felices en los que no había GPS y no se podía conocer la localización exacta de los conductores, decía que sí a todas las llamadas desde cualquier punto de la ciudad y luego, pues ya iba tirando.
28/9
Me escribe un amigo de Huelva:
Mi padre no habla del tema. Se le nota tristón. Dice que cuando era joven venían los catalanes-andaluces al pueblo de vacaciones con sus hijos catalanes; los mayores buscando la paletilla y el aguardiente, los hijos lloriqueando al pensar en los 40 calurosos días que tenían por delante. Los niños jugaban a las guerras con piedras y tirachinas. Como flechas utilizaban las varillas del paraguas. Un pobrecillo al parecer recibió de lo lindo varios años hasta que, años más tarde, se presentó con un arco. Un arco de verdad, de última generación. Pero ya eran todos demasiado mayores como para jugar a indios y vaqueros. Y ahí veía mi padre al catalán pegarle flechazos a las encinas, en las monótonas tardes del membrillo. Quién sabe si en su cabecita no se estaba gestando la independencia (en ese momento el brotar ámbar de la savia era la ebullición ámbar de la estelada). De vez en cuando el silencio estridente del arco era ahogado con el grito de muerte de un guarro ibérico entre las risas de los vecinos y sus padres. Sin embargo para mi padre era envidiable. Porque no es que se hubiesen cansado de jugar a indios o vaqueros. Se habían cansado de tirarse piedras y palos. Lo que habría dado él por tener un arco "de verdad".
Aún hoy camina mi padre por la rambla con una sonrisa de oreja a oreja. Fascinado. “Hijo, eso es otro mundo". "Yo nunca he visto más personas con un libro bajo el brazo". "Es la ciudad del mar". Y uno piensa si alguna vez le dio por ver con tan buenos ojos su vecina Sevilla, de la que dice que es una ciudad unicolor. Un color especial, pero solo uno. Para mi padre que se vaya Cataluña representa que se vaya la armonía de un país, España, que es querido por su diversidad, aunque este concentrada en tres o cuatro regiones. Si se va Cataluña, España será más castellana. Más fea. Cataluña por ende, será más catalana. Menos diversa.
29/9
“Haré como que no te he oído. Haré como que no te estoy oyendo…”. En un local de la plaza San Jaume, donde se trafican los mejores bocadillos de butifarra de la ciudad, una joven pareja corta su relación por lo que se ha convenido en llamar “diferencias ideológicas”. Algo habitual en estos días convulsos. Si España y Cataluña, pese a todas las leyes, decretos, constituciones y acciones represivas, no pueden coexistir un día más, ¿cómo podría hacerlo algo tan frágil y delicado como una relación de pareja? Son muchos los cónyuges que estos días deciden mudarse a países diferentes, aunque sigan viviendo puerta con puerta. La separación, el separatismo, es inevitable. El destino, un rompecabezas, como de costumbre. Quizá todo se calme y dentro de unos días aparezca una llamada perdida en el buzón, un tímido intento de reconciliación. Quizá el divorcio sea aparatoso, costoso y presa de los tribunales. Puede que se dé un paso en el vacío y Europa, esa Unión Europea de los banqueros y los funcionarios, sea cosa del pasado. Habrá parejas entonces que, en la lumbre de una habitación o de un abrazo, descubrirán, con un escalofrío fantasmal, abisal, que viven en continentes separados. Aunque compartan hucha y lecho.
No todo son trágicas separaciones. Los eventos pro-referéndum también crean lazos de amistad, compañerismo y lo que se tercie. Son, como una romería, una feria local o una protesta estudiantil, un hecho social total. Las chicas salen de marcha por la noche maquilladas con barras rojas y amarillas, y alguna que otra estrella. Los utopistas sin utopía, los viudos de la Utopía (que en paz descanse), tratan de arrebatar el programa secesionista a la burguesía y sus representantes. Todo es como un 15M pero en folclórico, y algunos auguran que todo quedará en poco o nada, como el 15M. Los gigantes y cabezudos de las fiestas de la Mercè, que este año esgrimían esteladas y papeletas del referéndum, son sólo la otra cara de la moneda. Un proyecto regionalista que se esfuerza por ser transversal; que desearía serlo, si pudiera. Lo particular empaña lo universal, pero ¿no sucede siempre así? Para nosotros, lo único digno de pasar a la historia, a nuestra historia, es lo bien que nos lo pasamos y lo felices que fuimos, quien más, quien menos.