Durante muchos años, por donde me movía, surgía un debate recurrente sobre todo en fechas como hoy 8M. ¿Puede ser un hombre feminista? Los más radicales decían que no, argumentando que por mucho que un hombre lo intente, acabará haciendo uso de los privilegios que le da el patriarcado, aunque sea inconscientemente. Todo hombre sería parte del problema y por lo tanto no podría ser feminista. Ante esta imposibilidad, nace la hipotética figura del “aliado” como hombre dispuesto a apoyar la lucha por la abolición del género. A mí, este planteamiento siempre me ha parecido excesivo. Me recuerda en parte a la idea cristiana de que todos somos pecadores hasta el día en que San Pedro nos lea la cartilla. Aún sabiendo que este es un tema especialmente espinoso, creo que merece la pena opinar libremente.
No tengo reparo en afirmar que me considero feminista. Quiero una igualdad real entre hombres y mujeres. No solo el fin de la violencia o la discriminación salarial, más allá todavía de la conciliación familiar. La meta es el fin de cada privilegio o discriminación por razón de sexo, aunque se trate solo de pequeños hábitos. No voy a negar que me veo beneficiado por dichos privilegios o que inconscientemente los use, por ejemplo, cortar a una mujer mientras que habla. Sin embargo, nada más que me doy cuenta pienso: “Mierda. Lo he vuelto a hacer.” No se trata de actos premeditados en los que maliciosamente uno quiera mantener una posición de superioridad, sino de pequeños fallos que se intentan corregir voluntariamente.
Además, mantener una pureza feminista inmaculada hoy día es imposible. Y no hablo solo de hombres. No me hace falta irme a la generación de mi abuela para encontrar hábitos y actos machistas en mujeres. Al final se aplaude al machismo, como cuando en la discoteca todo el mundo baila y sonríe mientras la música viene a decir algo parecido a “ella le hace bum, bum, bum con su sum, sum, sum”. Acusar a alguien de tener comportamientos machistas es como multar a alguien por exceso de velocidad en el circuito de Jerez.
Me podrán echar en cara 500 cosas. Podrán culparme y con razón de que hace años era un niñato machista como tantos otros cuando no había la concienciación que hay hoy. De eso último ya ajustaré cuentas con San Pedro, pero nada de lo anterior quita que hoy salga a la calle a pedir la igualdad y que cuando otro hombre me pregunte si soy feminista le responda que sí y que él también debería serlo. Es cierto que hay que tener cuidado de no caer en la pedantería, ya que hay por ahí suelo alguno que otro que dice ser feminista y luego silencia a las mujeres mientras pronuncia un aburrido monólogo teórico sobre feminismo. Nunca hay que olvidar que el protagonismo de esta lucha es de las mujeres y debe mantenerse así, solo que tal y como está la situación con la extrema derecha y la violencia enraizada, hace falta mucho más que un aliado, hacen falta verdaderos compañeros que crean en la causa.
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