La batalla por reconocer y abordar el maltrato y la violencia de género no puede esperar más. Como hombres, es nuestro deber encarar esta realidad sin titubeos ni excusas. Reconocer que confundimos los actos individuales de mujeres con la violencia estructural del patriarcado es un primer paso crucial.
Durante siglos, el patriarcado ha otorgado privilegios y poder a los hombres mientras relegaba a las mujeres a roles de subordinación y dependencia. Esta realidad ha normalizado comportamientos violentos y actos de maltrato hacia las mujeres.
Antes del avance del feminismo y la igualdad, la sociedad ignoraba la violencia de género debido a la arraigada desigualdad de roles. Sin embargo, con el progreso de la lucha por la igualdad, hemos sido testigos de un alarmante aumento en la violencia y el maltrato, ya que los hombres nos aferramos a nuestros privilegios históricos.
Es vital distinguir entre la violencia individual ejercida por una mujer sobre un hombre y la violencia sistémica que los hombres ejercemos sobre las mujeres. No podemos justificar la reclamación de la custodia compartida de hijos e hijas cuando previamente no hemos mostrado interés por ellos o ellas, ni validar denuncias falsas sin considerar las dificultades que enfrentan las mujeres para probar el maltrato y la violencia a manos de los hombres.
Mientras las mujeres luchaban por derechos básicos como el voto o la autonomía financiera, o enfrentan disparidades salariales, equilibran el trabajo remunerado con el doméstico, son relegadas a puestos de menor responsabilidad, o temen por su seguridad al caminar solas de noche, nosotros, los hombres, somos quienes perpetuamos el maltrato.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada tres mujeres a nivel mundial ha sufrido violencia física o sexual por parte de su pareja en algún momento de su vida. Aunque la Ley Integral contra la Violencia de Género en España se enfocó en la violencia contra las mujeres, el Código Penal español contempla la violencia en el ámbito familiar sin distinción de género y existen servicios de apoyo para todas las víctimas, pero esto suele pasarse por alto.
Es necesario abordar el problema de las denuncias falsas. No obstante, es importante tener presente que estas representan una minoría en comparación con el total de denuncias por violencia machista. Además, muchas de las denuncias que son etiquetadas como falsas son casos cuyos hechos no han podido ser probados en sede judicial, lo que no necesariamente implica su falsedad. Es fundamental garantizar tanto la presunción de inocencia como la equidad en el sistema judicial. Asimismo, es necesario reconocer los sesgos y desafíos que enfrentan las víctimas de esta violencia al buscar justicia.
Los hombres somos maltratados, es cierto, pero no de parte de las mujeres, sino de nosotros mismos y de otros hombres. Los datos respaldan esta afirmación: encabezamos las guerras, las bandas extremistas y los movimientos terroristas; somos mayoritariamente responsables de delitos violentos y contra la libertad sexual; conformamos abrumadoramente la población carcelaria; y tenemos la mayor tasa de suicidios.
Por lo tanto, es crucial contar con asociaciones y fundaciones que brinden apoyo a los hombres maltratados, no para defendernos de las mujeres, sino de nosotros mismos y de otros hombres, del machismo, del patriarcado y de una cultura y mentalidad colectiva que nos convierten en posibles amenazas para la sociedad. Todo lo demás sería seguir engañándonos a nosotros mismos.
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