La ilustración

El mundo de las editoriales funciona cual engranaje para que el libro acabe en los anaqueles  de los lectores

Artista y escritora

Nacida en Jerez en 1981, es graduada en Artes Plásticas y Diseño por la Escuela de Arte de Jerez. Autora de El caballero de la Frontera (Kaizen Editores, 2020), Historia pequeña de Jerez (Rhode Island, 2022) y La dama del Salado (Rhode Island, 2024).  Ha colaborado con distintos medios radiofónicos en programas sobre turismo como Onda Jerez Radio, así como teniendo su propia sección en programas culturales como De Jerez al mundo, en  La FM, De Cádiz al mundo, en Onda Cero o El Jerez de Margarita, en Canal Sur Radio. Toda su carrera profesional está vinculada a la gestión del patrimonio histórico, cultural, artístico y turístico.

La Feria del Libro de Jerez en una imagen de archivo.

¿Y por qué tengo que verme yo supeditada a un hombre? A un hombre que ha decidido que una mujer no puede escribir sobre historia bélica y se refiere a mi libro, en el que he pasado los últimos  tres años trabajando, como ciencia ficción. ¿Le cae mal que haya rescatado a las veintiuna mujeres que llegaron a Jerez en 1267 como caballero ciudadano? ¿Pretendía él que esa decisión que tomó el rey Alfonso X el Sabio quedase relegado al olvido?  

El mundo de las editoriales funciona cual engranaje para que el libro acabe en los anaqueles de los lectores. No es cuestión de la autora, del editor, de la representante, del ilustrador, de la  correctora, del impresor. Es un trabajo conjunto que convierte una idea en un bonito libro. Entonces, ¿por qué no tenía portada a tres semanas de presentar el libro? Porque un señor así lo había decidido. 

Cuando firmé mi tercer contrato editorial me reuní con mi editor para plantear qué ideas  teníamos sobre la portada. Tras deliberar un buen rato, ambos estuvimos de acuerdo con el artista  idóneo para este trabajo, pero, ay, no nos podíamos imaginar todo lo que escondía. El mismísimo doctor Jekyll y Mr. Hyde de Jerez. 

Y yo, que había cambiado de editorial, precisamente, por el mimo con el que los libros  estaban diseñados, con auténticos artistas, cada uno en su estilo, las portadas, el papel, la tinta, la  fuente… Y me encuentro con alguien que, después de reunirse, escuchar y recibir un correo  electrónico mío con toda la información: vestimenta, tocados, apariencia de la protagonista,  descripción de la torre que quería plasmar… hizo caso omiso y, a los cuatro meses, seguía sin  entregar nada. Se negaba alegando que le había pagado el editor, no yo, y que yo no tenía nada que  decir.  

Tras mucha insistencia por parte del editor, el pagador del trabajo en cuestión, por  adelantado, por cierto, accedió a mostrarme el trabajo: la protagonista sin cabeza, de lateral en la  esquina derecha sujetando las riendas de un caballo montado por un caballero que ocupaba todo el  eje central de la portada. ¿Quién era el caballero? Solo él lo sabe, pero está claro que él no podía  permitir que la mujer de un libro cuyo título hace alusión a una protagonista de género femenino  fuese la figura central de la portada. Se le dijo que el dichoso caballero debía ser relegado a la  esquina izquierda todo lo que pudiese, contando con que estaba montado sobre caballo y todo eso  ya le posicionaba demasiado al centro, y que la dama debía estar mirando hacia el frente. Cuando lo volvió a enviar, ella seguía en contrapposto y con el cabello al viento, aunque en el correo de mayo  le especificaba que debía llevar una toca o un recogido por aquello del rigor histórico. Y ahí fue  cuando se le cruzaron los cables. Volvió a borrarla, por lo que me ha contado mi editor, que tuvo  que pasar estos cambios como cosa suya porque si iban de mi parte no los realizaría, y nunca más se supo nada de la protagonista. 

En cuanto llegó el mes de septiembre, a un mes de la presentación, maquetación estaba a la espera de la dichosa portada para enviar a imprenta, pero aquí el señor se puso a despotricar en  contra de esta autora que hacía, parece ser, cambios a su capricho sin que se diese cuenta de que todas las directrices iban en el, ya famoso, correo electrónico de mayo. Lo del contrapposto no es más que su inquina hacia que una mujer lidere la portada, aunque sea la protagonista, a él eso no le  importa. Y no se trata de un cambio en su obra, fue él quien se tomó la licencia por no tener en cuenta todo lo que ya se le había contado de la obra, de la que incluso le había mandado un extracto. 

La impotencia que se siente cuando tienes a un tipo con la sartén por el mango es desoladora. No puedes decirle nada porque no sabes si se va a enfadar y no va a presentar nada al  final; dice que el original es suyo, cuando se ha basado en una obra que ha salido de ti y que no  existiría sin tu trabajo; eres consciente de que está boicoteando la promoción por algún tipo de  dolencia que tu persona le causa y estás atada de pies y manos por la ínfima esperanza de que  presente portada tarde o temprano. 

Y ahí estaba yo con el programa de la Feria del Libro publicado, usando los pantallazos que  le hacía a la publicación del Ayuntamiento, porque no podía hacer cartel, ni booktrailer, ni fotos  promocionales. A tres semanas de la presentación, el libro aún no podía pasar por imprenta a falta de la maldita portada que, en mala hora, se nos ocurrió encargar a este hombre con ínfulas de artista,  pero que no tiene palabra alguna. 

Cuando, por fin, se dignó a presentar su trabajo, aquello era un festival de masculinidad. Se había traído al frente a todos los militares que le dijimos que pusiera al fondo, muy al fondo, y  realizando una grotesca caricatura de mi protagonista a la que posicionó en la esquina inferior  derecha, manteniendo el feliz contrapposto, con toca digna de doña Rogelia y bata rociera que, a  falta de Pantone, le puso el mismo color de los campos que la rodeaban. Tal vez con la esperanza de que pasase desapercibida, quién sabe. 

Yo ya tenía claro que, hiciese lo que hiciese, como si fuera una obra digna del mismísimo  Picasso, no quería usar nada suyo por la cantidad de desaires que he tenido que soportar a lo largo  de estos últimos meses, pero es que aquello era infumable. 

En un momento de desesperación le comenté a una amiga ceramista el problema que estaba teniendo y, tras algunas preguntas acerca de la historia y de la protagonista, me tenía un boceto  hecho en un par de día. Afortunadamente, salió a mi rescate y, en apenas seis días, tenía portada  para mí. Sororidad lo llaman. 

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