Uno de los problemas más frecuentes de la crianza es cómo establecer límites que funcionen. No son pocas las familias que se quejan de que no saben qué hacer para establecer ciertas normas firmes que funcionen, de que a menudo sus hijos no hacen caso, y de que se enfrentan a muchas situaciones en las que los niños se comportan como pequeños tiranos que mandan sobre sus propios progenitores. Y muchos se preguntan: "Si hacen esto ahora, ¿qué pasará en mi casa cuando tengan 15 años?"
Muchos de estos casos están reflejando una dificultad educativa muy frecuente en nuestros días: la dificultad de muchos padres y madres para poner límites firmes y eficaces a sus hijos desde sus primeros años.
Y es que, es muy importante poner límites a los niños. No sólo porque así la convivencia es más armónica, sino también porque los niños son los primeros interesados y beneficiados de que se les marquen unas normas que, además de infundirles seguridad, les van a permitir adaptarse mejor a las normas y límites sociales en su vida social y adulta. Los niños necesitan saber hasta dónde pueden llegar en su relación con su entorno. Y esto se consigue enseñando aquellos límites que consideremos necesarios. Si como padre o madre no indicas a tu hijo dónde está el límite, él lo buscará llevándote a ti mismo hasta tus propios límites. Es por eso que, cuando un límite no está bien definido o bien establecido, acabamos perdiendo la paciencia.
Cuando poner límites…
No poner límites, poner demasiados o poner límites no ajustados a la edad del niño es contraproducente. Los límites aportan seguridad y estabilidad, ya que son una guía que ayuda al niño a saber qué está bien y qué está mal. Esos límites deben ser siempre los mismos para que el menor entienda que algo que está mal. Por ejemplo, insultar a mamá está mal ahora y en el futuro. Los límites que impongan los padres van a ayudar a transmitir valores y a dar seguridad al menor.
Educar sin límites es enseñar al menor que todo vale y esto hará que probablemente tenga dificultades en sus relaciones sociales (actuales y adultas), ya que no habrá aprendido a respetar los límites de los demás. La falta de límites aporta inseguridad ya que el niño no sabe qué puede y qué no puede hacer. Crecer sin límites sería como para un adulto conducir por una carretera donde no hubiera ninguna señal que nos indicara el desvío a tomar, no nos advirtiera de una curva peligrosa ni nos indicara el límite de velocidad.
Consecuentemente, la inseguridad provocada por la falta de límites hace que el niño desarrolle una baja autoestima y poca tolerancia a la frustración. Con toda probabilidad, será un niño caprichoso, con poca capacidad de espera y falta de control respecto a sus propias emociones. Sus relaciones sociales se verán afectadas y esto mermará también su autoconcepto y autoestima. Así pues, como parte fundamental de su desarrollo, es esencial marcar límites de manera positiva, entendiendo que poner límites no tiene por qué suponer educar en el autoritarismo sino, en el respeto, la confianza y la empatía.
Cuando NO significa SÍ, A VECES, o QUIZÁ”
Uno de los problemas más habituales para las familias suele ser la falta de consistencia a la hora de poner límites. “Cuando NO significa SÍ, A VECES, o QUIZÁ”. Es decir, le estamos diciendo ‘no’ al niño, pero no lo hacemos con firmeza, o un día le decimos “no” pero, al día siguiente le permitimos esa misma conducta que ayer prohibíamos con ahínco. El resultado es que el niño sigue realizando aquella conducta que deseamos reconducir y/o extinguir. Este tipo de límites son ambiguos, a veces se imponen, otras no. Esto genera un mensaje contradictorio en los niños. Si queremos que nuestro peque no salte en el sofá, no debemos permitir que salte en el sofá nunca, ningún día de la semana, no solamente el día que nos sentimos con fuerza para imponer esta norma. Y a veces, por evitar un conflicto, por cansancio, etc., permitimos conductas que anteriormente estábamos prohibiendo. Como decía, esto es contradictorio y confuso.
El resultado de los límites que resultan inconsistentes es la no instauración de estos. Y aquí es donde a veces los progenitores acaban perdiendo la paciencia, cuando tienen que repetir una y otra vez las cosas y, probablemente, acaban gritando. El problema no es que el niño no haga caso, el problema es que el adulto no ha trabajado bien ese límite.
Veamos qué podemos hacer para establecer límites con éxito
Establecer límites firmes no significa emplear castigos u otros métodos punitivos sino, al contrario, actuar con serenidad, pero con firmeza y de manera consistente.
- Para empezar, debemos tener claro qué limites queremos establecer y centrar nuestro mensaje en la conducta a reconducir y/o extinguir.
- El mensaje debe ser claro y concreto. Decirle a un adolescente “vuelve pronto a casa” es bastante ambiguo y libre de interpretaciones. Es preferible decirle claramente lo que esperamos de él, por ejemplo “vuelve a casa a las 21h”.
- Es necesaria la constancia. Como decía, establecer hoy un límite y mañana no sólo genera confusión al menor. Aunque suponga esfuerzo, los límites deben trabajarse cada día de la semana, todos los días del año.
- No hace falta gritar para establecer un límite. Como decía anteriormente, dar las órdenes o instrucciones en un tono de voz tranquilo y calmado puede trasmitir más firmeza que dar un grito. En realidad, al gritar, lo único que estamos transmitiendo es que estamos empezando a perder el control en uno mismo.
- A veces los adultos ligan un límite a un castigo. Yo recomiendo suprimir ese castigo y sustituirlo por una consecuencia. Si un niño ha pintado la pared del salón, es preferible hacerle limpiar esa pared que castigarle sin ver la tele.
- Es necesario actuar en consecuencia. Si el niño sabe que papá o mamá le harán limpiar la pared si la pinta, probablemente no lo hará más.
Finalmente, debemos tener claro que cuanto antes se empiezan a trabajar los límites, más fácil resultará que el menor los interiorice. Los adultos somos nosotros y, como tales, es nuestra misión ayudar a los pequeños a tener estrategias y recursos para desenvolverse de manera óptima en su vida adulta. Para conseguirlo, debemos establecer límites, perderles el miedo y entender que, con amor y respeto, se pueden establecer de manera efectiva.