La invasión de los políticos —que se creen— activistas

Quieren que sus hijos encuentren trabajo y lleguen a final de mes. Y quieren, en un futuro cercano, recibir sus pensiones

Foto busto

Poeta y filólogo

Un cartel de una vivienda que se alquila, en Andalucía.
Un cartel de una vivienda que se alquila, en Andalucía. REYNA

Es difícil a veces escribir columnas. No tengo ni idea de qué voy a escribir esta, la verdad. Se me ocurren mil temas, pero me iré a lo que me interesa. Quizá es lo que tenga más sentido, desde luego: abordar un tema que te toque, que te queme por dentro y sacarlo a relucir en un artículo, tratando de comprenderlo mejor o simplemente de desahogarte. Tengo muchos de esos, desde luego —al fin y el cabo, soy millennial—; pero me centraré en uno. Posiblemente, el que más me queme ahora mismo, al igual que a muchos de mi generación: los alquileres. 

Hace poco en Madrid hubo una manifestación contra el precio abusivo de los alquileres. Manifestación que –atención– apoyaba el gobierno. Exacto: el gobierno apoyando una manifestación contra el propio gobierno… El chiste se cuenta solo. Llevamos unos cuantos años con un partido en el poder con el que probablemente hemos sufrido los alquileres más altos, al tiempo que teníamos desde que entró el euro los sueldos más bajos. ¿Os acordáis de cuando “mileurista” era un insulto? Hace poco salió una encuesta que decía que el 75% de los españoles no pasa de los 2000 euros mensuales. O sea, casi todos los españoles son mileuristas. El smartphone se ha convertido en el equivalente de nuestros tiempos a tener una radio cutre o un periódico. Una forma torpe de desviar la atención del cartón que hace las veces de colchón o el tetrabrik de Don Simón. Pobres con smartphones. Eso somos. Nada de clase media; eso quedó atrás hace mucho. No nos engañemos.

Hace poco la ministra de vivienda enarbolaba la bandera de la solidaridad como si fuese el papa desde el Vaticano, con la salvedad de que lo hacía a través de un tuit. No recuerdo sus palabras exactas, pero sonaban a algo así como: “Caseros, no seáis malos, por favor, o sea. Bajad un poquito, los precios o yo qué sé… Yo haría algo al respecto, saes, pero ¿qué puede hacer una humilde ministra de vivienda?”. 

Y con este clima, la gente dice tonterías, vota opciones políticamente detestables y demás. Pero nos hacen creer que no, que lo que sucede es que el virus del fascismo campa a sus anchas entre la gente. Menuda tontería… La política no le interesa a nadie. A los políticos y a los que militan en algún partidillo. A nadie más. La gente empieza a interesarse por la política cuando ve que las cosas no funcionan. Es decir: cuando ven que no hay un duro. Ahí la política se convierte en un tema de interés. Porque fíjate, qué tíos: buscan soluciones a sus problemas. Quieren que sus hijos encuentren trabajo y lleguen a final de mes. Y quieren, en un futuro cercano, recibir sus pensiones. Porque es lo justo, lo que se les ha prometido y lo que se han ganado. Qué gente, ¿eh? Egoístas… Y esta gente abrazó la opción que venía a acabar con el problema nuclear de este país: la casta. Solo así conseguiríamos remontar de aquella horrible crisis y gobernaríamos nuestros destinos, siendo un país próspero y justo, decían. Pero salió rana. Y el pobre español medio se veía de nuevo desubicado, sin saber a qué votar.

A la intemperie, acuciado por la precariedad y el miedo. Y apareció un señor trajeado con trazas de Cid a lomos de un babieca que prometía lo mismo que el candidato de la coleta: solución a sus problemas. Y el español medio oía lo mismo y asentía también, aunque sus discursos fueran bien distintos. Porque no: no hay fascistas en España. Solo hay gente desesperada que pide que nuestros políticos dejen de ir de activistas, que recojan de una maldita vez sus pancartas y sus cánticos contra los desorbitados precios de la vivienda, que se quiten los piercings y rastas de quita y pon y hagan de una maldita vez su trabajo. Lo mismo, fíjate, la gente vuelve a ser lo que en el fondo es, lo que nunca ha dejado de ser: personas normales, moderadas, que lo único que buscan es vivir una vida digna.

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