Irene Montero ha vuelto a ser víctima de un bulo, burdo como todos, pero van con ello. Otra manipulación de libro que la convierte en la responsable de que los violadores salgan de la cárcel tras la entrada en vigor de la ley del sólo sí es sí. Quienes la culpan a diario de feminista radical y exacerbada, que obligaba a los hombres a tener que firmar un contrato antes de follar, ahora la culpan de ponerse al lado de los machistas que violan a las mujeres. Un comportamiento bipolar, irracional y visceral, promovido por un poder mediático cuya materia prima es la mentira y que habla más del país que somos que de Irene Montero.
Dicen los psicólogos que cuando el paciente habla de alguien o de algo con una irracionalidad incontrolada, provocando la enajenación, está hablando de él mismo. La actitud de los poderes judicial, mediático y de la casta política, a derecha e izquierda, contra Irene Montero es una terapia colectiva de un país que considera que la ministra de Igualdad es una aberración, que se aleja de lo que las normas no escritas del poder consideran normal, correcto, legítimo y elegante.
Irene Montero representa todo lo que odian las clases dominantes de un país cuyas estructuras judiciales, mediáticas, empresariales y políticas proceden directamente de la dictadura, de las imposiciones que en la Transición dijo el franquismo que no se podían franquear. Cuando se habla de la lucha antifranquista, que realmente fue heroica y en ella participaron mucha gente humilde y trabajadora, se obvia que quienes se situaron en las élites políticas y sindicales del progresismo en la Transición eran hijos e hijas de las élites franquistas, no los líderes obreros. No es casual que Manuela Carmena fuera una figura de consenso entre la progresía madrileña en 2015.
El franquismo sociológico es lo que motivó el odio disparado contra el Podemos más plebeyo para inhabilitarlo como alternativa al PSOE, que fue el gran partido de régimen que lideraron los hijos rebeldes de los altos funcionarios franquistas que, más que construir un país de oportunidades para los de abajo, se conformaban con que les dejaran pintarse el pelo de colorines, consumir drogas sin juicios morales, follar sin miedo al pecado y ser de izquierdas de cintura para abajo. Las declaraciones últimas de Joaquín Sabina son la fotografía de una época: “Ya no soy tan de izquierdas porque tengo ojos, oído y cabeza para ver lo que está pasando”.
No es casual que el movimiento cultural hegemónico de los 80 fuera la Movida Madrileña, que fue un movimiento estético, no un movimiento cultural. Tampoco es casual que los referentes de la Movida Madrileña hayan acabando votando al PP o que sus letras musicales hayan envejecido tan mal, hasta el punto de contener pasajes machistas, homófobos, racistas y clasistas que en los 80 pasaban desapercibidos. Tampoco es casual que el rock andaluz, que sí fue un movimiento cultural contrahegemónico en los 80, tuviera tan poco apoyo del poder político y mediático de la época.
Irene Montero no habla con lenguaje de indio, usa un verbo que aterriza, pone nombres y apellidos a quienes fabrican la injusticia
Irene Montero es hija de una madre que era educadora en una escuela infantil y de un padre que era mozo de almacén. Irene Montero ha trabajado de cajera de supermercado para poder pagarse sus estudios de Psicología. Irene Montero procede de la Plataforma Antidesahucios, de poner el cuerpo contra el terror de Estado, y no de las estructuras de las grandes organizaciones clásicas de la izquierda política o sindical. Irene Montero es mujer, joven, feminista, inteligente, capaz de hablar media hora en sede parlamentaria sin leer un solo papel y fue brillante en su etapa universitaria, renunciando a una beca en Harvad por el proyecto de Podemos.
Irene Montero no habla con lenguaje de indio, usa un verbo que aterriza, pone nombres y apellidos a quienes fabrican la injusticia, conceptualiza la realidad y no se esconde en relatos. Irene Montero, además, es pareja de Pablo Iglesias, el hombre que le dio la vuelta al tablero político de España y que llevó al progresismo popular más lejos que nadie en 80 años. Irene Montero no renuncia a lo que es ni a lo que ama, no habla como si llevara toda la vida entre moquetas y en su agenda política las primeras son las cajeras, las limpiadoras, las auxiliares de ayuda a domicilio, las precarias, las mujeres de los márgenes, de las que nunca se acordó el feminismo para ricas que jubiló el feminismo popular el 8M de 2018.
Irene Montero es ministra sin olvidarse de su padre y de su madre, sin olvidarse de sus compañeras de trabajo en el supermercado, sin olvidarse de las familias a las que conoció en la Plataforma Antidesahucios, sin olvidarse de las mujeres que pisan cada día el suelo movedizo que transitan quienes no duermen lo suficiente como para soñar con llegar a pisar un techo de cristal. Irene Montero habla claro. No se achanta, no se calla, no baja la mirada, no se viene abajo. Ante un ataque, tuerce el gesto, respira y contesta implacable, con vehemencia y la fuerza de la razón.
Irene Montero busca la justicia, no el aplauso. Es imbatible, como imbatibles son quienes la única estrategia que tienen, en política y en la vida, es situarse siempre en el lado correcto de la vida; que no es el tacticismo oportunista, sino la justicia. El tacticismo construye liderazgos casuales, la búsqueda de la justicia, el justicialismo, fabrica liderazgos sin fecha de caducidad porque transforma para siempre las mentes de la sociedad.
Montero quiere que los privilegios de unos pocos sean derechos para el pueblo
Por si fuera poco, Irene Montero tiene una proyección política de primer nivel. Irene Montero quiere pan y quiere rosas. Vive donde le da la gana y no renuncia a que los demás también puedan elegir dónde vivir. Irene Montero quiere que los privilegios de unos pocos sean derechos para el pueblo, que las necesidades del pueblo sean derechos garantizados por el Estado. Su liderazgo entre la gente joven, por su defensa de los derechos feministas y LGTBI, la sitúan también en el marco de la modernidad y las libertades individuales que penetra en sectores transversales de nuestra sociedad.
He aquí el motivo de la reacción furibunda del viejo feminismo con carnet del PSOE en contra de la Ley Trans. El PSOE y la progresía mediática deja a los líderes progresistas que se dediquen a los pobres, pero no quieren que, además de garantizar derechos a los pobres, te dediques al derecho a la felicidad de toda la sociedad porque, peligro, puedes estar disputando la hegemonía del sentido común. El poder real permite que los líderes progresistas se dediquen a cosas de rojos para cosificarlos en la parodia, pero no que hablen en el lenguaje de la gente normal para ampliar derechos y libertades y que le disputen al PSOE, indistinguible en lo económico con el PP, la bandera cultural con la que se hacía llamar progresista.
Irene Montero es un espejo en el que los sectores dominantes, que heredaron el dominio de España del reparto de roles en la Transición, salen menos guapos, menos listos, menos esbeltos, menos progresistas y menos estadistas que como les dice el poder mediático que son. Criticar a Irene Montero podría ser saludable democráticamente, como lo es criticar o matizar la acción de gobierno de todos los dirigentes políticos, pero con ella se han traspasado ya todos los límites de la crítica racional porque las críticas contra Irene Montero proceden del territorio de la inconsciencia, donde habitan los miedos, los traumas y las emociones no resueltas de una sociedad.
Irene Montero representa todo lo contrario de lo que las élites consideran normal, legítimo y decoroso para ocupar el salón de mandos del Estado. Irene Montero es la aberración de los dueños y gestores de un país construido sobre el sufrimiento de los humildes, la legitimidad de la gerontocracia, el olvido de los que dieron los mejores años de su vida por defender la democracia, la infelicidad vital de millones de mujeres educadas en el silencio frente al machismo, la soberbia de quienes nacieron con todos los privilegios y la superioridad moral de la progresía que aceptó las imposiciones de la Transición como el límite de lo posible. La política no es el límite de lo posible, sino hacer lo imposible para lograr lo que es justo. Irene Montero lo tiene claro y por eso es diana de los odios de las clases dominantes que ven en ella un espejo que proyecta realidad sin aditivos.
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