J'accuse... aussi!

No sé quién tendrá la razón en el conflicto. No sé quién lo estaría haciendo mejor o peor antes del atentado y de la guerra. No sé cómo el pueblo, que es quien siempre pierde bajo los mandos de las élites, se alinea en bandos para enfrentarse e incluso contradecirse

Una imagen de Gaza a oscuras.   @UNRWA
Una imagen de Gaza a oscuras. @UNRWA

Con la fuerza de un "j'accuse...!”, defendía Émile Zola la inocencia de Alfred Dreyfus, acusado y enviado a la Guyana Francesa tras su condena. Después de descubrirse, a los pocos años, que el verdadero culpable era otro, el mayor Esterhazy, el novelista francés, viendo que se intentaba impedir que Esterhazy fuese declarado como tal, se comprometió con la verdad; como resultado, fue condenado también y acabó exiliado en Londres. Sin embargo, la valentía de Zola no fue en vano, pues, tras el juicio que le hicieron, a la acusación se le vieron los defectos, se revisó el caso y Dreyfus acabó siendo indultado y rehabilitado. ¿Por qué habían querido culpar a Dreyfus entonces? Por ser judío.                                                                                           

Hoy, que ya creíamos relegado al pasado ese odio, empiezan a escucharse ciertos compases leves, después de tanto Hitler de Hollywood y tanto abanderado antifascista.

No creo tampoco en maniqueísmos, no creo que Israel sea todo luz ni que haya hecho todo bien, por ejemplo, no ha respetado los Acuerdos de Oslo (1993). Sin embargo, si alguien quería pedir que se cumpliesen, diría que el mejor momento no ha sido justo tras haber ocurrido este ataque terrorista que le ha soltado las riendas a la guerra. No era el momento de ondear la bandera palestina en la madrileña Puerta del Sol, en Barcelona, en Vitoria, en la embajada de Israel de Londres, en calles de Brighton, Mánchester, Zúrich, Viena, Róterdam, Berlín, Milán, Los Ángeles, San Francisco, Nueva York,  Mississauga (Canadá)... También han ondeado banderas en Irak, Marruecos y Turquía, por ejemplo, habiendo incitado Khaled Meshaa, antiguo líder de Hamás, a convertir el pasado viernes 13 de octubre en un yihad global. Un profesor francés fue degollado y un hombre apuñalado en Pekín.

Con la defensa del cumplimiento de los acuerdos que Israel no está respetando, el mundo islámico y, casi sin que suponga sorpresa alguna, Occidente, están apoyando el terror intolerante de una organización más próxima al ISIS que a los derechos humanos. Ya sienta como pisar abrojos ver que, en este siglo de defensa de las libertades y la igualdad (principalmente de la mujer y los no heterosexuales), se haga tanto la vista gorda con símbolos y modos de entender la vida que son tan contrarios a los que se demandan por parte de los de la vieja Europa (y de Occidente en general); sin ir más lejos, el hijab, que es un símbolo de dominación del hombre sobre la mujer, de que su pelo le pertenece, es fácil de encontrar incluso en propaganda política o en publicidad comercial e institucional. Pero apoyar a terroristas es sobrepasar una barrera abominable, ya sea por parte del Gobierno de España para sumar votos y conservar la poltrona, ya sea por parte de los de la guerra santa contra los que vivimos en el pecado de la libertad.

Una mujer palestina en Brighton dice que los ataques de Hamás en Israel son "inspiradores","hermosos" y un "éxito". Queman banderas de Israel en Marruecos. Judíos ortodoxos apoyan a Palestina. Falangistas y parte de la extrema izquierda española, también (ya lo dice el dicho: “los extremos se tocan”). El político británico Jeremy Corbyn, exlíder laborista, se niega a condenar a Hamás. Después de que Sidney decidiera iluminar la ópera con los colores de la bandera israelí, cientos de partidarios de Hamás se reunieron para atacarla con bengalas y quemar banderas israelíes, llegándose a oír a una multitud que pedía a gritos gasear a los judíos.

En redes, se puede encontrar un vídeo en Speaker's Corner, Hyde Park, de un cristiano de ascendencia india que mantiene una conversación con un musulmán, que le dice: "a cualquier cristiano, a cualquier judío, los odio a todos, por Alá. Si estuviéramos en guerra, te cortaría la cabeza". En otro vídeo de Londres, se ve a dos mujeres quitando carteles de los desaparecidos en Israel; quienes graban las increpan: “it's outrageous!”. En Suecia, un grupo de árabes que protesta acaban apaleando a policías y robándoles la furgoneta. A las afueras de París, un hombre armado con un cuchillo de cocina, con antecedentes por radicalización y con intento de deportación, fue detenido cerca de un colegio, al salir de una sala de oración islámica en Yvelines. 

Mahmoud Al-Zahar, cofundador de Hamás, sostiene que no hablan solo de liberar a su tierra, sino que el planeta entero se someterá a un sistema donde no habrá injusticia, opresión, traición ni sionismo ni ningún cristianismo traicionero". Mientras tanto, miles de árabes (y de occidentales) se han concentrado en capitales europeas, habiéndose prohibido en algunos países las manifestaciones a favor de Hamás, como en Francia. El grito de guerra es el habitual: “allahu akbar”.

No son los únicos que mandan mensajes belicistas. Un imán islamista amenaza a España, diciendo que estamos ocupando Al-Andalus del mismo modo que Palestina está ocupada por judíos, que ambas les serán devueltas, cumpliéndose la voluntad de Alá. El emir de Qatar, mientras permite que se oculte allí la cúpula de Hamás y después de haber financiado los ataques en connivencia con Irán, amenaza con cortar el suministro de gas a todo el mundo.

Sin embargo, es llamativo que no parezca que haya una búsqueda de asilo o, al menos, un ofrecimiento por parte de estos países;  Egipto sí ha ofrecido un corredor humanitario ante los bombardeos y ante la futura incursión de Israel en la Franja de Gaza. Hamás se niega, quiere mártires de su “Palestina libre”, esa “Palestina libre” en la que las mujeres y los hombres no heterosexuales, por supuesto, no lo serán; y, probablemente, esté también libre de judíos y cristianos. Por otro lado, es también digna de mención la “Palestina unida” que no esta unida, sino que de por sí tiene enfrentamientos entre sus partes: Cisjordania es menos radical que Gaza y eso causa fricciones internas.

Yo no sé si soy pro Israel, lo que sí sé es que sí condeno el terrorismo, como los que se concentraron frente a la embajada de Israel en Madrid. Condeno que, como dice J. K Rowling, Reino Unido era un refugio seguro y ahora se aconseja a los niños judíos británicos que oculten su identidad cuando van al colegio, por su propia seguridad. Condeno que en un noticiero de Hamburgo pregunten sobre los atentados en Israel y la respuesta sea: “me alegro. Lo celebramos en casa. Estoy contenta con lo que han hecho (los de Hamás)”. Apoyo, también, a Macron, que declara que el deber ahora es garantizar la seguridad de nuestros conciudadanos judíos y no dejar prosperar  ningún discurso ni acto antisemita. El presidente galo sostiene (y yo con él) que quienes confunden la causa palestina y la justificación del terrorismo cometen una falta moral, política y estratégica. Ya vimos los vídeos de los estudiantes judíos de la Universidad de Washington, preguntándose cómo permitían las manifestaciones en el campus y derrumbados en esta exclamación: “¡nos quieren muertos!”.

Opino, como Fabien Roussel, secretario general del Partido Comunista Francés, que podemos tener diferencias y que eso nos enriquece, pero que es grave cuando ya no podemos hablar al unísono para denunciar un acto terrorista, porque lo que está en juego es nuestra concepción de la vida humana.

No sé quién tendrá la razón en el conflicto. No sé quién lo estaría haciendo mejor o peor antes del atentado y de la guerra. No sé cómo el pueblo, que es quien siempre pierde bajo los mandos de las élites, se alinea en bandos para enfrentarse e incluso contradecirse. No creo que la vida sea tan  parecida a las películas de superhéroes, en las que unos son los buenos y otros los malos y hay que alistarse; conviven en el hombre tanto los destellos como las tinieblas. Lo que sí creo tener claro es que Europa debe mantener sus valores y libertades, que se han escrito en las leyes con la tinta de la sangre derramada, y que, mande quien mande, es el hombre sin mando quien muere, quien sale herido y de quien el poder se aprovecha. Como dijo Orwell, un pueblo que elige a corruptos, impostores, ladrones y traidores no es víctima: es cómplice; yo elijo no elegir el terror ni la impostura ni la imposición corrompida.                                                     

Yo, como Zola, también creo en el poder de la palabra y me siento casi en la obligación de decir lo que considero justo. ¡Yo también acuso! Acuso, después de todo lo dicho, a los que envenenan las causas nobles, los que cosen insignias de bondades en sus banderas de fricción. Acuso a los que, tan fácilmente, distinguen con nitidez quiénes son los de corazón blanco y los antropomorfos sin alma a combatir. Yo acuso a los que convierten al prójimo en el otro, a los que aglutinan divisiones entre las gentes, a los que arrojan desde sus poltronas las semillas de la discordia. Yo acuso a los que amarran las alas de la verdad y le quitan el bozal al hambre de dinero, el más voraz, usando la tinta de la mentira para manchar las causas nobles. Yo acuso al que dice alzarse en pro de la libertad - ese arcano-, mientras dicta sentencia y disgrega a las gentes en dos: los libres obedientes y los insumisos totalitarios. Yo acuso la prédica con máscara, a la máscara del buen rostro que sabe agradar de cara al público, pero que esconde la cara que se muestra en las sombras. Yo acuso a Europa, yo acuso a Occidente, yo acuso al hoy. Acuso a quienes hablan de pacifismo, a los antibelicistas, que apoyan públicamente los ataques terroristas de Hamás. Esos que justifican las muertes de jóvenes, las decapitaciones de niños y las violaciones de mujeres. Acuso a los que vociferan con pancartas de libertad y dan pasos en contra de ella. Yo los acuso y pongo el grito en el cielo.

Que no cuenten conmigo.

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