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Jackie Kennedy decoró la Casa Blanca con más gusto que Donald Trump

Jackie aportaba refinamiento cultural, pero también, por su olfato infalible para la moda con una imagen que las norteamericanas se apresuraron a copiar

22 de abril de 2025 a las 13:40h
Jackie Kennedy.
Jackie Kennedy.

Egomaníaco siempre, Donald Trump ha redecorado la Casa Blanca para convertirla en un tributo a su mayor gloria. No está de más, ante semejante desafuero, recordar que Jacqueline Kennedy, la esposa de JFK, también se embarcó en reformas durante el mandato de su marido. Aunque con una diferencia fundamental: demostró tener un sentido de la estética y el glamur a una distancia astronómica de la vulgaridad del actual mandatario.

Jackie aborrecía la expresión “primera dama”. Le recordaba a un caballo de carreras más que la consorte del mandatario de Estados Unidos. Tras la victoria electoral de su marido se vio inmersa en una serie de obligaciones que solo le suscitaban aburrimiento. En ocasiones, su desinterés por la política originó tensiones en su matrimonio, pero después de un periodo inicial, en el que se sintió sola, triste y perdida, aprendió a convivir con su nuevo estatus.

El feminismo, al menos en ese momento de su vida, estaba lejos de atraer a Jackie. El sentido de su vida se hallaba en secundar al hombre que había elegido, en compartir sus políticas y votar por lo que él votaba, ya que un pensamiento propio en este terreno le parecía fuera lugar. Creía que las mujeres, por su excesiva emotividad, no estaban preparadas para brillar en este ámbito. Por eso, su misión durante la presidencia de JFK sería la de ser mujer y madre, tal como ella misma manifestó. Su preocupación no era mostrar su propia personalidad, sino saber adaptarse como un guante a las necesidades de su pareja. “Realmente te conviertes en el tipo de esposa que ves que tu marido quiere”, diría en una entrevista.

Jackie estaba decidida a ser la reina del espacio doméstico, aunque fuera de uno tan peculiar como la Casa Blanca. Se dedicó con todas sus fuerzas a restaurarla, un trabajo que pronto se reveló agotador, con el propósito de convertirla en un escaparate de la cultura norteamericana. Para ello se esforzó en hacer patente el legado de presidentes como Thomas Jefferson y Abraham Lincoln. No obstante, su obsesión por lo histórico tenía un punto artificial. Si los muebles no poseían una apariencia antigua, los decoradores tenían instrucciones de envejecerlos.

La primera dama, por otra parte, creó una colección permanente de pintura y artes decorativas estadounidenses. La Biblioteca también experimentó cambios, de cara a exponer obras clásicas de la literatura nacional. Así, Jackie acabó por hacer en la residencia presidencial más reformas que todos sus anteriores inquilinos juntos.

En cierta ocasión, su exceso de celo le jugó una mala pasada. Se hizo famosa la forma en que ignoró a Martin Luther King en el ascensor de la Casa Blanca porque… ¡Estaba demasiado entusiasmada con el descubrimiento de una silla antigua en el sótano!

En febrero de 1962, aceptó mostrar al gran público el fruto de su trabajo. Hizo entonces de guía de la Casa Blanca en un programa para la CBS. La emisión, seguida por 46 millones de personas, fue un éxito pese a la crítica feroz del escritor Norman Mailer, que la consideró el espectáculo vacío y falsa a la protagonista.

Su atención hacia el mundo del arte la condujo a gestionar un evento de primera magnitud, la visita a Norteamericana de la Mona Lisa, en la única ocasión que la pintura de Leonardo ha abandonado el Museo del Louvre. A lo largo de 52 días, más de dos millones de personas iban a tener la ocasión de admirarla. JFK reconoció que la influencia de su esposa resultó determinante para este y otros grandes acontecimientos culturales de su mandato, como la actuación en la Casa Blanca del violonchelista catalán Paul Casals.

Con su exquisita sensibilidad artística, Jackie también intervino para reunir los fondos que salvarían el complejo faraónico de Abu Simbel, amenazado por las obras de la presa de Asuán. “Sería como dejar que se inundara el Partenón”, escribió. En agradecimiento, el presidente egipcio Nasser hizo trasladar a Estados Unidos el Templo de Dendur, hoy instalado en el Museo Metropolitano de Nueva York. Con todas estas iniciativas, la administración Kennedy adquirió una imagen de sofisticación cultural que le rindió un beneficio propagandístico incalculable.

Jackie aportaba refinamiento cultural, pero también, por su olfato infalible para la moda con una imagen que las norteamericanas se apresuraron a copiar. De pronto, las rubias al estilo Marilyn dejaron de estar de moda en beneficio de las morenas. Los peluqueros de Nueva York lo sabían mejor que nadie, ya que pasaron a gastar tinte oscuro en grandes cantidades ante la avidez de sus clientas por imitar el “Jacqueline Kennedy look”.

Eran, en definitiva, tiempos muy distintos a los actuales. Donald Trump no apuesta por el refinamiento sino por la testosterona. Por mucho que hable de devolver a América su grandeza, lo único que está consiguiendo es sumirla cada vez más en el ridículo.