¿No serán capaces, verdad? Esa era la pregunta que nos hacíamos muchos respecto al balotaje que culminó el pasado domingo con la elección del ultraderechista Javier Milei como Presidente electo de Argentina. Triunfó la locura, la excentricidad, lo diferente, la rabia… en definitiva, fue toda una oda a la desesperación política; un grito de no poder más de quienes han sufrido demasiado en silencio.
La segunda vuelta de las presidenciales iban a ser un termómetro democrático, tenían la responsabilidad de dilucidar la elección del pueblo argentino entre Sergio Massa, el candidato continuista del peronismo que lo podríamos ubicar en ese centroizquierda camaleónico que mira con tanta intensidad al centro; y Javier Milei. No es fácil describir a este economista más allá de su título universitario, él se define a sí mismo como liberal-libertario, claro que yo me defino a mí mismo de tantas formas… La realidad es que cualquiera que investigue un poco sobre Javier Milei hallará enseguida una mezcla del más puro populismo (ese ataque contra toda forma de política que curiosamente se hace desde la propia política, ese “todos son iguales” y yo soy muy distinto o el clásico de voy a tener poquísimos ministerios y el dinero ahorrado va a ser para ti) con el neoliberalismo más salvaje (quitar subsidios, dolarizar, desregularizar al máximo el mercado laboral, bajar en un 90% los impuestos, acabar con el Banco Central argentino, privatizar sanidad, educación, obras públicas…) rematados con una mala educación de gritos constantes, insultos, faltas de respeto y aspavientos marca de la casa; con un toquecillo de posible patología esquizofrénica, como demuestran los múltiples videos donde se le ve notoriamente inestable pidiendo silencio continuadamente y cada vez con más frustración, a un sector del plató donde no había absolutamente nadie. Si lo llega a ver Feijóo, quizás en vez de un profesional pide directamente internamiento en centro psiquiátrico.
La elección, a ojos cualquiera, parecía sencilla. Anonadado, sin creer que fuese cierto, confuso e incluso un poco preocupado, vi las encuestas a pie de urna (bastante fiables en Argentina) a través de una televisión del país haciendo uso de los famosos streamings de YouTube, que son muy útiles para los seguidores de la política, pues nos permite ver de primera mano las cadenas del país en cuestión, punto muy a favor siempre que manejemos el idioma. Todos esperábamos una elección reñida, un 52-48/53-47, pero al menos yo creí que la cordura y la racionalidad se impondrían; aunque fuese por tan poco.
Los primeros datos consumaron lo que las encuestas de horas antes vaticinaron, Javier Milei se impondría y no por un estrecho margen para lo que se esperaba. “En el búnker de Milei ya celebran y se ven ahora mismo más cerca del 60 que del 50 por ciento” fue la frase exacta que terminó con mis esperanzas de un vuelco en favor del raciocinio y la concordia, que di por muerto y enterrado. No miento ni exagero si digo que el sentimiento que mejor puede describirme en ese momento es la confusión. Del que no sabe cómo ha sido posible, cómo han sido capaces, del que no ubica cuándo perdimos el norte como humanidad, del que observa con la ventaja de la distancia y la ajenidad el caos inminente; confusión, simplemente. Pero para quienes creemos en democracias fuertes y solventes que sepan autoprotegerse, la confusión del impacto ha de ser momentánea. Rápidamente, tenemos que pensar en el porqué, y no podemos culpar a la gente de lo que decidió, tildar al pueblo argentino de analfabeto habría sido tan fácil como falso, pues menospreciar a quien decide es un ejercicio de prepotencia que solo dificulta la vuelta a la calma democrática.
Por desgracia, la victoria de Javier Milei no podemos catalogarla de aislada y puntual; pertenece a un movimiento político global de ascenso de la ultraderecha más reaccionaria que nos ha dejado sonoras personalidades en el poder como Donald Trump, Víctor Orban, Jair Bolsonaro, Giorgia Meloni, Mateusz Morawiecki… y pidamos a quien haya que pedir que no se amplíe la lista. Todos tienen factores comunes en mayor o menor medida, o al menos todos ellos y sus aspirantes (Santiago Abascal, Marine Le Pen, André Ventura) usan ciertos medios para alcanzar todo el poder político que esté a su alcance. En mi opinión, tenemos que destacar tres factores:
1. Desesperación o desarraigo democrático: La desafección o desarraigo hacia la política es uno de los fenómenos con mayor auge del S.XXI, es ese lujo que nos permitimos las democracias consolidadas de sentir desprecio por cualquier forma de gobierno. Y cabe recalcar que efectivamente la desafección es un lujo, porque solo nos la podemos permitir quienes habitamos en un Estado que respeta como somos, pensamos y vivimos. Quizás piensan que nos va demasiado bien como para preocuparnos activamente de la política. El mayor problema que tiene este fenómeno es que es caldo de cultivo para los populismos, llámese Milei o llámese Pablo Iglesias. Un discurso que ataca a todos por igual, que se plantea como novedoso y distinto, es muy atractivo para personas hartas de escuchar sermones de hombres blancos con traje, con el riesgo evidente que entraña preconcebir como preferible aquello que solo es distinto. Sin embargo, en el caso de Milei, entra más en juego la desesperación que la desafección. Desesperación del pueblo argentino, ese que tiene un 10% de indigencia, 35% de pobreza y un 140% de inflación. Con un gobierno que no ha sido capaz con hechos fehacientes de darles respuestas acertadas ante la grave crisis económica que ha derivado en una crisis moral y social. El mejor informe de gestión del gobierno de Alberto Fernández es precisamente la elección de Javier Milei como su sucesor, sobran las palabras. Sin embargo, no podemos dejar de advertir lo peligroso que es “el cambio por el cambio”, es decir, quiero cambiar y me da igual como. Si me hago un esguince y quiero que cese el dolor en mi tobillo, amputarme la pierna entera, acabará con mi sensación actual sin lugar a dudas; cambiar habré cambiado, pero a peor.
2. Claudicación del centroderecha y de la derecha democrática tradicional: En la mayoría de los casos anteriormente mencionados, observamos como la ultraderecha se ha hecho fuerte ensanchando su espacio electoral hacia terreno propio de los partidos de derechas tradicionales. Que puedo diferir y efectivamente difiero de lleno con la mayoría de sus planteamientos, pero les presupongo un cierto talante democrático que choca de lleno con la agresividad desmedida y el sentir puramente radical que usa la ultraderecha. El quid de esta cuestión está en como le comen terreno estos partidos si tienen valores contrapuestos. La mayoría de las veces, ocurre lo que yo llamo la tragedia de la imitación, pues para detener una posible fuga de votantes atraídos por lo nuevo y lo polémico, la derecha democrática opta por plegarse y aceptar como suyos muchos postulados ultras. Lo que, en vez de debilitar, afianza el cuadro mental nativo de la ultraderecha dentro de los votantes tradicionales de la derecha que no hiperventila. Y para votar a la copia, acaban votando al original.
Casos como estos podemos citar Francia (votantes de LR que ahora votan a Le Pen) o la propia Argentina, donde los votos de Milei en segunda vuelta son más que los conseguidos por él mismo sumados a los de Bullrich (la candidata de la derecha tradicional) en primera vuelta. Y es precisamente ahí donde tenemos que enfocarnos porque cuando se conocieron los resultados de la primera vuelta, hubo cierta discusión sobre hacia quién irían los votantes de JxC (Bullrich) en el balotaje, duda disipada: todos en bloque a Milei; hacia quien la propia Bullrich o Macri e incluso Mariano Rajoy expresaron su apoyo. Todo el bloque de derechas tradicional e incluso el centroderecha, representantes políticos y votantes, prefirieron cerrar filas con la locura más absoluta en vez de abrirse más allá de lo residual hacia un tipo de centroizquierda tibia. Peligroso, muy peligroso y muy mal precedente. Sin embargo, vemos con cierto alivio como esto por ahora no está del todo internacionalizado y que existen dudas fundamentadas cada vez que el espacio de derechas tiene que moverse entre el centroizquierda y la ultraderecha. Por ejemplo, en Polonia, donde desde la derecha hasta la izquierda posibilitarán un cambio más que necesario para un país que por fin ve cierta luz después de años de oscuridad ultraderechista. Ese es el camino y esa es la esperanza, aunque aquí viéramos como el Partido Popular celebraba la victoria de Milei con un “Viva la libertad, carajo” (lema de Milei) desde su cuenta oficial de X.
3. Control del relato y manipulación masiva: Pero si hay algo común a todo candidato de ultraderecha, eso es la excelente capacidad para colocar temas en la conversación pública donde inducen problemas exagerados o que realmente no existen como la transición de España a una dictadura porque no gobiernen ellos, la okupación o la inmigración. Este último ha sido el plato fuerte del PVV en Países Bajos, partido ultraderechista y flamante nuevo ganador de las elecciones generales en una de las semanas horribilis de la democracia. Hablar de lo que quieren y cuando quieren y que efectivamente de repente todos estemos conversando acerca del tema con la ayuda inestimable de sus tentáculos mediáticos, les da una capacidad decisiva muchas veces de manejar agendas políticas, crear estados de opinión e ir marcando los puntos de campañas a las que van con el relato casi ganado para el votante derechista tradicional, del que se nutren sumado al votante suyo propio. Un auténtico y esperpéntico proceso de radicalización.
Hay que hacer evidente autocrítica, porque si los partidos normales (a estas alturas me permito la licencia de llamarlos así) no son capaces de atraer ese elector que migra hacia el vacío, tenemos que pensar en el porqué, prestándole especial atención a la sobreideologización, que muy acertadamente criticó Juan Grabois al día siguiente del primer terremoto Milei: las P.A.S.O del pasado agosto. Si sobreideologizamos, nos alejamos de la realidad de las personas, y alimentamos el falso dogma de que vivimos en burbujas y la realidad es tal cual la describen cargados de xenofobia y odio.
El espacio de la derecha tiene ante sí un reto complicado, tiene que pensar que quiere ser de mayor. Si quiere quedarse dentro del consenso de mínimos de la convivencia democrática, o si tira la casa por la ventana, rompe con todo, y alimenta a una ultraderecha que le come todoterreno que ceda y un poquito más. En definitiva, necesitamos seguir con detenimiento este avance de la ola reaccionaria que amenaza con tsunami y poner todo el esfuerzo en ponerle fin. Existe esperanza siempre, nunca hay que caer en el pesimismo. Y si no, que se lo digan a Pedro Sánchez y a cualquiera de los que descorchamos champagne el 23-J.
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