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La historia de hoy comienza con la ley 6/1998 de 13 de Abril, la archiconocida ley del suelo de Aznar, que tuvo su origen en dos necesidades de la época: el déficit de viviendas para jóvenes que deseaban independizarse y la necesidad de reducir las corruptelas y arbitrariedades de los ayuntamientos en la definición de que era urbanizable y que no.

Junto con el comportamiento temerario de los bancos a la hora de conceder créditos, esta ley propició el crecimiento desmesurado de la burbuja inmobiliaria española, y consiguió que los jóvenes accedieran a la vivienda a precios desorbitados, hipotecándolos de por vida o deshauciándolos una vez que la burbuja explotó.

Por otro lado nos encontramos con que los ayuntamientos salían ganando con la ley del suelo, aprovechándola para “hacer caja” y muchos políticos para engordarse notablemente los bolsillos, por lo que tampoco fue eficaz contra las corruptelas.

Por aquel entonces en nuestra ciudad Pepe López, un peón de albañil a cargo de la delegación de Urbanismo, decidió “ayudar” a la siempre maltrecha economía del Ayuntamiento con la promoción de miles de hectáreas de viviendas unifamiliares, con un Plan Urbanístico confeccionado para desatar la locura, duplicando la extensión de Jerez al más puro estilo americano pero en el sur de Europa.  

Fue en aquella época cuando los gobernantes locales se empeñaron en sumergirnos atropelladamente en el problema de la dispersión urbana, sin pensar en otra cosa que en hacer caja lo más rápido posible, sin tener en cuenta los costes sociales y económicos que un crecimiento de este tipo acarrearían en un futuro.

Decisiones interesadas que a la larga han afectado a la calidad de vida. Ya que debido a esta dispersión no solo se han aumentado los costes en infraestructuras y servicios básicos, sino que hemos perdido de vista el modelo de ciudad europea que promueve una trama urbana compacta garantizando la socialización vecinal y la capacidad de decisión colectiva.

Este urbanismo del pelotazo ha promovido en nuestra ciudad la segregación social, el abandono del centro, el descontrol del transporte público y los viajes en coche, y a su vez ha sido el caldo de cultivo perfecto para restaurantes de comida rápida, el incremento de la polución y la aparición centros comerciales descomunales a minutos a pie del centro histórico.

Y es que viendo el asunto desde esta perspectiva y al contrario de lo que piensan la mayoría de los ciudadanos, el problema del centro de nuestra ciudad quizá no sea únicamente la falta de aparcamientos sino la situación que les ha llevado a necesitarlos desesperadamente. 

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