Saturnino es el artista del pueblo. Bueno, no el único, claro, pero sí el mejor. El mejor con diferencia. Es un hombre joven con un brillante futuro por delante, y yo, que le conocí no hace mucho, compartiendo una partida de cartas, soy su más reciente descubrimiento. Julián es mi nombre, y me dedico a ayudar a mi santa madre con su mercería. Soy un gran experto en lencería femenina, y conste que con las clientas se mira pero no se toca. Soy un caballero muy respetuoso, y no lo digo yo, lo dicen ellas. Ojo, que algunas ven a un hombre joven, bien plantado, que las atiende con cortesía... y se desmelenan a la primera de cambio. Yo siempre opto por la elegancia de no darme por aludido, eso las hace desistir de flirtear conmigo, al menos por un rato.
La mayoría de las mujeres del pueblo vienen a por lo básico y ninguna es una gran modelo... excepto Dolores. Madre del amor hermoso... Ni la Loren en sus mejores tiempos. Se lo contaba el otro día a Perico, mi mejor amigo. Le dije que desde que Dolores llegó al pueblo en otoño estaba ansioso por atenderla en la tienda. Yo sabía que una mujer tan sublime no podía tener mal gusto. Eso le decía a Perico; era imposible encontrar una mujer más bella, con esas curvas, esa piel tostada, esos ojos negros y esas pestañas infinitas. Para perderse mirándola. Y ya me dijo mi Perico que no fuese tan zopenco, que las mujeres así de impresionantes no se fijan en alguien como yo. Cuidado, que yo soy el soltero más cotizado del pueblo, pero claro... Dolores viene de la gran ciudad, y bien acompañada, que marido no le falta. Todavía recuerdo cómo me enteré de que estaba casada, que fue un palo el que me llevé... Mucho me ilusioné yo antes de empezar.
Total, que ya digo que Saturnino es el mejor artista del pueblo, pero con diferencia. Un año entero se ha pasado en la ciudad, viviendo con los bohemios, empapándose de creatividad... En la ciudad le cogió el gusto a lo de jugar a las cartas, y menuda paliza me dio a la brisca cuando nos conocimos. Sería hace un par de meses. Una auténtica paliza. Pero le caí en gracia, que a simpatía no me gana nadie. Oye, que me invitó a su estudio de pintura y todo.
Pobre Saturnino. Es que no sabe con quién se deja liar. Me pidió que posara para él, y yo pensando que eso sólo lo hacían profesionales de los que se desnudan y se quedan quietos durante tres horas. Pero no, Saturnino quería pintarme a mí. Vestido, ojo. Así que allí me quedé, sentado en una silla de madera y cuero, procurando no moverme. Eso sí, le hablaba mucho... Primero porque me aburría, y segundo porque Saturnino quería conocer muy bien a la persona a la que estaba retratando. Le di una charla de agárrate y no te menees. Pero claro, todas mis charlas llevan al mismo sitio... Dolores. Antes incluso de haberla nombrado, Saturnino me puso unos ojos suspicaces y me dijo que tenía cara de enamorado de pueblo. De embobado, vaya...
Le admití que sí, que estaba muy fascinado por una mujer increíble, que tenía unas piernas divinas y muy buen gusto para la lencería. Saturnino sonreía conmigo, hasta que le dije que Dolores estaba casada. En ese momento dejó de pintar y me dijo que esa historia se la sabía de memoria y que la había retratado tantas veces para olvidarse de su dolor, que lo mejor era no pintarla otra vez. Pobre Saturnino.
Me llevé mi retrato a medio pintar y lo puse en la mercería, en contra de la voluntad de mi santa madre, que decía que esos colores destrozaban la esmerada decoración del pequeño local. Pero yo estaba muy orgulloso de mi casi primer retrato, y ahí lo dejé, bien a la vista. Y adivinen ustedes... Resultó que un par de días después apareció Dolores, buscando unos botones de charol, contándole a mi santa madre que al día siguiente se marchaban del pueblo ella y su marido. Al parecer, al tipo le habían ofrecido un puesto de trabajo importantísimo en un país de esos exóticos del Pacífico. La gente de ciudad es de un aventurero... Me dio pena, y rabia, que todo hay que decirlo. Yo que había soñado con conquistar a Dolores y que tuviésemos una aventura a espaldas de todo el pueblo...
Fantasías mías. Eso sí, además de gustar de los viajes largos, la gente de ciudad entiende de arte, porque Dolores se quedó anonadada con la categoría artística de mi casi retrato y ofreció por él una cantidad de dinero escandalosa. De pronto, mi santa madre adoraba el cuadro, y Dolores tuvo que mejorar la oferta. Se lo llevó, ya te digo si se lo llevó... No quiero ni pensar cómo va a subir el caché de Saturnino cuando su fama recorra el Pacífico.
Y yo, bueno... Al final contento, ¿no? De alguna manera, yo sabía que Dolores no me dejaría escapar.