"Nueva normalidad", nunca dos palabras significaron tanto. Ese binomio es nuestro pase a una "nueva libertad" que anhelamos más que nunca. Cuando lleguemos a eso, todo será nuevo: los besos y abrazos que daremos, el vermú en el bar, la paella a domicilio... Una "nueva normalidad" a la que tendremos que acostumbrarnos y convertirla en nuestra forma de vida, al menos durante un tiempo.
Comienza la puesta en marcha de la ansiada desescalada y la sociedad busca desesperada un BOE que aclare las fases que nos llevarán hasta esa "nueva normalidad" anunciada, con poca fortuna comunicativa, por el presidente del Gobierno en su comparecencia del martes. Sus palabras acabaron siendo un trabalenguas a la altura de los hermanos Marx que muchas aún estamos tratando de descifrar.
Así con todo, el 4 de mayo comenzamos a bajar, perdón, a desescalar este Everest en forma de pandemia mundial que nos ha robado la vida desde el pasado mes de marzo. En este tiempo nos hemos perdido cumpleaños, conciertos, obras de teatro, besos, nuevos nacimientos... Hemos perdido gente -demasiada- en esta subida y hemos llorado por todos ellos tras las paredes de nuestra propia cárcel personal.
En estos casi dos meses hemos cumplido con los requisitos estipulados del buen "confinante". Hemos hecho panes y bizcochos por encima de nuestras posibilidades hasta agotar las existencias de levadura (por favor, compradla con moderación). Hemos hecho ejercicio aunque no hubiéramos andado más de un kilómetro en nuestra vida. Hemos compartido vinos virtuales en largas sesiones de videollamadas y le hemos dado la vuelta al catálogo de Netflix.
La "nueva normalidad" es la anormalidad misma porque no volveremos a experimentar la vida como la conocíamos en un largo tiempo. No es una normalidad nueva porque es imposible. Lo que nos espera será una vida diferente, con nuevas reglas y restricciones, que nos acercan más a esas distopías de los libros que tanto nos gustaba leer. En poco tiempo saldremos a la calle pero con moderación, y tenemos la responsabilidad de hacerlo bien, de forma ordenada y sin volvernos locas por mucho que estemos deseando repartir abrazos a cascoporro. Nos jugamos mucho.
Y cuando menos lo esperemos, volverá a abrir nuestro bar de siempre. Ese en el que nos juntábamos para beber cervezas y medias raciones de croquetas mientras contemplábamos el Cabildo Viejo. Donde compartíamos risas y secretos. Donde la vida no era ni nueva ni normal, sino nuestra. Donde éramos felices... La primera, allí.
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