Ya sabe usted (y si no lo sabe yo se lo digo), que el paso del tiempo es uno de los temas predilectos de todas esas personas que, metidos ya en una cierta edad, escriben poemas (a los poetas jóvenes, más que el tiempo, les interesa otro tipo de temática). A lo que iba, el paso del tiempo a mí, particularmente, me ha generado siempre muchos desvelos, y alguna vez que otra he escrito sobre esa cuestión, pero tengo que volver a hacerlo porque el otro día viví una experiencia que no se me quita de la cabeza. Resulta que en mi pueblo, Prado del Rey, se está celebrando aún el 250 aniversario de su fundación, en realidad esa efeméride se cumplió el año pasado, pero, en fin, un año después todavía estamos de celebración. La cosa es que a la subcomisión organizadora se le ocurrió la idea de hacer una “cápsula del tiempo” en los colegios del pueblo, y meter dentro fichas con fotos familiares de todo el alumnado y algún recuerdo que otro. La idea es que esa capsula se abra en el 300 aniversario, o sea, ¡dentro de 50 años!
Una cápsula o caja del tiempo es un recipiente hermético construido con el fin de guardar mensajes y objetos del presente para que sean encontrados por las generaciones futuras. En 2009, cerca de la plaza de las Cortes de Madrid se descubrió una caja de cobre depositada allí en 1835. En ella se encontraron cuatro tomos del año 1819 del Quijote, un libro sobre la vida de Miguel de Cervantes y otras publicaciones más. Buscando información me enteré que incluso existe la Sociedad Internacional de las Cápsulas del Tiempo, creada con el fin de mantener una base de datos mundial acerca de todas las cápsulas del tiempo existentes. Al parecer, hay infinidad de ellas por todo el mundo.
La cápsula del tiempo en Prado del Rey.
Volviendo a mi caso, la directora del colegio infantil Azahar, que es donde está escolarizado mi hijo Pablo, me pidió que metiera uno de mis libros en la susodicha cápsula, así que la noche antes elegí el libro, le añadí una dedicatoria e incluí en su interior una hoja con un poema escrito a mi pequeño, para que el día en que se abra, él lo pueda leer. Qué cosa más extraña dejarle un libro y una nota a una persona que en el momento de recibirlo tendrá 53 años. Yo, seguramente, para esa fecha seré energía vagando por universos desconocidos, porque me da a mí que no llegaré a nonagenario, aunque, quién sabe, la esperanza es lo último que se pierde.
Pues como le decía, esa noche que preparé el material a penas pude conciliar el sueño. Una maraña de sentimientos se me agolpaban en la cabeza; imaginaba a mi hijo, ya cincuentón, sujetando en sus manos la ficha escolar con la foto de familia, el libro y la hojita con el poema manuscrito, quizá, incluso pudiera estar en ese momento acompañado de sus futuribles hijos. ¿Qué recuerdos conservará en su memoria de este día de mayo de 2019? Haga una cosa, cierre los ojos ahora, retroceda en el tiempo todo lo que pueda e intente visualizar su primer recuerdo infantil. ¿Qué ve?
No sé si mi pequeño Pablo podrá recordar aquel día en que se enterró la capsula en su colegio, espero que haga un esfuerzo y pueda retroceder 50 años. Espero también que, a pesar del inevitable paso del tiempo, siga teniendo corazón de niño en cuerpo de hombre.
The answer, my friend, is blowin' in the wind…
Comentarios