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 En general es lo que acontece en las sociedades donde un sistema de promoción perverso hace que sean los mediocres quienes ocupen los puestos de mayor responsabilidad.

Cuenta Heródoto que Periandro, tirano de Corinto, fue un gobernante más o menos benévolo hasta que entró en contacto con Trasibulo, quien durante muchos años gobernaba en Mileto sin que nadie le disputara el poder. Por eso un día Periandro, que no debía tenerlas todas consigo y que seguramente veía conspiraciones por todas partes, envió un heraldo para que le preguntara a Trasibulo con qué tipo de medidas políticas conseguiría él también asegurar su posición y regir su ciudad sin sobresaltos. Pero Trasibulo no le dijo nada al emisario sino que se limitó a pasear con él por un campo sembrado de trigo, y mientras le formulaba preguntas sobre las cosas más intrascendentes, de paso, cada vez que veía una espiga que sobresalía de las demás, la tronchaba y la arrojaba al suelo, hasta que con semejante proceder acabó por destruir lo más espléndido del trigal. 

Cuando el heraldo regresó a Corinto y Periandro le preguntó por el consejo que sin duda le habría dado Trasibulo, el emisario dijo que no le había dado ninguno, y que le parecía que aquel hombre estaba loco de remate. Y entonces le contó lo que le había visto hacer en el trigal. Pero Periandro sí comprendió el mensaje sin palabras de Trasibulo, lo puso en práctica y así se mantuvo en el poder durante largos años, aunque su gobierno y, con él, su ciudad, no hiciera en todo aquel tiempo nada digno de figurar en la Historia.

Si no los conociéramos podríamos pensar que muchos de nuestros dirigentes -y no me refiero solo a los políticos-, son ávidos lectores de los clásicos grecolatinos, dado el celo con que muchos de ellos ponen en práctica el consejo sin palabras que Trasibulo le dio a Periandro, según la narración de Heródoto. Pero no nos engañemos: eliminar o silenciar a las personalidades más destacadas —a las espigas que sobresalen en el trigal—, o siquiera entorpecer su progresión o ascenso, es práctica común e instintiva —y cobarde— entre quienes temen que el brillo de los más capaces delate su mediocridad. Sucede en los gobiernos de las naciones y de las ciudades, pero también en cualquier ámbito de poder por insignificante que sea, y para perjuicio de todos. Por mi trabajo yo lo he visto en algunos institutos y escuelas, donde los maestros y profesores más destacados son literalmente machacados por quienes ocupan los cargos directivos. En general es lo que acontece en las sociedades donde un sistema de promoción perverso hace que sean los mediocres quienes ocupen los puestos de mayor responsabilidad. 

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