Ser riguroso no tiene por qué estar reñido con hablar claro. Ni defender tu variedad dialectal tiene nada que ver con caer en la vulgaridad. En un perfil de hace un par de días publicado en El País, coincidiendo con la toma de posesión del presidente Joe Biden, aludía la periodista Amanda Mars a una crónica de The New York Times en la que distintos asesores que trabajan codo con codo con el demócrata contaban que éste aborrece el lenguaje tecnicista o académico. Es frecuente, de hecho, que interrumpa la conversación con sus colaboradores y les espete: “Levanta el teléfono, llama a tu madre y le dices lo que me acabas de decir a mí. Si lo entiende, podemos seguir hablando”.
El hecho de que a veces nos escandalice que los representantes públicos empleen expresiones populares o recurran a un lenguaje coloquial dice mucho de la burbuja en la que los propios políticos residen y que nos ha hecho creer, hasta el paroxismo, que solo con un determinado nivel de comprensión intelectual podemos acceder a lo que nos dicen. Nada más lejos de la realidad en una clase política que, en muchos casos, no pasa del Marca como lectura de cabecera. Es sano que los políticos bajen a la calle en sus discursos, que dejen los constreñidos lugares comunes de argumentarios y expresiones manoseadas, tan aparentemente sesudas como vacías de contenido.
Pero tampoco es de recibo que se despache de forma coloquial, o como una mera anécdota, una cuestión más o menos grave. Viene esto al caso de la respuesta que ha ofrecido el consejero, Jesús Aguirre, sobre la compra inadecuada de jeringuillas por parte de la Junta andaluza que está provocando que se desperdicie una parte de la dosis de la vacuna de Pfizer y BioNTech. “Solo un culillo”, se apresuró a señalar Aguirre, para restar hierro a la cuestión, y molestando más por la forma de decir que por el fondo de lo que decía. La forma, en este caso, es lo de menos. El fondo es peor.
Y es peor porque hace medio año que el Ministerio de Sanidad advirtió a las comunidades que hicieran acopio de este tipo de jeringuillas que permitieran inyectar la dosis correcta de los viales de las vacunas entonces por venir. Y es grave porque en diciembre pasado, el propio Aguirre dijo, sacando pecho, que hicieron la tarea con antelación y tenían todo tipo de jeringas tras una millonaria compra extraordinaria por el SAS. Y es aún peor porque en aquel momento, cuando la oposición denunció la compra inadecuada, el Gobierno andaluz saltó como un resorte no para reconocer el error o la poca previsión, sino para calificar de “bulo” cualquier crítica que se hiciera en este sentido. La policía del pensamiento está por todas partes. Este jueves le arrearon de lo lindo a Aguirre los coléricos del Dios tuitero por su acento andaluz y su gracejo de abuelo cebolleta. Pero el problema, y la gravedad del asunto, no estaba una vez más en cómo lo dice Aguirre sino en el fondo de lo que dice y reconoce alegremente Aguirre.
La policía del pensamiento también se pronunció desde la oficialidad en diciembre pasado y acusó de propagar bulos a todo aquel que osara cuestionar que las jeringuillas adquiridas no eran las más adecuadas. "Se trata de una compra extraordinaria para una campaña de carácter extraordinario, puesto que en los centros sanitarios ya se disponía del tipo de jeringuilla necesario para las vacunas de Pfizer. En las últimas semanas se han adquirido las jeringuillas adecuadas para la vacuna de Moderna, que aún no ha llegado a España. Pero, además, se ha hecho esa compra extraordinaria, de la que ya ha llegado gran parte y seguirá llegando en las próximas semanas", decía a finales de diciembre pasado la Junta en su portal antibulos.
¿Quién vigila al vigilante de los bulos? ¿Nos podemos fiar de esos políticos que antes llamaban al director para cambiar titulares y ahora directamente dicen desde portales oficiales qué es verdad y qué no lo es? En cuanto a lo meramente superficial, prefiero mil veces el “culillo” de Aguirre —entiéndaseme bien— que "el finiquito-simulación en forma de retribución con pago en diferido" de Cospedal y Bárcenas. De eufemismos y tecnicismos políticos a ninguna parte ya estamos vacunados.
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