Hay quien anda moscatel estos días por el simple patrocinio de las Zambombas de Jerez de una marca de cervezas con acento andaluz y propiedad neerlandesa. Pueden ver las banderolas por todo el centro y, aunque el diseño de las mismas es francamente mejorable, conviene no escandalizarse ni armar polémica a las primeras de cambio. Tiempo habrá.
Todavía estamos en el mes de los difuntos, en los tosantos, y realmente lo que llega, aunque con muchas ganas, no es más que precalentamiento, partidillos de pretemporada que dejarán ver si el equipo va a funcionar o hará aguas, como el marinerito. Ni el Black Friday ha llegado a las tiendas de forma oficial y las reuniones con la excusa de las coplas de Nochebuena ya se anticipan a la fiebre de las compras prenavideñas impuestas desde el mundo anglosajón.
A este lado del charco, con tiempo suficiente, un 22 de noviembre, hay bando oficial, hay permiso, hay dispositivo, hay lo que antes no había —urinarios públicos en sitios estratégicos—, y hay hasta listas de espera en los hoteles por si se cae alguna reserva a última hora. Lo que se dice una auténtica bacanal (cambien al Dios Baco por el dios cervecero Osiris) turístico-popular que inundará la capital del Marco de Jerez durante los próximos cinco fines de semana, incluyendo el acueducto de la Constitución-Inmaculada.
Este viernes pasadas las dos de la tarde hay una enorme primada —ellas dicen que son todas primas— recién desembarcadas en Jerez directamente desde Sevilla. No llevan la típica botella de anís que recordábamos, sino que en este caso utilizan como improvisado instrumento una botella de Amaretto, un licor dulce originario de Saronno, al norte de Italia. Ríanse ahora de la marca sevillana del Gambrinus.
El villancico que cantan no es de los típicos de aquí, se puede detectar al vuelo. Las ganas de fiesta que traen, eso sí, son importables aquí y en Pekín. Trolleys como las de estas sevillanas aparecen a cada esquina desde mediodía y el ambiente de los camiones de carga y descarga en el centro de Jerez augura un fin de semana de lleno hasta la bandera en la hostelería del octavo municipio de España con mayor tasa de paro (un 23%, datos recientes del INE). ¿El boom turístico y la masificación que volverá desde hoy y hasta el próximo 24 de diciembre es un bálsamo contra esa lacra? Nadie lo duda, nadie lo discute. ¿Acabará este fenómeno con nuestras tradiciones, con nuestro acervo navideño, con nuestro ritual zambombero? No lo creo.
Los jerezanos y jerezanas se reorganizan, mientras en los colegios siguen preparando fiestas navideñas con las clásicas letrillas de villancicos aflamencados. Los jerezanos aparcan el centro como hacen a menudo, cual expulsados por la temida y amada turistificación, y se repliegan en sus plazoletas, en sus zonas comunes, se reúnen en los corazones de sus urbas, montan fiestas en localitos y naves... y arman lo que siempre hubo en esos patios de vecinos de antaño que, nos duelan más, nos duelan menos, ya no existen. Ni existe el de mi familia en la plaza Silos, donde Dieguichi, declarado flamencólogo y miembro de la Cátedra, volvía al alba de trabajar en la linotipia de La Voz del Sur, ni existe el tuyo, donde se arrancaban aquellos cantaores de bronce de la calle Nueva y olía a pestiños y roscos.
Es un viernes negro para los nostálgicos, entre los que me incluyo como buen viejoven, pero es un Black Friday que promete mucha diversión y grandes beneficios para quienes tienen más futuro que pasado por delante, o para directamente quienes simplemente tienen que seguir intentando pagar sus facturas cada mes.
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