Mi infancia también es recuerdo de un cine de verano. La escena de Grand Central y el carrito de bebé rodando por una de sus escalinatas y salvado in extremis por Andy García en Los Intocables de Elliot Ness es un recuerdo imborrable del despertar cinéfilo en aquel mítico Terraza Tempul. Recuerdo bocatas de salchichas, pipas, cocacolas y sillas metálicas que las siento tan cómodas como frías para ser verano. No tan lejos de aquel cine de verano de barriada, bajando la calle la sangre, pasando Santiago, y adentrándonos en intramuros, el Astoria ha vuelto felizmente a la vida en una noche mágica de las que teníamos guardadas en el baúl de la memoria. Con las luces y las sombras del atardecer ante una pantalla grande al aire libre.
Por la mañana, las entradas volaron en apenas veinte minutos, de ahí que Cultura haya ampliado hasta 200 personas el aforo permitido para las próximas proyecciones en este espacio público del casco viejo jerezano (siete citas más hasta septiembre). Por la tarde-noche, había pronto expectación en el acceso desde calle Francos. Ha vuelto el cine de verano a Jerez, tras incomprensibles años de sequía, y lo ha hecho por todo lo alto: con la proyección de La isla mínima, ganadora de 10 premios Goya, y la presencia in situ de su director, el sevillano Alberto Rodríguez, faro del nuevo cine andaluz que ha sido presentado por el cineasta jerezano Juan Miguel del Castillo. Después de la proyección, Rodríguez incluso se ha prestado a un coloquio en las escalinatas de la cercana plaza Belén, otro espacio público de reciente recuperación después de años de abandono.
El cine de verano ha regresado a la ciudad como un sencillo acontecimiento de pueblo grande y ha hecho felices durante un par de horas a un puñado de aficionados que también han podido disfrutar de cómo se recuperaba para el pueblo un bonito y espacioso recinto del casco histórico tras años infrautilizado; o han podido escuchar a Julio de la Rosa, mediante un video grabado ex profeso, destripar cómo compuso el score que integra la monumental banda sonora de este largometraje de atmósfera con carga sociopolítica.
Un thriller donde los planos a vista de pájaro de las marismas del Guadalquivir son un personaje más en esta trama truedetectivesca que habla también del tránsito entre el antiguo y el nuevo régimen. “Este es un nuevo país”, dice un mando policial a uno de los inspectores (un viejo torturador franquista) de los crímenes de dos muchachas en un remoto pueblo del sur de España. Aquella frase tan contundente, quizás tan vacía ahora por las décadas que se han vivido después, se mezclaba en el mismo momento con el que probablemente alguien engullía un montadito de lomo o tortilla, o daba un largo trago a su cerveza en el improvisado patio de butacas del Astoria.
El ambigú, como lo llamaban en aquellos viejos cines, ha corrido a cargo de La Taberna del Segura, un delicioso bar familiar cuyo propietario, Antonio Segura, ha hecho posible que rescatar ahora el Astoria no haya sido tan costoso para el Ayuntamiento. No en vano, el bueno de Antonio, que vive y trabaja en su bar anexo a este espacio, se ha ocupado durante siete interminables años de que el recinto se abriera por las mañanas y se cerrara por las noches, de que sus plantas estuvieras regadas, de que las instalaciones no se vandalizaran, o de que al menos hubiera algún signo de vida en un punto del intramuros que, como tantísimos otros, nunca debió dejarse caer. Tanto tiempo después, la reapertura del pasaje hacia la calle Canto —que llevaba años cerrada al tránsito— y unas pequeñas reformas en el equipamiento, han posibilitado esta iniciativa gracias al empuje del grupo Ganemos Jerez.
Quizás sea algo menor que Jerez recupere un cine de verano. Quizás no resuelva los grandes males que aquejan a muchos de sus vecinos, a su ayuntamiento, o al propio centro histórico, pero este pequeño pasito, nostalgia y puro entretenimiento aparte, hace más por la ciudad, por su espíritu, por su alma, que cualquier otro proyecto faraónico a ninguna parte. Visto desde fuera, puede sonar triste o mediocre alegrarse por tan pequeña conquista, pero a muchos nos ha dejado proyectada una sonrisa para el resto de este verano tan extraño, donde lo mismo te riñen por no llevar mascarilla en la orilla de la playa que te da la paranoia entre que tocas el pomo de la puerta de un váter público hasta que te limpias las manos con gel hidroalcohólico.