Moreno, en su zona de confort: todo va bien en Andalucía, salvo alguna cosa

El presidente de la Junta pronuncia, en la apertura del Debate sobre el Estado de la Comunidad, a un año de las autonómicas si no hay adelanto, un triunfal balance de tres años en los que, a su juicio, y “cataclismo” del covid mediante, su gestión es casi impecable

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Fundador y Director General de ComunicaSur Media, empresa editora de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero'.

Moreno, en su zona de confort: todo va bien en Andalucía, salvo alguna cosa

Ya está más o menos claro que el PSOE no perdió el poder en Andalucía por la macrocausa de los ERE, ni por esa anécdota que protagonizaron unos pocos, entre tanto dinero público despilfarrado, como fue gastar dinero de parados en coca y prostíbulos. Los dirigentes del PP han utilizado esas cuestiones de la crónica negra política andaluza hasta la saciedad, repetidas como mantras, tantas veces como a ellos les recriminaron en su día sus apariciones estelares con abreviaturas en los papeles de Bárcenas o la financiación irregular del partido que les condenó. Nada de eso es ya suficiente. La corrupción política les afecta, pero poco. Tendrá o no cierto reflejo electoral, pero ahí siguen.

La realidad es que, pese a toda la podredumbre que destilaban demasiados años creyéndose los dueños del cortijo, en diciembre de 2018 el PSOE volvió a ganar las elecciones autonómicas y si no pudieron seguir sumando cuatrienios en San Telmo fue, probablemente, por la desmovilización de una tierra con poco pan que llevarse a la boca (una altísima abstención del 41,35% en una comunidad donde la mitad de los andaluces reconoce dificultades para llegar a fin de mes), el cabreo con el desmantelamiento progresivo de la sanidad y la educación públicas, y el hecho de que Susana Díaz subestimara el fenómeno Vox, al que le abrieron las puertas del Parlamento andaluz de par en par, estrenando así por primera vez en España representación institucional. Y aquí conviene no olvidar —quizás Moreno lo tenga presente cada día de su vida, pero no lo verbaliza—, que fue gracias a Vox por lo que un político claramente mediocre, que obtuvo los peores resultados de la historia del PP en Andalucía y que aquella noche parecía desahuciado por su jefe nacional en Génova, Pablo Casado, puede sacar tres años después pecho, músculo y presumir de su supuesto buen hacer al frente del Gobierno de la comunidad más poblada de España.

La memoria es de porcelana y, aunque Moreno se empeñe, casi todo lo que representa hoy, para bien y para mal, es gracias a terceros. Lo peor que le puede pasar a un político es que piense que micciona colonia y que solo merece aplausos. Ahí empieza su fracaso. La desconfianza, el menosprecio al oponente, el creerse imbatible y que todo lo que tiene es por méritos propios, le rematan. El rey irá desnudo, aunque le sienten tan bien los chalecos de Álvaro Moreno. Quizás alguno deba leer El arte de la guerra o El Príncipe. Abrir un libro siempre es un buen primer paso. En cambio, por esa costumbre que tienen los dirigentes de la cosa pública de pensar que el poder les pertenece, podrían celebrarse todos los días debates sobre el estado de la comunidad y apenas escucharían otra cosa que lo que el presidente de la Junta ha pronunciado este miércoles durante la hora y media con la que ha abierto esta nueva sesión.

Y frente a ellos, la realidad aplastante de un pueblo al que un día, por mor del demonio, les da por desalojarles del poder. Y entonces se acaba la 'baraka'

Un triunfal balance de tres años gloriosos en los que, al parecer, y “cataclismo” del covid mediante, todo marcha como la seda al sur de España. Batimos récords en todo y los 800.000 parados pueden estar tranquilos porque esto se arregla con dos manitas de simplificación burocrática y unos cuantos pelotacitos aquí y acullá. “Por supuesto que quedan cosas por hacer…”, suelen decir los políticos en sus argumentarios cuando alguien les reprocha que algo no va del todo bien. “Cuatro años no es suficiente”, remachan, cuando se les recuerda que dijeron digo y ahora dicen Diego. Apelan a la ley Campoamor, esa que habla de que en este mundo traidor, todo depende del cristal con que se mire… Y frente a ellos, la realidad aplastante de un pueblo al que un día, por mor del demonio, les da por desalojarles del poder. Y entonces se acaba la baraka.

Tan anodina como las anteriores, tan falaz y poco creíble, la intervención de Moreno —alguien le define con gran acierto como un “excelente comercial”— se ha limitado a reciclar anuncios rimbombantes, a vender proclamas y promesas electorales, y a pronunciar frases motivacionales: “El sufrimiento no ha sido en balde, somos mejores que antes de la pandemia; tenemos capacidad y talento para reconstruir, cojamos la mano tendida del adversario y seamos una vez más ejemplo de todo”. Juntos, somos más fuertes. Debes hacer las cosas que crees que no puedes hacer… ¿Quién no se vendría arriba y confiaría ciegamente en alguien que llevara esos propósitos en su acción diaria? “Ha sido francamente difícil gestionar estos 20 meses de dolor y desafío, la pandemia ha causado mucho sufrimiento y nos ha obligado a superarlo…”, ha llegado a enunciar Moreno, apelando a la épica, y añadiendo, eso sí, que “hemos hecho frente al covid con solvencia, reforzando como nunca los servicios públicos”.

Y luego ha mostrado en su largo discurso todas las mejores caras que podía poner de cara a la galería, como cuando agarra afectuosamente del brazo a un anciano en Sierra Bermeja, antes de despedir a 700 bomberos forestales; como cuando sitúa detrás suya a profesionales sanitarios en tacones de aguja para pronunciar su discurso de Nochevieja, como atrezo que cuando no sirve se tira; o pone sonrisa de oreja a oreja ante un alcalde al que niega el pan y la sal. ¿Qué Moreno ha sido esta vez? Todos y ninguno porque Moreno ha vuelto a olvidar, a un año de las autonómicas, quiénes le dieron tanto poder para, en realidad, tan poco cambio.

Moreno, paternal: “Como presidente estoy muy orgulloso del ejemplo de entereza, sacrificio y solidaridad de todos y cada uno de los andaluces”. Moreno, buenista: “Empujemos todos en la misma dirección, superando trincheras ideológicas”. Moreno, autocomplaciente: “Hoy podemos decir que las cosas funcionan mejor que hace tres años”. Moreno, en fin, máquina total, pero consciente de las limitaciones: “Hemos puesto cimientos fuertes para la transformación de Andalucía, pero claro que quedan cosas por hacer”. ¿Quién no querría un presidente así? Atractivo, cercano, impasible ante las presiones a izquierda y derecha, el rey de la moderación y el sentido común, batallador en defensa de Andalucía, contra el cambio climático, contra la violencia machista… capaz de decir una cosa y apoyar la contraria. Todo va bien, salvo alguna cosa. ¿No les parece increíble? Si creen en la Andalucía que dibuja con trazo firme y primoroso Moreno Bonilla, podremos con todo. Y si no, será porque no hemos sido capaces de salir de la zona de confort. O será culpa de Pedro Sánchez.