En un momento de La delgada línea roja, esa obra maestra del cine antibélico que transcurre en plena Segunda Guerra Mundial y firma el cineasta Terrence Malick, uno de los suboficiales en la compañía de fusileros del ejército norteamericano, interpretado por Sean Penn, pronuncia una frase de esas que llaman lapidarias: "Todo es mentira, todo lo que oímos y lo que vemos. Cuántas mentiras escupen, cambian constantemente unos detrás de otros. Esto es un ataúd, un ataúd móvil. Nos quieren muertos o viviendo sus mentiras".
La frase habla de lo que habla la película: de la fina línea entre la locura de la guerra, la cordura de la condición humana, y sobre eso que proclamó Sun Tzu en El arte de la guerra: la batalla que se gana es aquella que no se libra.
Salvando las infinitas distancias, pero por seguir con el símil de esta ficción basada en unos cruentos hechos reales que marcaron el siglo pasado, la delgada línea azulina está a punto de ser traspasada, a raíz de una cadena de incidentes en los que es mejor ya no entrar en detalles. Incidentes que van desde los insultos entre escolares, en el que debería ser sagrado ámbito de las escuelas y el fútbol base, hasta las amenazas, las pintadas y las agresiones. Un reguero de episodios violentos que no tienen cabida en una sociedad civilizada como la nuestra. Una rivalidad insana, guerracivilista, que debe acabar. El fútbol, el deporte, una afición, no puede ser la excusa para sacar fuera lo peor del ser humano.
Hay que asumir, antes de que sea demasiado tarde, dos cuestiones: que la violencia solo engendrará más violencia y que, por ahora, le pese a quien le pese, le fastidie a quien le fastidie, beneficie a quien beneficie, Xerez hay dos. Hay un Xerez Club Deportivo y hay un Xerez Deportivo Fútbol Club. Para más inri, comparten la IV categoría del fútbol español, la 2a REF, semiprofesional, por lo que ambos clubes azulinos están obligados a convivir y cohabitar de la mejor manera posible, pero desde luego no desde un clima de permanente tensión y violencia.
El fútbol, el deporte, una afición, no puede ser la excusa para sacar fuera lo peor del ser humano
El fútbol tiene razones que la razón no entiende y hay dos equipos de la misma categoría del fútbol con origen en la misma ciudad y nacidos de la misma matriz. Ni idea de si hay más casos así en el mundo del fútbol a nivel planetario, pero en Jerez se está produciendo una circunstancia desde hace más de una década —realmente, lo del fútbol en Jerez viene de mucho más lejos, pero esa ya es otra historia. O no— que poco a poco ha ido tornándose sombría y siniestra por mor de una minoría que hace pagar a la mayoría por situaciones que deberían ser responsabilidad de todos desterrar.
Que alguien a quien su padre llevaba de chico al estadio Domecq haya decidido que su Xerez ahora es otro debería de ser tan respetable como ese aficionado que sigue creyendo más en el escudo de su equipo que en quienes lo administraron. Hay que volver a la cordura, a la convivencia pacífica entre quienes quieren mantenerse en un sitio y entre quienes decidieron mudarse a otro. Representan una masa social de en torno a un 10% de la población censada en Jerez, pero una masa con unas minorías capaces de generar un clima irrespirable en todo el municipio y más allá.
Es deporte, es fútbol, la menor de las grandes preocupaciones del ser humano contemporáneo, pero es fútbol al fin y al cabo. Y hay líneas que no deben, no deberían, haberse traspasado. Fatal si pasó, terrible si se sigue mirando para otro lado y permitiendo que pase. El Ayuntamiento de Jerez, como máximo responsable de todo cuanto acontece en el municipio, hace bien en no permanecer impasible ni de perfil, y en situarse, sin preferencias, ni tribunas, del lado de la convivencia pacífica, de la cordura.
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