LafargeHolcim ha anunciado esta semana la dimensión catastrófica del ERE presentado para su cementera en Jerez, que lleva echando humo por su alto horno desde principios de los 70 del siglo pasado. De 80 empleados, 59 quieren que vayan a la calle, en lo que prácticamente hará que la planta, gestionada por capital franco-suizo que probablemente no ubique ni dónde está la Laguna de Medina, quede reconvertida en molienda y reduzca al mínimo su actividad industrial. El varapalo es sonoro y duele, pero la desertización industrial sin remedio en la antigua ciudad del vino hace décadas que comenzó.
Ningún gobierno, de dentro o de fuera, ha hecho nada por impedirla, por revertir el desmantelamiento. Antes que Holcim, hace unos once años, en noviembre de 2019, se apagaron las chimeneas de otro emblema: la fábrica de botellas. Las enormes naves de Vicasa —ahora Veolia— apenas tienen actividad, y allí siguen en la ronda de los Alunados, oxidadas y enmohecidas, sin planes a medio o largo plazo. Los 30 años de oscuridad del empleo industrial en la ciudad, ese que era estable y de calidad, que alimentaba a las familias desde la más tierna adolescencia hasta la jubilación, comenzaron a principios de los 90 del siglo pasado.
La ciudad más poblada de la provincia, cuyo censo no para de crecer, también es la que tiene una de las mayores tasas de paro de todo el país. Cuando llegó la crisis de 2008, Jerez ya tenía paro cronificado
La reconversión industrial de las bodegas y el lío del Montepío dinamitaron el tejido de actividad económica que tenía la ciudad. En 2000, van para 16 años, cerró otro icono: Jerez Industrial. La gran empresa de artes gráficas vinculada al sherry. Antes habían caído muchas otras empresas auxiliares. Cartonajes Tempul, en la calle de la Sangre y vinculada al ‘holding’ de Jerez Industrial, es hoy un enorme recinto industrial en los huesos, tan cadavérico como maloliente. La ciudad no levanta cabeza en el empleo. Se fue Puleva después de haber comprado en el 87 la cooperativa ganadera La Merced, cerraron dos de las tres azucareras… Todo el tejido industrial se fue desmantelando sin solución de continuidad y las promesas de reindustrialización, cuando las hubo, apenas quedaron reducidas a humo.
La tasa de paro en Jerez en el pasado 2020 se ha elevado al 35,32% —unos diez puntos por encima de la media provincial—. Solo La Línea (por encima del 40%) y Ceuta superan este indicador. Cuando irrumpió al crisis de 2008 tras los años dorados del ladrillo ya tenía Jerez una bolsa de paro enorme cronificada, fruto de los bajos niveles formativos y la escasez de empleo industrial, el que se perdió tras la ruina bodeguera y nunca se recuperó. La cosa, pandemia mediante, solo pinta que irá a peor porque ahora ni el turismo ni casi los servicios sostienen un sueldo que llevar a casa para una inmensa mayoría de habitantes de la ciudad más pobladas de la provincia, la quinta de Andalucía en empadronados. No hay alternativas, no hay estrategia conjunta de ciudad con apoyo supramunicipal. Las dos ‘empresas’ más fuertes de la ciudad son el Ayuntamiento de Jerez —en quiebra técnica desde hace más de una década, pero que resiste con ERE, privatizaciones y patadas adelante— y el Hospital. Ahí está la gran masa de empleo estable y de calidad. El resto, fatigas dobles o triples para sobrevivir.
Economía sumergida y cada vez más negocios subterráneos con la droga al alza en los pisos francos. Como advertía en una entrevista con este medio el fiscal jefe de Jerez, Francisco García, la presión en el Campo de Gibraltar ha desplazado a los narcos y entre los nuevos destinos... adivinen cuál. Jerez tiene que lanzar un grito de socorro. O dar un puñetazo en la mesa. O arremangarse ya para saber qué quiere ser dentro de diez o veinte años. O seguir agonizando hasta el declive final. Hace falta una revolución y una re-evolución, está claro, pero si algo sobran en esta tierra con todo el potencial pero sin soluciones son mesías, parches o remedos de un pasado que nunca volverá. Lo que sí se hace urgente son ideas frescas, creatividad, ingenio, diálogo, una puesta en común y toda la colaboración leal para devolver el progreso a una ciudad sedada y sin respiración asistida. A punto de ser desconectada. Lo primero para salir del pozo, dicen, es dejar de cavar.
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