En menos de una semana, en dos zonas diferentes de Jerez, se han producido graves altercados y disturbios policiales. En las imágenes caseras que han corrido como la pólvora por los teléfonos y redes sociales se ofrece una imagen muy preocupante, mucho más allá de los hechos que pudieran haber servido de detonantes para ambos incidentes.
Los disturbios de San Juan de Dios, una barriada muy deprimida, con la vivienda más barata de España, donde se intercambian escrituras de pisos públicos bajo cuerda o se cultiva marihuana con enganche al tendido eléctrico —lo que genera incendios en los cuadros y cuartos de contadores que, al final, afectan a todos los vecinos—, acabaron con una agente herida al ser golpeada con un carro de supermercado que le lanzó alguien desde una turba de unos 200 vecinos. Querían liberar a un prófugo de la justicia acusado de violencia machista.
Anoche, en Federico Mayo, al sur de la ciudad, frente a la también zona marginal conocida como El Pandero, con unos pisos que llevan años cayéndose, volvieron a producirse escenas muy graves, cargas policiales que se saldaron, hasta ahora, con la detención de un menor por atentado a agente de la autoridad. Los gritos de vecinos desgarrados, las reacciones que se ven en los vídeos de algunos de ellos, reflejan un malestar y una tensión social muchos decibelios por encima del hecho de que, en un principio, la Policía hubiese detectado un taller clandestino y ordenara, con la colaboración de la Policía Local, su cierre.
"Demasiado que ya llevamos un año y ha habido poco...", reconocen fuentes policiales, conscientes de la compleja situación, multiplicada por mil debido a la pandemia y sus daños colaterales
Hay mucho más allá de la superficie: vehículos que circulan sin seguro porque sus propietarios no tienen para pagar facturas de bienes esenciales, economía sumergida que apenas alcanza para llevar un plato de comida a la mesa familiar, pisos patera para familias numerosas, alto índice de fracaso escolar, absentismo, estupefacientes de compra y venta… A ese cóctel, que viene de años y años de miseria, de una salida en falso de la crisis anterior, añádanle un año en pandemia, con restricciones a la movilidad, con cierres perimetrales, con confinamientos domiciliarios, con enfermedad, con muertes, con más miedo... No justifica la violencia, pero explica muchas cosas. "Demasiado que ya llevamos un año y ha habido poco...", reconocen fuentes policiales, conscientes de la compleja situación general, pero particularmente en un municipio con un 35,2% de paro, solo superado en España por Ceuta y La Línea.
Y poco pasa, pese a todo, ante esta olla a presión casi sin válvula de escape, que puede terminar de reventar en cualquier momento, a la que los políticos, de un signo y de otro, de más arriba o más abajo, son incapaces de poner remedio. Si alguien les ve por una pantalla de televisión, solo verá violencia verbal y falta de entendimiento. Cero soluciones a sus problemas diarios para subsistir. No es culpa solo de los políticos, pero sí son los primeros que debieran dar un ejemplo más positivo, templado y constructivo. Porque siguen cerrando industrias, negocios, y siguen sin llegar ayudas, rescates y planes integrales pese a los no sé cuántos miles de millones de Europa que ni antes ni ahora llegan.
Se está viendo en municipios del Campo de Gibraltar como la localidad linense. Si se multiplican los efectivos policiales y de la Guardia Civil el movimiento de los narcos se reduce, pero ni se agota —se desplaza a otras poblaciones—, ni se transforma —los que vivían de la droga tendrán que seguir viviendo de algo, probablemente fuera de la ley—. Puedes cercar policialmente San Juan de Dios, o ahora El Chicle, varios días, pero no puedes cercarlo siempre. "No podréis con 'El Chicle', maricones". Ese grito de un vecino que se escucha en uno de los vídeos grabados frente a los disturbios y las cargas policiales de anoche lo resume todo: si alguien ha llegado a esa conclusión ante la presencia policial para restaurar el orden público, el sistema ha fallado con estrépito.
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