El Trump andaluz nacido en Jerez

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Fundador y Director General de ComunicaSur Media, empresa editora de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero'.

MONTAJE: MANU GARCÍA.
MONTAJE: MANU GARCÍA.

La política, como el fútbol, está plagada de tópicos. No son solo los lugares comunes discursivos, preñados de metáforas belicistas por ejemplo, son también las formas de proceder de muchos dirigentes políticos y representantes públicos, vengan de donde vengan, dirijan donde dirijan y representen a quienes representen. Cualquiera que haya escuchado estos días al alcalde de Vigo, el socialista Abel Caballero, fanfarronear de la millonada que se piensa gastar en millones de luces LED para decorar durante la próxima Navidad las calles de la ciudad que gobierna, automáticamente habrá pensado en cualquier alcalde o alcaldesa megalómana cuando exageraba sobre las bondades de su tierra o sobre cómo de enorme iba a ser el proyecto cuya primera piedra estaba enterrando.

De la misma forma que la serie House of cards representa la cara más vomitiva de la política y el poder, y demuestra que los modus operandi son idénticos en cualquier parte, ya sea en la Casa Blanca o en la estructura jerárquica de cualquier partido de vecinos, hay actuaciones del ejercicio del poder (o de la aspiración a tenerlo) que se asemejan, pero que no necesariamente son novedosas por mucho que ahora cuenten como aliadas a las redes sociales y a las plataformas digitales que infoxican nuestro entorno. El excéntrico Donald Trump, que al fin y al cabo es presidente de los Estados Unidos porque una mayoría le ha votado, no duda en emplear todas las armas a su alcance para alcanzar sus intereses. A veces aparece como perverso, otras como ridículo, otras como despreciable, otras como un imbécil. Son impresiones que tenemos mientras él sigue a lo suyo.

Igual sucede, aunque a muchos les sorprenda o le censuren, a escala ultralocal, con políticos como Antonio Saldaña, dirigente del PP provincial y candidato de los populares a la Alcaldía de Jerez en 2019. Un hombre con un currículo impresionante (aunque figure un máster en la Juan Carlos I) y que, más allá de escalar en su partido, previamente a nivel privado se dedicó a las obras, como ingeniero de caminos que es, en el boom inmobiliario. Luego fue mano derecha de la exalcaldesa Pelayo y actuó como perro de presa en la oposición y en el gobierno. Era difícil remontar con una imagen tan desgastada si de lo que se trata es de volver a tocar poder por la puerta grande. ¿A qué se recurre? La cosa, en todo caso, no es nueva. En un artículo firmado en El País por Fernando Samaniego hace 40 años, ya advertía desde el titular de la pieza que “la política como espectáculo es peligrosa para la democracia”. El sociólogo francés Roger-Gérard Schwartzenberg, profesor de la Universidad de Derecho, de Economía y de Ciencias Sociales de París y del Instituto de Estudios Políticos, vicepresidente del Movimiento de los Radicales de Izquierda, declaraba entonces en una visita a Madrid: “Los hombres políticos se comportan siempre como actores, constituyen un star-system que es muy peligroso para la democracia, ya que los electores eligen a los personajes en lugar de los programas”.

Los personajes en lugar de los programas. “En las municipales se vota a la persona”. Cuántas veces lo habrán oído. ¿Acaso en otros comicios no influye la imagen y personalidad del líder? ¿Y qué cuentan esos personajes, cómo actúan e interactúan? Ejemplifiquemos con Saldaña: huyen aparentemente de orientaciones y ataduras ideológicas (por encima del PP, Jerez Cappital; antes que los demás, inmigrantes o lo que sean, nosotros), dividen para vencer (utilización de satélites afines para construir discursos de odio al adversario o enfangar la gestión para que no haya progreso), construyen una imagen de marca personal que les posicione desgastando al adversario-enemigo político (hace décadas solo había adversarios políticos, hoy la enemistad se lleva también a lo personal), y se sientan en sus púlpitos a decir que todo está mal proponiendo las soluciones más irrealizables y disparatadas (es más fácil destruir que construir, estar en la oposición tal y como se entiende hoy en día que al frente de un gobierno).

Y también son esas redes las más adecuadas para viralizar cualquier mensaje que se diferencia del de los demás, sea entregar una lavadora de segunda mano o claveles en el aeropuerto

“La política-espectáculo ha sido denunciada en otros siglos también. Ya los emperadores romanos se comportaban a menudo como actores y de ello tenían conciencia Augusto o Nerón, Napoleón y De Gaulle recibieron clases de expresión por actores profesionales. La dimensión nueva es la aparición de técnicas modernas que favorecen mucho más el espectáculo, que a través de la televisión, prensa y radio llega a todas partes”, alertaba en 1978 el mencionado sociólogo Roger-Gérard Schwartzenberg. ¿Ha cambiado algo? Sin duda, el alcance. Hace una década el político aún iba con su recadero al lado en sus visitas donde anotaba la queja del vecino o la petición de enchufe para su niño. Hoy son comunidades como Facebook las que marcan su agenda porque alguien subió una foto de un socavón o colgó un bulo sobre las horas que pasaba en la peluquería.

Y también son esas redes las más adecuadas para viralizar cualquier mensaje que se diferencia del de los demás, sea entregar una lavadora de segunda mano a una familia en exclusión de una barriada rural jerezana o entregar claveles, luciendo buen manejo del inglés (habría que ver a otros y otras…), a los guiris que llegan al aeropuerto. Ojo con subestimar y ridiculizar lo que ya es ridículo pero efectivo. Ojo con pensar que no nos seguimos riendo cuando vemos el vídeo que nos llega al WhatsApp de una caída de boca tonta o de un gatito que sabe leer. Lo de Saldaña puede ser grotesco, chabacano, esperpéntico (podría seguir...), es muy populista y muy vacío de contenido, es muy trumpista, pero, toc, toc, frente a eso, ¿hay otra cosa, otra alternativa, otro discurso, otra forma de hacer, de ejercer...? Igual que la crisis del periodismo se combate con más periodismo, el desprestigio y el asqueo que emana la política actual, no muy diferente en el fondo a la de hace siglos, se combate con más política; pero no midiendo a ver quién hace más el canelo o, lo que es peor, quién da más pábulo al que monta el show.

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