La panorámica es amplia y detallada. A Levante, los miles de contenedores apilados. A Poniente, el muro de edificios de doce plantas tapa la ciudad. En la entrada un cartel anuncia el Lago Marítimo. Está bien, incluso el nombre. Peor hubiera sido “La Bahía especial” o “El Rinconcillo de la libertad”. Y además entre Llano Amarillo y Lago Marítimo sólo cambia un par de letras. Sugiero una cosa. Una cosa bien humilde y delicada desde una columna insignificante y gratuita como esta. Que los versos de la Bahía de José Luis Cano queden grabados en algunos puntos discretos de lo quiera que acabe siendo este paseo. Porque, al día de hoy, lo que hay, es esto. Una explanada polivalente y un edificio acristalado recién construido. Mira, —me señala el amigo—. Ahí tienes la respuesta a tu artículo del otro día.
Efectivamente. A las paredes de cristal de este cubo de tres plantas, sede de la UCA-sea, le han adosado unas celosías protectoras de la luz y el viento de la Bahía. Mientras observo los detalles, advierto que el truhan de amigo se distrae con algo más electrizante. Los ojos se le van al trasero orondo de una moza. Le acompaña una mujer que debe ser la madre. Tiene la cabeza tapada por un pañuelo. La muchacha, en cambio, luce al cielo y a la vida, una larga melena negra que cimbrea a cada paso. Casi creo escuchar bambalinas sobre la exaltación nalgar y casi me arranco a entonar una marcha de cornetas. Pero recuerdo que vamos por el Llano Amarillo y me contengo, firme.
Con la caída del sol, mi amigo y yo abandonamos este trotadero marítimo. Dejamos atrás la estatua de Paco de Lucía. Subimos a la ciudad por las murallas meriníes. Mi amigo me pregunta por los algecireños, a los que no se les oyen. No es fácil comprender el calendario de este pueblo.
Después me pregunta si esos bolaños enormes fueron de verdad lanzados por las catapultas de Alfonso XI contras los meriníes en el famoso asedio. No sé. Yo llegué aquí 2014, hombre.
Pasamos por el Parque y nos asalta la alegría del arcoíris. Es la fiesta del Orgullo Especial (el recurrente gentilicio). Nos paramos a ver el cartel LGTBIQ+. En algún momento un/a/e matemático/a/e diverso/a/e tendrá que erigir también el principio de economía para resumir esto. Yo propongo LGTBIQ+=∞, o mejor LGTBIQ+=π. ¿Y el cartel? Melody, Pink Chadora, Samantha Ballentines… No conozco a ningune, me dice mi amigo. Pero no me importaría mover un poco el esqueleto.
Se ha hecho de noche. Por fin llegamos a la heladería. También los helados tienen nombres impronunciables. Me siento confundido. Me pido uno de stracciatella y respiro hondo. Ensimismado, recogido en la labor minuciosa de la cucharita en torno a la tarrina, me interrumpe mi amigo: ¡Que conservador eres! Él luce una sonrisa malévola y en su tarrina un helado azulado como las barras de uranio de los Simpsons. Me quedo sin palabras… por un instante. Pero si tú votas de Vox. ¿Todavía crees en las palabras? me responde.
Comentarios