Casi todo lo importante está en las viñetas. Son capaces de condensar el quid y, además, de forma resumida. En apenas un golpe de ingenio y unos pocos trazos tenemos la esencia de lo que nos está pudriendo como sociedad. Forges nos lo enseñó como pocos. Estos días se me venía a la cabeza una y otra vez uno de esos chistes gráficos inolvidables. Ese en el que dos economistas situados frente a una pizarra creen haber dado con la fórmula matemática ideal para generar riqueza. Entonces, uno de ellos le dice al otro que para que el sistema resulte perfecto solo hay que eliminar de la ecuación a la gente. Somos lo único que estropea la receta. Así, desembarazándonos en más de un sentido del factor humano andamos por estos lares. Y es que, aunque para muchos Adam Smith sea el padre del capitalismo, en toda buena trama retorcida siempre hubo antes un francés.
Bastante menos conocida resulta la figura de François Quesnay, un economista —y médico cirujano— versallés del siglo XVIII cofundador de la fisiocracia. Esta escuela de pensamiento económico surgió como reacción al intervencionismo mercantilista, característico de los regímenes del Absolutismo. Quesnay fue verdaderamente el primero en apuntar la existencia de una suerte de ley natural que aseguraba el buen funcionamiento de los sistemas económicos sin la intervención del Estado. Para resumirlo, como si lo estuviera condensando en su propia viñeta, acuñó hasta un lema: "laissez faire, laissez passer", algo así como "dejen hacer, dejen pasar". Para él, y otros como Gournay o Turgot, la libertad individual contribuiría por sí misma al bien general, sin necesidad de regulaciones ni de leyes estatales. Quién nos iba a decir que Ayuso era toda una fisiócrata, sin necesidad de saber deletrearlo.
Eliminar a los ciudadanos, eliminar el Estado, eliminar el factor humano, y sustituirlos por aquello que funciona mejor, que no tiene mácula, que no se equivoca nunca. Eso estamos viviendo en busca del fallo cero. ‘Lavender’ y ‘Gospel’ ―“lavanda y evangelio” parece el título de una tira de humor muy negro— son los nombres de los dos sistemas de inteligencia artificial que el gobierno de Israel está usando para identificar a unos 40.000 palestinos como presuntos militantes de Hamás, es decir, como objetivos de su matanza. ‘Lavender’ fue diseñado para detectar de forma automatizada a presuntos operativos de la Yihad Islámica Palestina como objetivos para los bombardeos. De hecho, durante las primeras semanas de guerra en la Franja de Gaza, las fuerzas armadas israelíes dependieron casi por completo de esta IA. Un sistema que invertía apenas veinte segundos por cada objetivo y era capaz de acabar con docenas de ellos al día. No tenía ningún valor humano añadido, al margen de un escueto sello de aprobación. Solo algoritmo. Además, como Israel no quería desperdiciar bombas caras, de precisión, en objetivos de poca monta, recurrió a artefactos explosivos sin guía, aquellos que ocasionan muchas más muertes de civiles, los famosos “daños colaterales”, que poco importan. Porque cuando la gente solo es un obstáculo, en la guerra o en la ecuación, quitarla de en medio, borrarla del mapa, es tan sencillo como dejar hacer, dejar pasar.
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