“No me da pena tu tiro en la nuca, pepero”. "No me da pena tu tiro en la nuca socialisto”. "¡Merece que explote el coche de Patxi López! ¡Qué alguien clave un piolet en la cabeza a José Bono!". Alabanzas a ETA y los Grapo. Insultos, injurias, calumnias contra la Corona. Por algunas de éstas expresiones en sus letras y en Twitter, el rapero Pablo Hasél ha sido condenado a nueve meses de prisión, aunque tiene otras causas pendientes también por delitos de odio y de enaltecimiento del terrorismo.
El Tribunal Supremo sostiene que muchos de los mensajes de Hásel exceden los límites del derecho a la libertad de expresión, e incitan a la reiteración de actos terroristas. Josep Miquel Arenas, 27 años, mallorquín, es conocido en el mundo rapero como Valtónyc, es amigo de Hasél, y también fue condenado por la Audiencia Nacional a tres años y medio de cárcel por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la Corona. Valtónyc se fugó a Bélgica, y se halla en Waterloo trabajando como informático, para el expresidente catalán huido, Puigdemont. El 13 de febrero, en Madrid, en una manifestación neonazi, una joven Isabel Peralta, vestida con la camisa azul de la Falange, dijo ante una multitud: “El judío es el culpable y la División Azul luchó por ello”. En diciembre, el general de aviación retirado, Francisco Beca, ensalzó en WhatsApp la figura de Franco y dijo: “Me quedo corto fusilando a 26 millones de españoles”. A instancias del Gobierno, la Fiscalía abrió diligencias. Hásel está en la cárcel, Isabel Peralta, la joven nazi, y el general Beca, están en libertad. Una de las reformas pendientes es la de la Justicia, pues los ciudadanos ven que ésta a veces, es ancha para unos, y estrecha para otros.
El artículo 20 de nuestra Constitución señala: "Se reconoce y protege el derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción". Y en el artículo 20.4: “Estas libertades tienen su límite, en el respeto a los derechos y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia”. La libertad de expresión no ampara ni el discurso del odio, que justifica las acciones terroristas, ni la humillación de las víctimas.
Lo cierto es que a raíz de estas sentencias y del ingreso en prisión, la popularidad de Hasél ha subido enteros, no tanto por sus letras incendiarias y su trayectoria musical como rapero, sino porque muchos jóvenes antisistema descontentos con la situación política, social y laboral (paro, trabajos precarios, falta de futuro), y agravado por la pandemia del coronavirus, han propiciado la tormenta perfecta para en nombre de la libertad de expresión y contra la prisión del rapero, convertir las noches en una pesadilla para las fuerzas de seguridad, y los vecinos de los barrios y ciudades que sufren los desmanes de una turba violenta y antisistema a la que se han sumado otros jóvenes, algunos adolescentes porque mola eso de enfrentarte a la Policía. Las imágenes de comercios saqueados, destrucción del mobiliario urbano y la respuesta violenta hacia la Policía están degradando la imagen de ciudades que como Barcelona ha sufrido durante largas noches el vandalismo y la barbarie de unos miles de personas fuera de la ley.
El colmo ha sido el ataque a las fachadas del Palau de la Música, y a El Periódico de Cataluña. ¡Viva la Libertad de expresión y la libertad artística! Y las autoridades ausentes, tanto las de la Generalitat como las del Gobierno central, sin salir a condenar desde el primer día estos actos vandálicos. Esto sí forma parte de cierta anormalidad democrática, aunque estas anomalías y otras se dan en cualquier democracia desarrollada, porque las democracias no son perfectas, no hay más que ver el reciente asalto al Capitolio por parte de la América profunda. Anomalía democrática es que líderes y partidos democráticos no condenen la violencia y el vandalismo, como sí ha hecho, dando ejemplo, la presidenta del Congreso, Meritxell Batet. Escribo esto cuando recordamos los 40 años del intento de golpe de Estado en el Congreso aquel 23 de febrero de 1981. Muchos de los líderes políticos actuales estaban entonces en guarderías, en Primaria o no habían nacido. No vivieron por tanto, el 23-F. Puede que ignoren la fragilidad de una democracia, el mejor sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes.
Los medios. Está demostrado que ante una manifestación, o las noches negras de días atrás, la presencia de la televisión añade morbo a los manifestantes. Los periodistas y los camarógrafos buscan la noticia para garantizar el derecho a la información de los ciudadanos, y denunciar posibles abusos por parte de unos y de otros. Algunos de los violentos quieren lucirse ante las cámaras. ¿Si los medios no mostrasen minuto a minuto los actos vandálicos, la asistencia sería la misma? ¡Creo que sería menor! Es un debate abierto entre el deber de informar de los medios y el sensacionalismo en ofrecer hasta la saciedad los actos violentos de una minoría social que en televisión se extrapola, ofreciendo la imagen distorsionada de que toda una ciudad, o todo un país está ardiendo en llamas.
¡La violencia genera violencia! Vemos con estupor, tristeza e indignación, la falta de responsabilidad en algunos dirigentes políticos de diferente signo que alientan, e incluso justifican la violencia, y la ejercen en las redes sociales, o verbalmente en el hemiciclo, con insultos, mentiras, calumnias e injurias hacia el adversario. ¿Qué clase de ejemplo es ése para la sociedad? ¿Son conscientes esos políticos del envenenamiento social que producen sus incendiarias palabras? En algunos platós también vemos esa violencia verbal y falta de responsabilidad por parte de algunos tertulianos. Los políticos en vez de utilizar esos espacios, sobre todo el Parlamento, para ilusionar y pacificar a la sociedad, debatir propuestas y modificar leyes, reformar aspectos de la Constitución que quedan añejos, y construir futuro; suelen ofrecer enfrentamiento, insulto, falta de empatía y de escucha atenta, desconsideración hacia el adversario. Me considero pacifista. Imagine, de Lennon, es una de mis canciones preferidas. “Imaginad a todo el mundo viviendo su vida en paz”. ¡Sí, es una utopía, pero yo creo en ella!